NORMA SORRIENTE VIRGILIO
Vestida de blanco, Sofía Celorio Mendoza de Bassi, preparaba un armazón en forma de huevo gigante, duro por fuera y hueco por dentro, mientras, se repetía: El embrión es mi incógnita. La forma ovoide se repite en mis cuadros en forma alucinante. Percibo el germen potencial que se encuentra en el huevo, como una filtración del éxtasis de la creación en la sustancia humana. Iba a cumplir ochenta y cinco años. Había nacido en la ciudad de Camerino Z Mendoza, Veracruz, el 13 de julio de 1913, y su corazón al que había puesto a prueba tantas veces, estaba cansado, se lo hacía saber la fatiga que le producía rodear el catafalco. Presentía que esa era la última oportunidad para desempolvar su pasado: había nacido con talento, y lo pensaba sin falsa modestia, ya que en 1967, cuando empezaba a pintar, siendo autodidacta, la habían invitado a exponer en Nueva York donde, por méritos artísticos y filantrópicos, fue condecorada con la Cruz de la Orden de Malta. Recordaba su ingreso, en 1966, como miembro del Salón de la Plástica Mexicana y la muestra colectiva de autorretrato en el Museo de Arte Moderno de México, y luego en los museos de Estocolmo y Tel-Avi. Pero lo más emocionante fue la sorpresa recibida en 1969, cuando, invitada por la N.A.S.A, vio expuesto su cuadro Viaje Espacial junto al módulo y la roca lunar donde, además, estaba presente Michel Collins, uno de los tres astronautas que viajó por primera vez a la luna. Entonces ella era joven, y por qué no reconocerlo, muy bella. Fue después del drama que en su propia casa, en Acapulco, enturbió su vida. Se había casado siendo una muchacha vivaz, y aunque su primer matrimonio naufragó, la felicidad se la dio la maternidad. Primero con su hijo Hadelin, y luego con Claire. De Claire intuía que, como ella, había nacido para ser artista. Con sus primeros estudios de pintura en México lo demostró, y lo reafirmó en la carrera de Historia del Arte en Venecia y en la Academia Real Belga, de Roma, ciudad en que Claire y el conde Césare D´acquarone se enamoraron. Recordaba cuando su hija le compartió que el conde le llevaba veinte años, y que el contrato prenupcial, que sería firmado antes de la boda, establecía que en caso de divorcio Claire se quedaría sin las posesiones y sin título de nobleza. Además, el conde, que era un devoto de la caza mayor, había decidido que la luna de miel la pasarían en un safari por el África. Algo de todo ello a su intuición materna le inquietaba, pero decidió callar para no destruir la ilusión de su hija, quien además de enamorada estaba viviendo un cuento de hadas. Parecido a lo que ella sintió cuando se casó con su segundo marido, Jean Franco Bassi, de la aristocracia mexicana, unión de la que nació su tercer hijo, Franco. Pero parecía que todo estaba en orden en el matrimonio de su hija, hasta una nieta, tan bella como su madre, le dieron. La adorada Chantal. Una mañana, sin embargo, todo se perdió: su vida y la vida de su familia, en esa truculenta mañana de enero del 68, en Acapulco.
A esa altura de los rodeos a la obra, los pensamientos hicieron que se sentara y se cubriera la cara con las manos. A pesar de la oscuridad, veía… veía el agua de la alberca teñida de rojo. A un hombre flotando. Veía a su yerno muerto de cinco balazos. Esa imagen siempre la había acompañado. Era la realidad que la había convertido en asesina. Lo que aconteció después, en la privacidad del hogar, fue secreto de familia.
Durante los meses que duró la investigación, los rumores y las sospechas fueron muchas. Que en verdad Claire fue la autora de los disparos debido a que descubrió que el conde acosaba a Franco, su hermano adolescente. Que Sofía Bassi se había entregado a la policía declarando que por accidente se había disparado el revolver que había matado al conde. Pero que la verdad era que quiso evitarle la cárcel a su hija, que fue quien lo mató. Una última especulación fue que, debido al contrato prenupcial, si Claire se convertía en viuda no perdía el título de nobleza ni los bienes. Fue un tiempo de confusiones, verdades y mentiras que complicaban la investigación.
