AGUSTÍN ORIHUELA
Ernesto Murguía es narrador y guionista. Ha publicado las novelas Sobredosis de neón para el señor Felicidad (Coneculta, 2012) y Un dios para sí mismo (Joaquín Mortiz, 2005) y los libros de cuentos Los ojos del jaguar disparan medianoche (Jus, 2011), Las pesadillas de Lumière (Ficticia, 2005) y Las puertas de la oscuridad (Conaculta, 2004). Su obra ha recibido una decena de premios nacionales de literatura, entre los que destacan: “Rosario Castellanos 2012″, “Agustín Yáñez 2007″, “Gilberto Owen 2004″, “Inés Arredondo 2004”, “Juan Vicente Melo 2002” y “Gilberto Owen 2000”. Guionista de Sexo, amor y otras perversiones (2005), Se vive solamente una vez (director: Fernando Sariñana) y Max Viagra (director: Daniel Gruener), entre otros.
Ha sido profesor de tiempo completo de la UNAM, profesor invitado de la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing (China, 2005-2006), becario de la Fundación Carolina en el área de Proyectos Cinematográficos Iberoamericanos (Madrid, 2008) y miembro del Programa de estímulos a creadores cinematográficos de Imcine (2011 y 2012). Actualmente imparte la asignatura de guión cinematográfico en la Escuela de Escritores Sogem, en los Talleres Cinematográficos de la escuela de cine Mantarraya y en los diplomados de creación literaria del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Lo entrevistamos a propósito de la publicación de su última novela Retiro del fuego (Planeta, 2015).
¿Cómo fue tu infancia y tu acercamiento con la literatura?
Mi papá era comerciante y mi mamá fue maestra de educación física por cincuenta años. En mi casa había los libros clásicos de la época: la biblioteca Grolier, el Nuevo tesoro de la Juventud, los clásicos, todos esos libros que llevaban los vendedores casa por casa. Una vez encontré un libro de terror y a partir de ahí compré ese tipo de libros en la tienda Aurrera, de Universidad y Copilco, en donde había unas mesas enormes con saldos. Llegué a leer un libro diario, cuando tenía alrededor de trece años. Mi sistema de lectura era leer a los escritores que recomendaban en los libros que leía y brincaba a otros autores: a Lovecraft, Roberto Bloch, Cortázar; en la preparatoria leí a Bukowski. Me encantaba la música dark, oía la estación rock 101, programas alternativos, escuchaba a The Cure, Depeche Mode; The Cure tenía una rola, Killing an Arab, basada en la novela El extranjero de Camus y me dije: ¿The Cure canta una canción basada en una novela de Camus?, debe ser muy bueno, así que leí a Camus. De ahí conocí a Sartre, a los poetas malditos, Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud, luego a Kafka y Dostoievski, entre otros, yo tendría unos quince años. Fueron rebotes y rebotes, así me involucré con la literatura. Tenía una colección gigantesca de libros de terror. En realidad no estudié literatura; en esa época no sabía que iba a ser escritor. Empecé a escribir a los veintiocho años
¿En qué momento surge la conciencia de que estabas acercándote a la literatura? ¿Cuándo decides que serías escritor?
Yo supongo que después de leer tanto. En mi juventud no sabía que iba a ser escritor. Comencé a leer cuentos y antologías, y me di cuenta de que había textos muy malos, y me decía: yo puedo escribir mejores cuentos. Estudié administración y trabajaba entonces en labores administrativas en una compañía de autofinanciamiento. Ya tenía algunos cuentos y sabía que existía la escuela de la Sogem, así que entré al diplomado de 1998 al 2000 y me fue muy bien, gané mi primer premio con los cuentos que escribí en los últimos semestres, aunque seguía trabajando.
¿En qué momento dejas de trabajar para llenarte de tiempo completo a la literatura?
Después de terminar el diplomado me fui a España a estudiar otro diplomado: vendí mi coche, renuncié a todo y me fui un año. Por cierto, todavía no me titulaba y con ese año en España aproveche para titularme. A mi regreso me reencontré a Arturo Díaz Alonso, director de la Facultad de Contaduría y Administración de la UNAM, donde había estudiado, y me dijo: “ya ganaste dos premios nacionales de cuento, te invito a dar clases de creación y comunicación en la facultad”. Y así empecé a escribir de lleno. En 2004 publiqué mi primer libro y después me invitaron a China, con el apoyo de la embajada y de la UNAM. Estuve allá de 2005 a 2006. Cuando regresé, colaboré en varias revistas como Cinepremier, Expansión, Quo, entre otras, más o menos hasta 2010. Ahora escribo poco para revistas. Después entré al taller de Leñero, me involucré en un par de películas, me publicaron otro libro y entré a dar clases en la Sogem.
¿Cuándo comenzaste a escribir guiones?
