FERNANDO YACAMÁN NERI
I
Mi hijo recoge conchas y piedras para luego lanzarlas lejos; hace unas horas me confesó que intenta arrojarlas fuera del mundo. Las olas rompen con fuerza y por instantes desaparecen entre la espuma. El sol cambió de color nuestra piel y está por ocultarse entre las montañas. Mi hijo me hace señas con la mano para que lo acompañe y yo, con otros ademanes, le digo que me espere. Quiero guardar este momento, pero él insiste.
Sigo el camino que grabó con sus pies sobre la arena. Al adentrarme en el mar, siento el agua cálida, las gotas me salpican el pecho y el rostro. El viento sopla con fuerza en dirección al norte. La mano de mi hijo cabe íntegra dentro de la mía y corremos para entrar a esa gran ola que se forma en el horizonte.
II
Mi hijo tiene puestos mis lentes de sol y le quedan grandes. Desde esta palapa observamos a los bañistas, las olas los revuelcan y eso nos divierte. Disfruto escucharlo reír con todas sus fuerzas. Sobre la mesa hay una Coca-Cola y una cerveza. Entierro los pies en la arena para asegurarme de que vivo este momento.
El mesero se aproxima con la comida. Mi paella se ve deliciosa y en el momento de poner los trastes sobre la mesa, mi hijo ase con las manos una mojarra y la muerde; parece que no ha probado bocado en días. Los turistas de las mesas vecinas lo miran con asombro, pero él no se percata de ello. “Cuidado hijo, cuando yo tenía tu edad, comí sin cuidado una mojarra y me enterré una espina en la encía, y tu abuela me tuvo que llevar al hospital”. Y él suelta una carcajada, con la boca llena de espinas, como una pequeña piraña.
III
La luz del faro alumbra los barcos en el horizonte por instantes, ilumina la palapa en la que dormimos y nuestras huellas grabadas sobre la arena. Agarrados de la mano, llegamos hasta el límite del muelle. Es un enigma la manera en que mi hijo contempla el mar, a veces me parece que apenas lo conozco. “Recuerda la advertencia de los marineros: durante la noche, el mar se hincha y en un descuido se te trepa como un muerto que no te deja escapar. El océano se colma de remolinos y, también cuentan, es el momento en que las sirenas buscan divertirse”. Me observa como si le hablara en otro idioma y me suelta la mano. La luz lo ilumina en el momento que salta.
IV
—Es un milagro que esté vivo —dicen los marineros, que no pueden creerlo.
V
Mi hijo agarra conchas y piedras, y las lanza con fuerza hasta arrojarlas fuera de este mundo. El sol está por ocultarse entre las montañas y el viento sopla en dirección al norte. Las olas rompen con fuerza, y mi pequeño lentamente se pierde mar adentro. Me dice adiós con la mano y yo hago lo mismo. Los salvavidas se meten al mar, los turistas arman un escándalo, unas mujeres me insultan y gritan que haga algo, y yo tomo la cámara fotográfica. A lo lejos, asoma su mano. “¡Hasta la próxima, hijo! Nos veremos en las siguientes vacaciones”.