ASMARA GAY
Siempre he creído que toda versión de un cuento es mejor que la anterior. ¿Cómo saber entonces cuál debe ser la última? Es un secreto del oficio que no obedece a las leyes de la inteligencia sino a la magia de los instintos, como sabe la cocinera cuando está la sopa. De todos modos, por las dudas, no volveré a leerlos, como nunca he vuelto a leer ninguno de mis libros por temor de arrepentirme. El que los lea sabrá qué hacer con ellos.
Gabriel García Márquez
En 1992, Gabriel García Márquez publicó por primera vez bajo el sello de La Oveja Negra en Bogotá, Colombia, el libro Doce cuentos peregrinos que, ese mismo año, tendría la buena fortuna de ser editado en otros tres países de Iberoamérica: México (Diana), Argentina (Sudamericana) y España (Mondadori). Sin embargo, para el autor nacido en Aracataca, Colombia, la construcción de estos cuentos no fue fácil ni rápida. Trabajó —como nos dice en el prólogo “Por qué doce, por qué cuentos y por qué peregrinos— dieciocho años en ellos (en realidad son más de veinte, como se advertirá más adelante). A lo largo de este período, los cuentos tomaron diversas formas: desembocaron en guiones de cine, notas periodísticas e incluso uno fue un serial de televisión. De ahí la importancia de llamarlos ‘peregrinos’, pues este término, como nos lo hace saber María Moliner en su Diccionario de uso del español al que el escritor colombiano era proclive, “se aplica al que anda por tierras extrañas o como extrañas” (2007: 2253). Además de esta acepción, Moliner afirma que este vocablo también se emplea cuando algo es sorprendente, por inesperado u original, y son estos dos sentidos del adjetivo peregrino con los cuales García Márquez construye el cuento “La luz es como el agua”.
Primer peregrinaje
En una entrevista realizada por Rita Guibert el 3 de junio de 1971 —incluida en su libro Seven Voices (1972: 305-337)—, García Márquez comenta que en un cuaderno de notas apuntaba los cuentos que se le ocurrían. En esta época es que nace “La luz es como el agua” de entre los sesenta breves argumentos que ha anotado y que lacónicamente manuscribe así: “número 7, Niños que se ahogan en la luz”. La escueta indicación es realmente el desenlace del argumento, que le ayudará a recuperar el cuento completo. Por primera vez el cuento sale del cuaderno de notas para ser narrado oralmente a la entrevistadora. Acompaña al cuento una anécdota que dio origen a “La luz es como el agua”: Una noche, cuenta García Márquez, estaba en su casa de Barcelona y se fue la luz por un desperfecto local. Llamó al electricista y mientras lo alumbraba con una vela preguntó: “¿Cómo diablos es este daño de la luz?”, a lo que el electricista respondió: “La luz es como el agua, se abre un grifo, sale, y al pasar marca un contador”. Fue entonces que nació en la mente de García Márquez el siguiente cuento, en una fracción de segundo:
En una ciudad donde no hay mar —puede ser París, Madrid, Bogotá— viven en un quinto piso un matrimonio joven con dos niños de 10 y 7 años. Un día los niños piden a sus papás que les regalen un bote con remos. “¿Cómo vamos a regalarles un bote con remos? —dice el padre—. ¿Qué van a hacer con él en esta ciudad? Cuando vayamos a la playa, en el verano, lo alquilamos.” Los niños se emperran que quieren un bote con remos hasta que el padre les dice: “Si sacan el primer puesto en el colegio se los regalo.” Los niños sacan el primer puesto, el padre compra el bote y cuando lo suben al quinto piso les pregunta: “¿Qué van hacer con esto?” “Nada —le contestan— queríamos tenerlo. Lo meteremos allá en el cuarto.” Una noche, cuando los padres se van al cine, los niños rompen un bombillo de la luz y la luz —como si fuese agua— empieza a chorrear llenando toda la casa hasta un metro de altura. Sacan el bote y empiezan a remar por los dormitorios y la cocina. Cuando ya es hora que regresen los papás lo guardan en el cuarto, abren los sumideros para dejar que la luz se vaya, reemplazan el bombillo y… aquí no ha pasado nada. Ese juego se les vuelve tan formidable que van dejando que el nivel de la luz llegue más alto, se ponen lentes oscuros, aletas y nadan por debajo de las camas, de las mesas, hacen pesca submarina… Una noche, la gente que pasa por la calle al notar que por las ventanas está chorreando luz y que está inundando la calle, llaman a los bomberos. Cuando los bomberos abren la puerta encuentran a los niños —que distraídos con su juego habían dejado que la luz llegara hasta el techo— ahogados, flotando en la luz (Guibert, 1974: 333).
