ASMARA GAY
Para muchas personas, todavía hoy, la enseñanza del arte literario es imposible. Esto, a pesar de que en décadas recientes se han fundado y diseminado las escuelas de escritores en México. Sucede con el arte literario, en nuestro país, algo que probablemente no ocurre con las demás artes: se olvida que es un arte (es decir, una técnica; un oficio que ha de pasar por diversos estadios para su desarrollo y aprendizaje) y se llega a pensar que es suficiente con que alguien tenga la necesidad de contar algo para hacer literatura. (La vieja discusión vasconceliana entre arte puro y arte de tesis y grabada con aire de olvido por Octavio Paz en su primer ensayo “Ética del artista”: [1988: 113-117].) En La obra de arte literaria, Roman Ingarden expuso que la obra literaria es un complejo multiestratificado de estructuras; es decir, que del contenido y de la forma de cada estrato resulta una conexión interior de todos los estratos, lo que le da unidad formal a la obra. Pero esto que Ingarden señaló no es sencillo. Se necesita mucho conocimiento, experiencia e intuición para saber, como lo señaló Ernest Hemingway, qué incorporar y qué dejar fuera en un escrito.
Como cualquier arte, la escritura necesita nutrirse de diversas técnicas (gramaticales, retóricas, poéticas) para acercarse, aunque sea un poco, al difícil arte literario. Pero en términos de enseñanza, el camino ha sido lento en el arte literario mexicano. Es claro que el lugar más importante en donde una persona podía formarse en el oficio de escritor —antes de los años 80— era el taller literario, porque en éste, además de platicar sobre libros, se aplicaban técnicas literarias sobre los escritos de los alumnos y, en ese sentido, se establecía una relación comunicativa entre el público de escritores-lectores que criticaban una obra y la obra misma.
Es en este contexto en el que en 1987 se abre una grieta en el mundo de las letras en México, pues en enero de ese año se crea la primera Escuela de Escritores en nuestro país, fundada por la Sociedad General de Escritores de México (Sogem), y cuya misión, vigente hasta nuestros días a pesar de los problemas que en los últimos años han envuelto a esta institución, es “contribuir a la formación de escritores en las diversas disciplinas de la literatura (poesía, teatro, ensayo, narrativa) y en la realización de guiones para cine y televisión”. A partir de la fundación de esta escuela y de una propuesta educativa que desembocó no sólo en talleres sino en un Diplomado en Creación Literaria, la apreciación por la escritura se transformó a tal punto que en 1999 el Centro de Cultura Casa Lamm dio otro paso importante en la enseñanza del arte literario en México al fundar la primera (y única al momento de escribir estas líneas) Maestría en Creación Literaria.
En la fundación de estas dos escuelas hay un cambio de paradigma importante: el arte literario es una profesión. De tal manera, en las escuelas de escritura, a partir de diversos enfoques, se sistematiza la enseñanza para dotar al alumnado de elementos teóricos, críticos y prácticos con los que pueda desarrollarse en el arte literario. De ahí la importancia de las escuelas de escritura, en donde la vocación artística se encauza, como se dirige al arquitecto o al músico en sus respectivas profesiones, y se les dan herramientas a los estudiantes, como en cualquier carrera, para que se desarrollen y puedan crear en el oficio que persiguen. (Algo semejante a lo que ahora ocurre con el arte literario sucedió en México con el periodismo, un oficio que se aprendía en los periódicos desembocó en la Fundación de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, en 1949, y en la creación de diversas licenciaturas de periodismo en la UNAM, en la Universidad Veracruzana y en la Universidad Iberoamericana, por mencionar algunas, en los años siguientes: “Hace 60 años pensar en mudar el ejercicio empírico al trabajo profesional de los periodistas era un sueño que nace con la Facultad de Periodismo un 22 de febrero de 1954 bajo la premisa del pensamiento de un hombre visionario: Don Juan Malpica Silva” [Universidad Veracruzana, en línea, 9/06/2015.]).
A la fecha, en México, además de Diplomados en Creación Literaria que ofrecen diversos centros de estudios, contamos con 3 licenciaturas, una maestría y un doctorado en Creación Literaria, impartidos en las siguientes instituciones, que son las más importantes del país: Escuela de Escritores de la Sogem, Centro de Cultura Casa Lamm, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, Universidad del Claustro de Sor Juana, Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia y Escuela Mexicana de Escritores (me hubiera gustado incluir el interesante experimento que fue la Escuela Dinámica de Escritores de Mario Bellatín, pero ésta dejó de funcionar hace años). La visión de cada una de estas instituciones sobre la enseñanza del arte literario es diferente, pues estructuran su formación académica a través de nociones por momentos divergentes en torno a lo que entienden por enseñanza, literatura y arte.
Desde mi punto de vista, si bien hemos avanzado en la perspectiva de la profesión del escritor durante los casi treinta años que han pasado desde la fundación de la primera escuela de escritores, esta enseñanza está rezagada principalmente porque algunas de estas escuelas fundan sus programas a partir de un principio debatible, heredado de la idea de ruptura del romanticismo “a escribir no se enseña”, y que va de la mano del adagio latino poeta nascitur, non fit (“el poeta nace, no se hace”). Tal idea romántica de ruptura nació como respuesta a las artes poéticas del medioevo, que imitaban la Poética de Aristóteles y, en particular, El arte poética de Horacio, y tenían un carácter preceptivo sobre lo correcto e incorrecto en la composición literaria. No obstante, dos de los más grandes escritores románticos, Edgar Allan Poe y Victor Hugo, indicaban que si bien cada texto se construye conforme a la intención del autor (y, en ese sentido, podemos hablar de reglas particulares en cada obra literaria y de libertad creativa), hay reglas generales en la composición que no pueden pasar desapercibidas, reglas de estructura, y por ello es posible enseñar a escribir a las personas, como se enseña cualquier arte que mezcle imaginación, técnica y experiencias personales del artista.
Es por ello por lo que aún no podemos hablar de metodologías en la estructura de los programas diseñados en estas escuelas de escritura, salvo contados casos (como el programa de la Licenciatura en Creación Literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, que habría que revisar con cuidado porque es ejemplar), pues lo que compone a los programas de escritura muchas veces depende de los profesores que se tengan para impartir las materias o del conocimiento escaso o amplio de quienes elaboran dichos esquemas educativos.
Es probable que en términos de la enseñanza del arte literario nos encontremos en un estadio intermedio, si recordamos los estadios con que Victor Hugo se refiere a la poesía y a la historia del hombre en el Prefacio a Cromwell, pero no podemos olvidar que ese estadio es importante para llegar al punto más alto de la civilización, y aun habremos de recordar en ese camino lo que le dijo el poeta T. S. Eliot a Donald Hall en una entrevista para The Paris Review: “Quise llegar a aprender la técnica del teatro tan bien que después pudiera olvidarme de ella. Siempre me ha parecido poco aconsejable violar las reglas antes de aprender a observarlas” [2002: 64].
Fuentes consultadas
Diccionario de la lengua española [2001]. T. 5. España: Espasa/Rae.
Elizondo, Salvador [1973]. “Pedagogía y utopía”, “La vocación artística” y “Los talleres literarios”, en Contextos. México: SEPSetentas, pp. 33-40 y 158-163.
El oficio del escritor [2002]. México: Era, pp. 53-69.
Ingarden, Roman [1998]. La obra de arte literaria. México: Taurus.
Paz, Octavio (1988). Primeras letras (1931-1943).
Universidad Veracruzana [en línea, 9/06/2015]. http://www.uv.mx/veracruz/fcc/quienessomos/historia-2/