En el taller de Leñero trabajábamos cuento, novela, teatro y guión, y ahí me empecé a involucrarme en el guionismo. Yo escribía y leía por gusto, luego por trabajo; a veces me pasaba escribiendo todos los días, era muy cansado, por lo que el cine me representó un escape. En esa época viajaba mucho por mis colaboraciones con las revistas Vuelo, Escala y compraba en mis viajes los libros de Robert McKee y Siy Field, que eran imposibles de conseguir en México.
La identidad cultural se transmite a través de las generaciones. En tu caso, como miembro de una generación de escritores nacidos en los años setenta del siglo pasado, ¿con qué autores o corrientes literarias te identificas?
Yo era muy desorganizado en mis lecturas. Mi única línea era el gusto por la literatura de terror, de suspenso o la literatura fantástica. Leía a Poe, Kafka; brincaba de autor en autor, eran lecturas eclécticas, hasta la fecha. Como te dije antes, no estudié literatura, y leía los libros que podía leer. Era difícil mantenerme al tanto de todo lo que salía, entre el trabajo y todo, no había tiempo, así que es difícil decir que me identifiqué con una corriente literaria.
Los escritores noveles tienen ahora escuelas de creación literaria que les sirven como entrenamiento intensivo, tenemos a la Sogem, a la EME, al Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia del INBA, a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. ¿Qué opinas de esta institucionalización en la formación de escritores?
Son nuevas alternativas. Nadie te enseña el talento, ese lo traes o no. Pero, con esfuerzo, sí puedes mejorar como escritor. El objetivo no es ser como tal o cual escritor, lo que puedes hacer es ser el mejor escritor que puedas llegar a ser. Ese es un camino que te va a traer satisfacciones. Al estar en una escuela, te involucras con gente que tiene los mismos intereses. En general, a la gente no le importa lo que escribes. Ni siquiera tu familia se pone muy contenta, te dicen “está bien”, pero no dejes el trabajo. En tus compañeros encuentras almas afines con intereses compartidos, conoces a quienes están escribiendo, cómo escriben, aprendes técnicas literarias que por tu cuenta te tomaría más tiempo. Participas en un entorno que favorece la escritura. Se pueden compartir herramientas que a alguien le han funcionado.
¿Qué experiencia te ha dejado trabajar con jóvenes en los talleres y compartirles tus acercamientos a la escritura?
Es una experiencia satisfactoria, los jóvenes quieren aprender. Aprendo mucho, es muy divertido. Es padre compartir lo que has aprendido, compartir las herramientas técnicas que les permitan salir de sus desafíos autoral. No puedes enseñar el talento, pero sí las técnicas para escribir.
¿Te has enfrentado a la hoja en blanco o a la pantalla en blanco?, ¿cómo la resuelves?, ¿qué necesitas para inspirarte?, ¿cómo escribes?
Los escritores, buenos, malos o regulares, tenemos algo en común, una capacidad infalible para buscar pretextos y no escribir. Nos distraemos con facilidad, por lo que el desafío es concentrarte, estar enfocado. Trato de escribir los proyectos lo más pronto posible, por lo menos el borrador. Escribo diario, lo más que pueda: tres o cuatro cuartillas. En el primer borrador, trato de bajar todo, las ideas, seguir a los personajes, desarrollar la historia. Me cuesta trabajo escribir en frío, prefiero escribir todos los días, cuando estás en un estado en el que todo se conecta, cuando tu inconsciente está conectado con tu creación. Después me regreso a corregir, me involucro en un proceso de reescritura: corregir, pulir con todo detalle, llenar huecos, eliminar las cosas que no sirven. No debería considerarse escritura, sino reescritura, ahí es donde las obras desarrollan su máximo potencial. Es un trabajo para mi muy divertido, ya tienes una novela escrita en bruto, ya sabes a dónde vas, conoces a los personajes.
A diferencia de la novela, en el guión la narrativa no se ve y tienes que aprender a dramatizar la narración para construir imágenes. ¿En qué momento decides si una historia va a ser una novela o un guión?
Son medios diferentes. En la novela puedes entrar a los pensamientos, a las motivaciones y a la mente de los personajes. En el cine no, en el cine es la imagen. Un guión es un esfuerzo aún inconcluso hasta que no llega a las pantallas, necesitas la colaboración de directores, productores, de muchas personas para concretar un proyecto, en un proceso que tarda años. En la novela tienes contacto directo con los lectores, cuando terminas un escrito, aun cuando no la publiques, la puedes mandar por pdf, por epub. Yo, en general, escribo novelas y después las adaptó a guión. Evidentemente, no todo se puede, pero voy seleccionando historias y veo la forma de traducirlas. Muchos guiones que me ha tocado hacer son por encargo.
En tu última novela, “Retiro del fuego”, el personaje principal se enfrenta a sus demonios internos mientras está encerrado en una caseta. ¿Cómo nació esta imagen en la mente de Ernesto Murguía?
