GRETA AMKIE
La transformación en la percepción existencial de Oscar Wilde dilucidada a partir del contexto que dio origen a The ballad of Reading gaol
No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche.
Albert Camus
Es verdad que ciertas circunstancias que nos ocurren a lo largo de este corto lapso que llamamos vida logran cambiar nuestras opiniones y nos presionan para realizar un trabajo de introspección y replantearnos la existencia misma. «Sólo el sufrimiento le da conciencia a la existencia» (2013, en línea), le diría André Gide a Oscar Wilde en una carta. He tratado de profundizar acerca de la vida y obra de un hombre complejísimo a partir de una comparativa de un período de diez años (1890-1900) entre un Oscar Wilde que comenzó a rozar el velo de la fama ―con El retrato de Dorian Gray― y un hombre abatido, reducido a ser un preso durante dos años (de 1895 a 1897) y, por lo mismo, obligado a ejecutar trabajos forzados. Desde el primer día, intuí que debía comenzar con el análisis de la última obra escrita por este prodigioso escritor: La balada de la cárcel de Reading que, sin duda, es el mejor poema que escribió y quizás el más bello de los poemas en lengua inglesa del siglo XIX. Para entender el vuelco diametral que dio el poeta a su concepción de la realidad, que más tarde relatará en ciento nueve exquisitos versos que construyen la balada, es prudente contemplar el contexto y cosmovisión del Wilde anterior a su encarcelamiento.
1. ¿Quién era Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde entre 1890 y 1895? Cuando cierro los ojos y me transporto a ese periodo, se revela ante mí la imagen del dandi recorriendo las calles de Londres con una postura perfecta en el andar y un dominio sobre el uso correcto del bastón. Lo visualizo en los Gentlemen’s clubs mientras habla con gracia, ingenio, agudeza y agilidad mental, cualidades que generaban empatía, animosidad y desconcierto entre los presentes. Poseía una apreciación innata de la estética y fue un degustador de lo que él creía puramente bello influenciado por los clásicos griegos. El genio era un hedonista acérrimo y, desde mi perspectiva, un narcisista. Sentía aversión por lo vulgar, como la burguesía y el panorama grisáceo que implicaba la creciente industrialización de la época victoriana. Reprobaba la hipocresía de la sociedad londinense ―deduzco que este juicio se debía a la doble moral propia del momento―; sin embargo, él tuvo que ser parte de esta dualidad. El buen gusto y elocuencia que poseía lo convirtieron en un ser «irresistible» y, al mismo tiempo, ensimismado.
El poeta maldito, como pilar del decadentismo, pretendía fugarse de la realidad y a la vez sustituirla con belleza: “Traté el arte como la suprema realidad y la vida como una forma de ficción” (2001: 16). Soñó con una sociedad utópica en donde la superioridad del arte sustituyera a la vida y, efectivamente, consideró su propia existencia como una obra de arte. Quizá lo anterior puede tacharse de vano, no obstante, cuando Wilde incita a la vida contemplativa como recurso para alcanzar el espíritu crítico, y al analizar su tratado de estética ―El retrato de Dorian Gray―, se revela un hombre espiritual que, ciertamente, conocía el alma y sabía cómo deteriorarla o engrandecerla. El misticismo y su interés por la religión ―en especial por el catolicismo― son elementos auxiliares para comprender el por qué su obra está salpicada de simbolismo.
Al aglutinar estos rasgos nos encontramos con un hombre de polaridades que oscilan entre lo superficial y lo profundo, mas no banal. No obstante, lo que algunos consideramos profundo, como las emociones, para él era superficial y esto lo declara en Dorian Gray: “La gente superficial es la única que necesita años para desembarazarse de una emoción. Un hombre dueño de sí mismo puede poner fin a una pena con tanta facilidad como puede inventar un placer. No quiero estar a merced de mis emociones” (1962: 1611-1827), la pregunta que debe surgir a partir de esta «confesión» es: ¿Fue Wilde o Gray quien hablaba y creía esto? Suponiendo que era la concepción de Wilde, entonces vemos a un ser lleno de terror al tener que contactar con sus emociones y nos da a conocer un matiz de insensibilidad en él ―paradójico para los que creemos que un artista posee una mayor sensibilidad. Con lo anterior pretendo demostrar lo enmarañado y contradictorio del personaje que fue Wills Wilde, pero los seres humanos somos contradictorios, así que no se le puede condenar por su ambivalencia.
2. La muerte del dandi (1895-1897). Durante el proceso de análisis, el principio fundamental que seguí fue el ejercicio de compenetración y empatía con el artista, a pesar de esto, ni por asomo pude entender lo que el poeta debió sentir durante los dos años de encierro en Reading. Para un hombre que concebía la alegría de vivir por medio de la transgresión: “el pecado es realmente el único elemento de color que queda en la vida moderna” (1962: 1642), tener que vivir la humillación de haber sido acusado de sodomía y condenado por incurrir en un delito regulado por la ley de Gross Indecency (en Gran Bretaña todo acto de ultraje a las buenas costumbres, cometido entre hombres, era castigado con una pena que podía llegar a dos años de prisión. Esta ley se abolió hasta 1967), fue una realidad que sobrepasó el espíritu de Wilde y que llegó a expresarse en sus escritos de diversas maneras, como en el siguiente aforismo: “El sufrimiento es posible, es, quizá necesario, pero la pobreza, la miseria, eso es terrible. Eso ensucia el alma del hombre”. El decadentista se precipitó a la verdadera decadencia. Estos dos años de encarcelamiento provocaron la ruptura de la percepción existencial de Wilde y, por primera vez en su obra, aparecen la humillación, la miseria y la desesperanza.