Por último, el crimen fue catalogado como imprudencial; el arma se había disparado de manera involuntaria. Estuvieron a punto de declararla inocente, pero la influencia de la familia D´acquarone, al punto de oponerse a que el cuerpo del conde fuera incinerado, presionó a las autoridades. Así fue que en definitiva, le dieron once años y seis meses de prisión. La celda fue la enfermería de la cárcel de Acapulco. Y reconocía… La pintura fue un elíxir que yo quería apurar hasta el fondo de mi vocación, para no morirme.
Y su hija, la pobre y tierna Claire, ese abril del 68, un día antes de viajar a Estados Unidos, cuando Sofía con su primer esposo Hadelin Diericx habían decidido sacarla del país con la intención de alejarla de tanta tragedia, le había creído a los medios de comunicación cuando anunciaron que su madre sería condenada a treinta años de prisión y enviada a las Islas Marías. Al no poder soportar tanta angustia, urdió un intento de suicidio. Ingirió barbitúricos con la intención de arrojarse desde un ventanal, pero el efecto de la droga la desmayó antes. Lograron salvarla, pero quedó ciega. El inmenso dolor que ese hecho le produjo lo había plasmado pintando a Claire con los ojos vacíos, sin dejar de reconocer: Nunca he sido modesta tratándose de la belleza de Claire. Cuando la admiran y lisonjean pienso que no la conocen lo suficiente, pues si algo es digno de alabarse es su belleza espiritual superior a la física. ¿Decir más de mi hija? No podría. Mis cuadros dicen todo lo que es ella en la vida real y en la faz subterránea de mis alquimias. Es noble, leal, ingenua; transparente como la luz del alba. En su afán de agradar a los demás a veces minimiza su autoridad y la transforma en solemne ternura…
En 1970 en una pared de la celda, sus solidarios amigos, los artistas, José Luis Cuevas, Alberto Gironella, Rafael Coronel y Francisco Corzas, con ella, pintaron un mural que llamaron: La Justicia. Esas generosas actitudes a su persona, de los que creyeron que no era una asesina, más el convencimiento público de gente anónima que enviaba cartas para que la indultaran, hizo que la libertad llegara a los cinco años de cautiverio en abril de 1972.
Otro de sus desahogos fue escribir. Así surgieron los libros: El color del aire, El hombre leyenda, y, Bassi…Prohibido Pronunciar Su Nombre. Y un gran número de ilustraciones para libros. A su pintura, unos la habían catalogado de impresionismo mágico, otros la interpretaron como un simbólico mundo de misticismo moderno o expresión de hondísimas preocupaciones espirituales. Alaíde Foppa había dicho en 1972: Los paisajes de Sofía Bassi son tempestuosos…Son personajes solitarios, alucinados, que no tienen nada que ver con el mundo de todos los días. Lo cierto era que ella no se había detenido a etiquetar su obra, pero pensaba: mis sueños poéticos, fantásticos, cósmicos…eran los temas de sus obras. Ubicaba las figuras sobre brumas de irrealidad; pasajes flotantes entre la tierra y el cielo; personajes esfumados, también volando como nubes….
Después de un largo silencio, quitó las manos de su rostro y se puso de pie. Recorrió con la vista los trofeos: la copa del concurso San Valentino D´ Oro, Prefetto di Terni, en Italia. Los 14 diplomas y las cuatro medallas al mérito. Las fotos de la escenografía de la obra Adriano VII y del telón de boca para la compañía de Teatro de las Américas Unidas, en México. Luego, observó detenidamente la obra que terminaba de realizar, sería la urna donde quedarían guardadas sus cenizas. Sabía que faltaba poco para que llegara ese momento y no le importaba morir, sólo le preocupaba Claire…Qué sola se iba a quedar. Sin que sus ojos vieran por ella. Sin la categórica percepción de una madre que asegura: Cuando pinto siento que un ojo me vigila, que sigue cada uno de mis movimientos, pero no me asusta, al contrario, lo considero protector y amigo. Es el que todo lo ve, o en otras palabras, es el ojo de Dios.
Sofía dejó de existir el 11 de septiembre de 1998. Su hija Claire la sobrevivió. Pasó los últimos años de su vida dentro de su casona en las Lomas de Chapultepec decorada con cuadros de su madre. Su cuerpo fue cremado el 14 de diciembre de 2005, a los sesenta y siete años.