Líneas de fuga punteadas en gris
ISAÍ MORENO
En tiempos recientes hemos sido testigos de una irrupción llamativa de la novela breve o nouvelle en la literatura nacional. Autores como Daniel Espartaco, Ana Flores Rueda, Guadalupe Nettel, Luis Bugarini, Vanesa Garnica, Enrique Alfaro Llarena o Edgar Ortiz Barrón, a quienes se suma recientemente Alfonso Fierro con Una línea que cae y se deshace están mostrando interés en esta modalidad de la novela que para otros es género en sí. Dos preguntas obligadas son: ¿Por qué están apareciendo tan interesantes nouvelles en la actualidad? ¿Por qué, pese a las leyes de oferta demanda del mercado editorial, una pléyade de autores jóvenes y de mediana edad son fieles al género, si es que pudiera llamársele así?
La novela breve es el modo de capturar la realidad con diapositivas de alto impacto sensorial, obligando a su autor a la concreción sintética pero invitándole también la digresión, a perfilar atmósferas, mover la maquinaria del tiempo e impulsar el discurso propio de las novelas en un espacio acotado y viviente, con respiración propia.
Alfonso Fierro hace la apuesta de narrar en una brevedad de cuartillas y de intervalo temporal la toma de decisión de su protagonista, Javier, de ir o no a una fiesta de despedida de Tina, una colega de trabajo en la compañía y amorío de antaño. Es curioso que una novela tan ágil empiece con un episodio que podría considerarse de lentitud, en el sentido de Italo Calvino. Un cuello de botella vial no es lo más idóneo para comenzar el día, pero sí Una línea que cae y se deshace. El joven protagonista no es ya feliz en el mundo corporativo donde se desenvuelve, la casa de bolsa BTK, aunque a su modo sabe abrirse resquicios en el marasmo de macrocifras y curvas ascendentes o descendentes (más lo segundo) de la economía.
Javier sabe que su vida es una curva en descenso. Nada hay en este mundo banal más meritorio de suspenso que una vida con la curva dramática o línea quebrada hacia abajo: es incluso más interesante que los resortes aparentes, los juegos de tensión en la trama de la historia aquí contada. Tina es en parte responsable de esa caída en la Bolsa de Valores Particular del protagonista, antihéroe acaso.
Tras leer Una línea que cae y se deshace, resulta tentador dirigirse al librero y extraer las obras de David Foster Wallace para hacer acompañar a los personajes de Alfonso Fierro de los ejecutivos de cuentas, los calculistas de impuestos, y ese marasmo de notas al pie con referencias a una erudición asombrosa o asombrada, que lo mismo nos lleva por el mundo de los movimientos financieros que por el desasosiego de sus personajes: la anomalía que preocupa al autor estadounidense y al de Una línea… es en esencia la misma.
El trasunto de presente mostrado en esta novela, a la par de la vida interior de Javier como espectador de la Bolsa de Valores donde justo las macrocifras son lo único valioso, o valorado, y no, al parecer, los seres humanos, nos hace pensar que, a fin de cuentas, no los valores económicos no son tan hostiles si se les compara con definiciones manidas al uso en nuestra época. El término valores en un sentido que no sea financiero (e.g. lealtad, tolerancia, generosidad, bondad) es malévolo, y éstos mejor deberían llamarse virtudes. La principal virtud de Javier es la de saber decir no cuando así lo considera, o bien, la de saber asomarse a otro lado, sobre todo porque la obra de Fierro nos adentra a un mundo de superficialidad que sólo Javier puede penetrar desde su escritorio, ante dos monitores de la BTK, para ver un poco más allá de contenido y forma.
El tiempo se ensanchaba, duraba, y todo a su alrededor quedaba suspendido en ese espacio abierto, como si otra vez estuviera separado del mundo por un vidrio o incluso como si hubiera penetrado en la gráfica, una gráfica que ya no era una representación sino una realidad suficiente. La línea se convertía entonces en una grieta naranja sobre la pared negra a través de la cual Javier podía asomarse al otro lado, a un mundo después de BTK. Un hueco virtual por donde escabullirse y salir.