Así como está, este cuento funciona en dos rubros del arte literario: como microrrelato y como argumento. Si lo consideramos microrrelato, podemos observar que tiene una estructura clásica:
Si pensamos esta narración como argumento, descubrimos que tiene cuestiones generales e imprecisas: un matrimonio joven que vive en una ciudad sin mar (con tres posibilidades) tiene dos hijos cuyos nombres desconocemos.
De esta manera, a caballo entre microrrelato y argumento, se empieza a gestar un cuento que tendrá su forma definitiva veintiún años después, en el peregrinaje final, cuando llegue a casa y se establezca en una de las doce habitaciones de los cuentos peregrinos.
Segundo peregrinaje
Al año siguiente, el autor colombiano vuelve a contar el cuento en una entrevista. Esta vez es Jacobo Zabludovsky quien logró, por medios furtivos, que García Márquez charlara con él. La entrevista completa fue reproducida en la revista Siempre, y ese mismo año El cuento. Revista de imaginación, de Edmundo Valadés, publicó un extracto de la misma (enero-febrero de 1972) en donde se narra el cuento, pero esta vez con variaciones: los dos niños, de siete y de seis años, viven en la ciudad de México (Insurgentes 415, piso 15), donde no hay mar. Un día le piden a sus papás que les regalen un bote con remos, pero ellos se niegan. Para zanjar la discusión, los papás acceden, pero les indican que sólo les darán el bote si sacan el primer lugar en la escuela. Los niños lo hacen, les dan el bote, pero no cabe en el ascensor. Los niños logran subir el bote al piso quince y un día en que los papás salen al cine rompen un foco y ven que la luz chorrea como el agua. Entonces, uno le dice al otro: la luz es como el agua, fíjate. Cuando llegan sus papás, después de remar y nadar un rato, echan la luz por la bañera y aquí no ha pasado nada. Otro día los papás se van a una fiesta y los niños vuelven a romper un foco dejando que la luz inunde el departamento algo más allá del metro. Los niños sacan los lentes oscuros y el equipo submarino que habían comprado y hacen pesca submarina por debajo de las mesas y de las camas. Así disfrutan de su luz y de su bote durante dos o tres meses hasta que una noche la gente que pasa por Insurgentes Sur observa que del piso 15 está chorreando luz hacia la calle y llaman a los bomberos. Los niños tan divertidos estaban que se olvidaron de cerrar la luz y los bomberos los encuentran flotando, ahogados.
