MAURICIO URIBE
Xavier Villaurrutia o la nocturnidad poética
En la poesía mexicana de la segunda mitad del siglo XIX sobrevivía un romanticismo tardío, agonizante. La transición hacia el siglo XX fue crucial para la literatura latinoamericana. La mezcla ecléctica entre el parnasianismo y el simbolismo francés, sobre la base de la tradición castellana, dio origen al Modernismo, que pronto llegó a México a través de poetas como Salvador Díaz Mirón, Amado Nervo o Manuel Gutiérrez Nájera, por citar a algunos. Sin embargo, los intentos nacionales de poesía modernista cesaron prontamente, pues este grupo se desgarró, “el final simbólico del modernismo mexicano es el momento en que los zapatistas destruyen el jardín que José Juan Tablada cultivaba en Coyoacán […] Entonces, Tablada emprende otro exilio y otra aventura”, afirmó José Emilio Pacheco.
Por otra parte, Carlos Mosiváis dijo que “en la década del diez, solamente el corrido, desde su humildad lírica, advierte los elementos poéticos de esa ronda del desastre y la pasión nacionales”. Sin embargo, tal vez debamos indagar si estas características aparecen plasmadas en la inmediatez de la poesía popular mexicana de esa época. Más tarde, la exaltación de la nueva mexicanidad sería representada en La suave patria de Ramón López Velarde.
Posterior a este periplo, Manuel Maples Arce y Arqueles Vela, entre otros, crearon el Estridentismo que dio espacio tanto a las vanguardias como a las expresiones de la cultura popular. En realidad, este movimiento asimiló otras expresiones como el Futurismo o el Dadaísmo, y aunque propició varias publicaciones e influyó a varias generaciones, el grupo también se disolvió rápidamente.
En este marco histórico, al cobijo de la revista Contemporáneos y de la edición de la Antología de la poesía mexicana moderna hecha por Jorge Cuesta, nace un grupo de jóvenes escritores que incursionó con éxito en los terrenos de la poesía mexicana. Los integrantes de dicha agrupación compartían algunos intereses, como la búsqueda de la “originalidad” literaria y el interés por los movimientos culturales que acontecían tanto en Europa como en los Estados Unidos; su afán cosmopolita les llevó a difundir las manifestaciones más novedosas del arte en la cultura mexicana. Por lo tanto, al tener como referente literario más próximo al Estridentismo, representante de las expresiones populares y de la cultura de masas, y al mantenerse al cobijo de una cultura europeizante mezclada con una búsqueda de la novedad estética, los Contemporáneos mantuvieron un exacerbado escepticismo hacia el Estridentismo, siendo parte de una nueva tradición de la ruptura.
Baena, recientemente fallecido, farmacia-spain.com/cialis-soft-tabs/ de tal modo que la palabra de la muerte del presidente roosevelt. Investigadores internacional basada en los resultados de la investigación en el ámbito. Presentación se ha apostado por la realización.
Los Contemporáneos, que publicaron sus obras prístinas al final de la década de los veinte y el principio de los treinta, fueron un grupo con una urgencia de renovación, a los que Octavio Paz llamó “isla de lucidez en un mar de confusiones”. Compartieron algunos temas y símbolos como la vida, la muerte, el sueño o el tiempo, simbolizados por el sol, la noche, la piedra y el agua. Todos los integrantes tuvieron relevancia literaria, sin embargo algunos críticos afirman que los máximos exponentes fueron José Gorostiza por Muerte sin fin y Xavier Villaurrutia por Nostalgia de la muerte. Es probable, sin desacreditar la labor poética de los otros miembros, que éstos sean dos de los poetas más importantes para la literatura mexicana. Villaurrutia acertó al precisarlos como un “grupo sin grupo”, pues aunque compartían algunas ideas, las acepciones poéticas eran muy diversas y en ocasiones contrarias, por lo tanto, al pensarlos como un grupo se pretende hablar únicamente de algunas afinidades literarias o de aversiones compartidas.
La poética de Xavier Villaurrutia comenzó con la experimentación enunciada de los calambures y los juegos de palabras en sus primeros poemarios, construyendo una voz propia hasta llegar a la extraordinaria revelación del caleidoscopio de la nocturnidad poética.