Es claro que el autor de esta nouvelle gusta no sólo de mostrarnos la línea de perdición hacia el flashcrash de su protagonista, o bien, provocarnos una excitación progresiva de la sensibilidad para hacernos testigos de algo, sino pretende exponernos directamente ante la revelación de que el mundo mismo, en uno u otro sentido, fluye:
La conclusión era obvia. El estacionamiento, la cancha, los movimientos de los jugadores, las rutinas, los ciclos de tráfico, las caguamas desperdigadas por la banqueta, los días de la semana, todo esto componía un sistema, una serie de patrones organizados, sincronizados, repetidos hasta el cansancio. Javier entendió que la caída del espectacular había provocado una interferencia en aquel orden, igual que el flashcrash, sus «ruidos» en BTK o los de Luis por la ciudad. Quizá la intuición de esto fue lo que le había provocado tal ansiedad en su momento. Si pudiera dibujar como Luis, pensó Javier, o si Luis estuviera con él, entonces podrían abstraer los patrones detrás de todas y cada una de las acciones que sucedían frente a su departamento. Javier se imaginó el resultado, un conjunto de diagramas, algunos circulares, otros elípticos, otros con forma de hélice, otros de escuadra, otros reunidos como en un diagrama de Venn y unos más como la media cancha de un estadio de fútbol. Juntos dibujarían un flujo continuo, regular, sistemático, sin mayores interrupciones ni ruidos. Un flujo silencioso.
Tras la lectura de esta novela, uno duda que el mundo siga igual y desea fervientemente ir a una app electrónica de tiempo real para revisar los índices Dow Jones, Nasdaq, Nikkei, Ipsa o Ipc México e indagar si no ha ocurrido ya la catástrofe financiera, producto de la conspiración de unos cuantos con que fantasea de vez en cuando Javier. Pero hay algo más: es innegable el planteamiento de la pregunta ¿qué tal si la anomalía presentida por Javier, junto con su creador, Alfonso Fierro, ocurre también en las novelas? ¿Alguien podría, sistemáticamente, atentar contra la novela breve y hacerla colapsar tras una serie de especulaciones? Al menos, en el mundo financiero sí se puede, y sabemos que hay un par de hombres que controlan las macrocifras del mundo a su antojo. Y por supuesto, el ámbito de la novela breve es transgredible de mil maneras a mi juicio.
Insisto. Alfonso Fierro insiste. El mundo se cae, se desmorona y se deshace. Este mundo especulativo, tan semejante al de la Bolsa de Valores.
A veces alejarnos del mundo provoca la reconciliación y acercamiento con el mundo.
En esta novela de pocos días de duración, la línea punteada y gris de la vida se deshace con despedidas y se deshace sobre el suelo siguiendo su trayecto entre la ironía, la amargura pero también resabios de humanidad contemplativa, dosificada en cuatro partes narrativas de un calibre que, justo por su precisión, hacen de esta novela una obra digna de llevarse y leerse con urgencia, a lo más, en dos sentadas.
¿Para qué es una novela si no para especular? ¿Para qué es una novela si no para sentir la roca hirviente y desmoronarse en arena? ¿Para qué es una novela si no para permitir que un espectacular publicitario de gran tamaño (por cierto, la causa del embotellamiento vial en el arranque de esta obra) caiga a la postre sobre el coche de un ser odiado y prepotente?
Elijo estas líneas de Alfonso Fierro para entregarme a la especulación de si lo que afirma no es aplicable también a la generalidad de las novelas:
Corregían el sistema, lo perfeccionaban, como una vacuna en el cuerpo. ¿No era esa la naturaleza de cualquier sistema? Complejizarse, absorber, codificar cada nueva interferencia en un patrón más poderoso. Incorporar. Para que funcionaran tal como él quería, sus interferencias tendrían que ser mucho más amplias y agresivas, todavía más que el flashcrash.
Es loable la apuesta de no pocos editores a la publicación de novelas breves. Alfonso Fierro tiene, y ello me consta, más sorpresas guardadas en el cajón del escritorio. Este libro es mucho más que debut y mucho más que la exposición de un talento que en lugar de caerse se sostiene y en lugar de deshacerse se edifica.
Fierro, Alfonso (2018). Una línea que cae y se deshace. Camelot América, 102 pp.