KARLA POÓ
I
Aquel día
Aquel día en que la aurora entrelazaba su angélica melena por los cables
y las calles escarchadas por el frío de la luna
refractaban sobre asfalto automóviles y aves.
Aquel día en que pasamos sobre puentes engrapados a banquetas cenicientas
nos ahorcaron las estelas de peatones perfumados.
Ese día, uno contra el otro por el hombro,
me decías morir en vida y yo vivir perpetuo instante.
Los dos, malvadamente buenos, divagábamos en cuestiones de filosofía.
―¿Qué haríamos sin la palabra?
―Buscar música en el llanto
zurcir el llanto de los grillos
atar grillos en los barcos
bañar barcos como perros
marcar perros como libros
toser pájaros sobre pañuelos.
¡Ay! ¡Qué tantas cosas haríamos!
Ese día,
ese día destruimos las palabras,
nos colmábamos de vida en la poesía.
II
Cae
cae el silbido de nimbos y de cirros
cae la aurora entretejida por los cables:
forma sombras, multiplica los caminos,
enrarece colores y sonidos,
nos rodea en un espejo de delirio.
Por mis ojos,
agrio sabor oscuro de perfume de melisas
me desangra.
En el aire,
hojas trémulas apagan las petunias,
las asfixian.
En la calle,
suspiro de insectos y de carros comen el silencio,
saturan nuestro aliento.
Sobre tu hombro,
luz estridente hincha nuestros oídos.
Fríos y sofocados nos tendimos al borde del caos.
La muerte se desprendió de un cristal.
Sentí frío
sentí frío
sentí frío
sentí el golpe de la caja que resbala bajo tierra.
Sentí la sábana de tierra sobre mi cabeza.