Una vez leí que en Suiza habían asaltado a un anciano en la carretera y lo encerraron en una caseta. Lo comenté con mis padres; mi mamá me dijo que en su escuela había una caseta en un terreno baldío y que si alguien se quedara encerrado, nadie lo encontraría. Y me pregunté qué pasaría si a un viejo lo encierran, si un profesor a punto de jubilarse, atormentado por la muerte de su esposa, toca su punto más bajo cuando sus propios alumnos lo encierran en una caseta y ahí se tiene que enfrentar al asesino de su esposa. La caseta es la metáfora de vivir atrapado en la mierda. Fue un desafío mantener el suspenso de tener a una persona atrapada en una caseta mucho tiempo; la caseta se transforma, es un personaje en sí misma. Utilicé todos los medios que conocía para mantener el suspenso.
Para algunos autores, a la hora de narrar las obsesiones de los personajes necesitan un punto de identificación con ellos. En el caso de Rubén Quirarte, es evidente que es de una generación posterior a la tuya, ya pasó la crisis de la edad media y se enfrenta al ocaso de su vida, sin embargo su descripción emocional está muy bien lograda. ¿En quién te inspiraste para describirlo?
Construí los personajes a partir de anécdotas que me contaban mis padres, sobre todo mi padre: fue una mezcla de recuerdos de él, de anécdotas de su infancia. De mi madre escuché también historias, conocí lo difícil que era convivir con los mostruilios de los que hablo en la novela. Integré los recuerdos de ambos. Es un homenaje a la figura de ambos, con mucho respeto, con mucho cariño. Yo también, ahora, soy profesor.
¿Te inspiraste en tu propia experiencia para describir a los monstruilios?
En algunos aspectos sí. En mi época había de todo, había gandallas, se daban catizas. No se conocía el bullying, como ahora, hoy se puede grabar cualquier cosa, antes no, ahora todo es inmediato. Tuve mi época de gandalla y, también, de defenderme de los bravucones. Utilicé algunas de esas experiencias para plasmarlas en estos adolescentes monstruilios de la novela. Ellos también están llenos de sus propias incertidumbres. Nunca interpreté en la novela que sus actos fueran resultados de la maldad, sus actos surgen de una inconciencia del momento, no actúan solo por cabrones.
¿Cuáles son las obsesiones de Ernesto Murguía?
Me obsesiona por qué a la gente buena le pasan cosas malas, aunque tendríamos por supuesto que definir cuál es la gente buena. De pronto les pasa lo que les pasa, no sé si es la suerte, el destino o el karma. En la novela, el personaje tiene que aprender la capacidad de reconocer sus errores, tratar de que las cosas malas no se repitan. Es difícil perdonarnos a nosotros mismos de nuestros errores. Hay que explorar el corazón de la maldad, observar el momento en que somos víctimas y el momento en que cruzamos la línea y nos convertimos en nuestros propios verdugos.
Como autor, la creación es como una máquina del tiempo, puedes revivir momentos importantes en tu vida. Puedes regresar, recrear los momentos malos y los buenos y darles otro matiz. Es un privilegio que tenemos como escritores: revisitar esos mundos y revivirlos a través de la literatura.
¿Qué estás escribiendo ahora?
Escribo una novela, que se va a llamar, tentativamente, Lluvia siniestra. Se trata de la destrucción de la ciudad de México y de su reconstrucción. Es una novela de desastre, con muchas situaciones, que parte de la idea de que los estadounidenses, en muchos guiones, han destruido Nueva York, la Casa Blanca. Vendría bien que la ciudad de México cayera en la literatura. Es un proyecto que todavía me va a llevar el resto del año.
¿Qué recomendarías a los jóvenes que están aprendiendo a narrar historias?
Leer y escribir todo el tiempo. Tenerse confianza. Buscar entornos donde puedan conocer gente que tenga los mismos intereses. Involucrarse con grupos literarios, entrar a escuelas, entrar a grupos en Facebook, identificar los géneros que les gustan, sus aptitudes, sus puntos fuertes y explotarlos. No querer quedar bien con los demás. Trabajar mucho. Tratar de escribir lo que les gustaría leer. La escritura tiene que ser su propia recompensa, el hecho de crear sus propios mundos es lo que hace que sea un placer escribir.
¿Has encontrado tu exacto lugar en el mundo de la creación?
No, nunca lo busqué. Encuentro mi lugar exacto en mi mundo. Nunca he pensado que voy a ser mejor o peor que otros escritores. Es un camino lleno de obstáculos, de insatisfacciones. Me interesa ser el mejor escritor que pueda llegar a ser. Me siento tranquilo conmigo mismo, exploro las cosas que me gustan, las historias que me gustan. Me quita presión intentar buscar mi propio sitio. Cuando tienes la pasión de leer, de escribir o de enseñar la escritura se convierte en tu propia recompensa.