Básicamente es la misma historia que la contada un año antes, pero las variaciones que hace García Márquez son importantes y por ello me detendré en ellas. En principio, el autor ha definido el lugar y no es ninguna de las ciudades que había contemplado en la anécdota anterior. Pienso que el ubicar su relato en México se debió a que quien lo estaba entrevistando era mexicano, y García Márquez tenía la capacidad de improvisar favorablemente para quedar bien con los amigos. Al margen de esto, la ubicación precisa del lugar donde sucede la acción (Insurgentes Sur 415, piso 15) muestra un avance en el trabajo de este cuento: en la ciudad de México, en donde tampoco hay mar, el relato ocurre en un edificio de una de sus calles más importantes, pero esta vez diez pisos arriba. La idea de cambiar el número del piso, del 5 al 15, me parece afortunada, porque la escena del clímax se vuelve más poderosa. Imaginemos la escena: en un edificio alto en una de las calles más transitadas de la ciudad chorrea luz que inunda la calle, detiene el tránsito de los automóviles que empiezan a flotar en esta luz, la gente entra en pánico y llama a los bomberos. La tensión de esta escena es alta en comparación con la descrita en la anécdota primera: “Una noche, la gente que pasa por la calle al notar que por las ventanas está chorreando luz y que está inundando la calle, llaman a los bomberos.” La percepción del lector no es la misma ante una y otra, por lo que el impacto está más logrado, tanto por la altura desde donde se observa la luz como por los efectos que ésta genera en la ciudad.
Otros cambios que García Márquez establece para el cuento son: la edad de los niños (de 10 y 7 años que tienen en el primer relato, en la nueva versión las edades son más próximas, 7 y 6 años); las acciones de los padres (en el primer cuento siempre que salen van al cine, pero en éste se alternan entre el cine, una fiesta y desconocemos en dónde se encontraban cuando los niños se ahogan), y la descripción de la luz, que ya no detalla el narrador como en la primera anécdota (“y la luz —como si fuese agua— empieza a chorrear”), sino que incorpora tal cual la frase que le dijo el electricista en la voz de un niño inocentemente sorprendido: “La luz es como el agua, fíjate”, le dice un niño al otro cuando rompen el foco.
En este segundo peregrinaje, el relato se va mezclando, como los cuentos de tradición oral, con el ambiente en el que se cuenta, con la anécdota de la que surge y con elementos tanto de la vida como de la técnica en la creación cuentística que va añadiendo su autor.
Tercer peregrinaje
Unos meses antes de la publicación del libro Doce cuentos peregrinos, Gabriel García Márquez llamó a Jacobo Zabludovsky para preguntarle si aún conservaba el cuento sobre la luz, el agua y los niños. Sí, contestó Zabludovsky. Préstamelo, lo voy a publicar, añadió el escritor. Por eso en el prólogo de la obra el autor afirma: “lo conté hace quince años en una entrevista grabada, y el amigo a quien se lo conté lo transcribió y lo publicó, y ahora lo he vuelto a escribir a partir de esa versión”. Si bien las fechas, como hemos visto, están erradas porque ni uno ni otro las recuerdan con certeza, el texto está trabajado sobre la versión anterior y sobre los recuerdos que García Márquez tenía de la primera anécdota que contó. Es evidente que para esta década de los noventa el autor ya no posee el cuaderno de notas en donde resumía el conflicto y que dejó de trabajar el cuento, tanto en papel como en su cabeza, y por eso lo solicitó al periodista. Las variaciones que contiene reflejan este paso de tiempo; algunas están bien logradas y otras no.
Ha dejado de lado el cuento clásico para narrarlo como un cuento moderno: suprimió el inicio del relato (detallado en Primer peregrinaje) y desde la primera oración construye el conflicto por el que atraviesan sus personajes: “En Navidad —inicia el cuento— los niños volvieron a pedir el bote de remos”. Ahora, en este relato, ya hay una aclaración temporal, es Navidad, y el narrador muestra que este conflicto, el deseo del bote, llevaba tiempo ocurriendo al usar el verbo “volvieron”. Sobre este desarrollo del cuento, el autor añade los elementos que deberían haberse mostrado como principio: los personajes, ahora ya con nombre y edad inamovible (Totó, de nueve años, y Joel, de siete), el lugar en que se encuentran (Madrid, Paseo de la Castellana número 47, piso 5) y el porqué de la negativa de los padres a comprar el bote (es una ciudad sin mar y la inseguridad sobre el uso del bote).