3. La balada de Reading (1897-1898) ―escrita en el mes de julio de 1897 y publicada en febrero de 1898 con el pseudónimo “C.3.3”, porque Wilde ocupó la tercera celda del tercer piso del bloque C― comprueba la nueva visión, estética y existencial, adoptada por Wilde:
Estoy ocupado acabando un poema, tremendamente realista para mí, y sacado de mi experiencia real, una especie de negación de mi propia filosofía del arte en muchos sentidos. Espero que sea bueno, pero cada noche oigo a los gallos cacareando (…) así que me temo que me he negado a mí mismo, y lloraría amargamente, si no hubiera llorado ya todas mis lágrimas.
En este sentido fragmento de una carta escrita a Laurence Housman, el 22 de agosto de 1897, observamos que tan de corte realista es que el escritor alude al pasaje bíblico en que se describen las tres negaciones de Pedro a Jesús. En estas cinco líneas se diluye la animadversión por sus contemporáneos de corriente realista y naturalista. Asimismo, su teoría acerca de que “el artista no se degrada ante la organización de la vida práctica” queda reducida y arrastrada.
¿Por qué Wilde eligió como forma literaria la balada, compuesta por estrofas de seis versos, de los cuales, el último se podría interpretar como un pequeño epitafio? En una edición de La balada de la cárcel de Reading, Mario Reyes Suárez define el poema con claridad y profunda delicadeza:
La balada arranca de la realidad desnuda, de la suprema realidad de la vida, hacia el arte como fruto y quintaesencia de esa realidad. (…) La poesía resulta sólo del tema central y de la inmediatez de este con la figura, tacita o protagónica, del narrador. Antes de La balada de Reading, la obra de este género más conocida fue La canción del viejo marino de Coleridge. (…) Con Wilde el género va aún más allá ya que adquiere estructura; (…) produce un efecto de unidad y totalidad como si nada se dejara fuera. (…) Hay una sólida construcción sinfónica.
En el poema, los versos se suceden cronológicamente y forman una vasta sinfonía de la miseria humana. La anécdota de la balada es el relato del proceso de ejecución de un soldado de la Guardia Real de Caballería llamado Charles Thomas Wooldridge, condenado a la horca por asesinar a su esposa. Wilde y C.T.W convivieron dentro de Reading algunos meses. Sin embargo, el soldado será para el poeta un pretexto para narrar su condición y conversión mental-espiritual durante y después del encierro. La balada va mas allá de la estructura de la prisión, saltando los muros para plasmar cómo, en una cárcel más amplia, el rebaño humano espera, contemplante, la muerte. En la tercera estrofa del poema se esclarece lo antes dicho:
I never saw a man who looked
With such a wistful eye
Upon that little tent of blue
Which prisoners call the sky.
Nunca vi un hombre que mirase
con unos ojos tan sedientos
aquel exiguo toldo azul
que los cautivos nombran cielo.
(Traducción al español de Mario Reyes Suárez).
El panorama que recrean los cuatro versos anteriores es desolador para cualquiera, pero para un hombre horrorizado, no por el acto de morir, sino por cómo llegará ese momento, encontrarse tan cerca del proceso y de su propia muerte provocaron la ebullición interna y la transformación del esteta.
En los últimos seis versos de la balada, Wilde proyecta el sinsentido de la vida y critica la crueldad, injusticia e incongruencia de la raza humana:
And all men kill the thing they love,
By all let this be hard,
Some do it with a bitter look,
Some with a flattering word,
The coward does it with a kiss,
The brave man with a sword!
Y, sin embargo ―¡sepan todos!―
los hombres matan lo que aman
unos con gesto de rencor
otros con mórbidas palabras
con beso ruin mata el cobarde
¡pero el valiente con la espada!
(Traducción al español de Mario Reyes Suárez).
Quizás Wills Wilde perdió todo lo que componía su vida, excepto la genialidad que lo caracterizaba al escribir.
4. El giro de 180 grados y la muerte física (1898-1900). Después de La balada de la cárcel de Reading, la escritura de Wilde llegó a su término: “Escribí cuando no conocía la vida. Ahora que entiendo su significado, ya no tengo que escribir. La vida no puede escribirse; sólo puede vivirse.” Tal vez vislumbró algo más importante que el “arte por el arte”. En palabras del autor lo que descubrió fue la piedad:
¿Ha comprendido usted bien qué cosa tan admirable es la piedad? Por mi parte, doy gracias a Dios todas las noches —sí, de rodillas doy gracias a Dios— por habérmela hecho conocer. Yo entré a la prisión con un corazón de piedra y pensando tan sólo en mi placer; pero, ahora mi corazón se ha roto… y la piedad ha entrado en él. Ya sé que la cosa más grande y más hermosa del mundo es la piedad. Y he aquí por qué no puedo guardar rencor a quienes me condenaron, ni a nadie; pues sin ellos yo no habría conocido todo esto.
El poeta tuvo que transitar en las sombras para descubrir su luz interior, pero como somos tiempo, el del autor se agotó y murió renovado. Para entender a Oscar Wilde, como para comprender a cualquier hombre, es determinante mirarlo como a un prisma reflectivo.
Bibliografía
Calcaño Gil, Luisa Helena (2013), “Carta de André Gide a Oscar Wilde” [en línea], http://prodavinci.com/2013/07/25/artes/ensayo-carta-de-andre-gide-a-oscar-wilde-por-laura-helena-calcano-gil/
Oscar, Wilde (2001). Aforismos y paradojas. Trad. Efraín Sánchez. Colombia: Villegas Editores.
———— (1962). “El retrato de Dorian Gray”, en Maestros ingleses, vol. IV. Trad. Julio Gómez de la Serna. Barcelona: Planeta.