No sé si el Nocturno se trata de una forma poética o de un género lírico, pues no tiene ni una métrica ni una acentuación definida, aunque desde el punto de vista artístico tiene una relación con el Romanticismo. El Nocturno musical comparte algunas características con la serenata. El uso de nombrar como “nocturnos” las obras de otras disciplinas artísticas se debe a James McNeill Whistler, quien nombró así algunas de sus pinturas que posteriormente influyeron a Debussy. Las características principales en el nocturno son la noche como temática, escenario del poema, y el yo lírico como velador desde el insomnio creador.
La noche es símbolo de polisemia: para José Asunción Silva significa ascensión, pues la “alta noche tranquila”, “la noche dulce” es “una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de músicas de älas”; el azul diurno para Rubén Darío es lo real, la noche es “el falso azul nocturno”; para Leopoldo Lugones es la noche cómplice “y más callada / aquella noche frescamente umbría”. En el caso de poetas mexicanos, Manuel Acuña escenifica la imposibilidad del sueño y de la unión con la amada, “De noche cuando pongo / mis sienes en la almohada / y hacia otro mundo quiero / mi espíritu volver”. Para José Juan Tablada es la luminosa “neoyorquina noche dorada”. Elías Nandino la considera como el cauce frío donde habita el llanto, “ese llanto invencible que brota a medianoche”; la noche se duplica en el mar con Carlos Pellicer, pero lo más inminente es el tono tropical donde “Para subir la noche sus luceros, / un hondo son de sombras cayó sobre la mar”; en los poemas de Abigael Bohórquez, la noche es el espacio donde los ruidos se callan y habita un “silencio iracundo” que aviva el recuerdo de la madre ausente “en la noche callada”.
La gran mayoría de los Nocturnos de Xavier Villaurrutia parten de una o varias dicotomías: la vida y la muerte, el grito y el silencio, el cielo y el suelo, la voz y el eco, la sombra como escombro del hombre. Así, por ejemplo, la noche adquiere una personificación que descubre el universo paralelo de la revelación. La noche que hace del hombre una sombra es una preocupación: “Tengo miedo de mi voz / y busco mi sombra en vano / ¿Será mía aquella sombra / sin cuerpo que va pasando? / ¿Y mía la voz perdida / que va la calle incendiando?” y hace del pecho un lugar vacío, descorazonado. El nocturno es, en ocasiones, el canto a la imposibilidad, “querer tocar el grito y sólo hallar el eco, / querer asir el eco y sólo encontrar el muro / y correr hacia el muro y encontrar un espejo”. En el nocturno villaurrutiano habita el “duro silencio”, “silencio desierto” y la inmarcesible soledad que eventualmente descubre la voz, una voz que cambia, voz que crece, “voz que madura” donde el yo lírico, “quieto de silencio”, escucha el pasar alucinante de sus pasos y por donde se perfila que el sueño robado, no soñado, “prisionero de la frente”, quiere escapar. La belleza del nocturno avanza in crescendo hasta el “Nocturno amor”, donde un crimen se encubre en el sueño pues el nombre del cómplice se guarda en los ojos cerrados. La duda se representa en la sombra y “la sombra es más dura / y más clara y más luz que la luz misma”. La fuerza de los nocturnos prevalece hasta el fin del poemario, pero la voz que padece sufre la infinita noche en soledad, “en un mar infinito, […] un naufragio invisible”. La ceguera, el silencio son preámbulos de la presencia de la muerte y del temor a ella: “¿Quién medirá el espacio, quién medirá el momento / en que se funda el hielo de mi cuerpo y consuma / el corazón inmóvil como la llama fría?”. Una de las capacidades de la poesía de Villaurrutia es la de “pensar” desde el poema. Los nocturnos, como la vida o la noche, son circulares.
Para Xavier Villaurrutia “la gran preocupación de la poesía debe ser la expresión del drama del hombre, y este drama ha de ser verdadero”. Villaurrutia pertenece a una estirpe de poetas dramáticos, como Shakespeare o Pessoa. El drama de Villaurrutia es la angustia existencial de la vida ante la muerte. Así, angustia y muerte son los temas principales de los “Nocturnos” y la escritura nace ante los pasillos del laberinto de la noche dramática.