La narración se desarrolla lentamente, con digresiones del narrador, para señalarnos los diversos obstáculos que tienen que pasar los niños para obtener lo que quieren (ganar el laurel del tercer año de primaria para que les compren el bote, lograr la gardenia de oro para conseguir un equipo de pesca submarina y diplomas de excelencia para hacer una fiesta en su casa). El bote ha cambiado su aspecto y ya no es simplemente de remos, sino “un precioso bote de aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación”, con brújula y sextante. Los padres han adquirido la costumbre de ir cada miércoles al cine, e incluso el lector sabe qué películas están viendo mientras los niños juegan con la luz en el departamento: El último tango en París y La Batalla de Argel. Los niños ya no están solos en sus aventuras con la luz, sino que los compañeros de su escuela los acompañan en algunas ocasiones: cuando tienen que subir el bote al piso quinto y en la fiesta con la que cierra el cuento.
El clímax sigue siendo el mismo, pero esta vez asociado a una serie de descripciones sobre los utensilios que flotan en el departamento:
El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel, la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía en un viejo edificio escondido entre los árboles. Salía por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama.
Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso, y encontraron la casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra, que los niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio de la película de media noche prohibida para niños (1992: 212-213).
El desenlace también ha variado. Ahora los niños no se ahogan solos, sino que el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario los acompaña. También hay una breve explicación, poética, que funciona como una especie de moraleja, que cabalga entre la ironía y el amor por los niños que se ahogan, y diario de un marino, que es con el que cierra el cuento: “En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz. Diciembre de 1978”.
Decía al principio de este apartado que se siente el paso del tiempo en la escritura final de este relato que ha peregrinado a través de diversas ciudades, edificios, personajes y lugares en los que su autor lo narró. A pesar de que el cuento en su edición de 1992 concluye que se escribió en diciembre de 1978, debemos tomar esta fecha no como la escritura del relato, sino como una indicación intradiegética (tomando en cuenta que el cierre es como el diario de un marino), dado que en la primera presentación del libro, en la Feria de Sevilla en 1992, y en el prólogo del libro fechado en Cartagena de Indias, abril, 1992, tanto Zabludovsky como García Márquez afirman que sólo unos meses atrás su autor había solicitado el cuento al periodista.
Este lapso de tiempo, desde la última noticia que tenemos del cuento (1972) hasta su forma final (1992), se muestra en algunos detalles que no funcionan dentro de la narración y que a continuación enumero:
Fin de la travesía
No todos los viajes que emprendemos nos satisfacen. A veces quisiéramos quedarnos allí, en el lugar del nacimiento de la idea que nos hizo emprender el recorrido. Pero como los cuentos, los hombres también somos peregrinos, y nos transformamos con los años, las vivencias y los conflictos que se van acumulando. Sin duda, “La luz es como el agua” hubiese llegado a buen puerto en su redacción final de haberse escrito en sus años de germinación, pero aun así es un legado importante que Gabriel García Márquez hizo a los escritores: saber cómo nace una idea, qué posibilidades se tienen para desarrollarla y advertir, como diría el autor colombiano, que “una cosa es una historia larga, y otra, una historia alargada” (2006: 126).
Bibliografía
García Márquez, Gabriel (1992). Doce cuentos peregrinos. México: Diana.
———— (2006). “Advertencias de un escritor”, en Carlos López (comp.), Decálogos, mandamientos, credos, consejos y preceptos para oficiantes de la escritura. México: Praxis, pp. 126-127.
Guibert, Rita (1972). Seven voices. Seven latin american writers talk to Rita Guibert. New York: Knopf.
———— (1974). Siete voces. México: Novaro.
Moliner, María (2007). Diccionario de uso del español. Madrid: Gredos/Colofón.
Zabludovsky, Jacobo (enero-febrero 1972). “Cómo nace un cuento de Gabriel García Márquez”, El cuento. Revista de imaginación. México, Tomo viii, Año viii, No. 51.