AGUSTÍN ORIHUELA
La pupila seductora
se proyecta en el espejo
como un jeroglífico,
íntimo secreto de dos soles.
En vigilia, unos ojos
recorren el destierro
voluptuoso de las pieles;
ultraje que aviva la agonía.
Las gargantas, sujetas
de angustia, buscan la explosión
ante el repentino asedio.
La voz, no obstante, se ha ido.