IVÁN FORONDA ARRÓNIZ
La conquista trivial de ofrecerte una copa, mandarte una nota diciendo “mi nombre es Santiago”, o mirarte y no decir nada; esperar que el azar, un milagro, nos una de pronto. Incluso acercarme y recitar un poema sería por demás rutinario. Mejor hagamos un trato. Charlemos un poco, así, relajados, no esperando nada, más bien a nadie. Si no coincidimos en nuestra conversación, intereses y ensueños, afinidades, miradas, o simplemente no te importa mi palabra, entonces decimos hasta luego al instante. No pasó nada aquí: como este escrito, fue un suceso frugal. Y tú sigues tan distraída como siempre; yo nunca hice nada. Continúas la charla interrumpida con amigos. Tal vez les cuentes que se acercó éste y fue todo. Y brindarán y algunos caerán ebrios sobre las banquetas. Fulana se acostará con el tipo de la esquina que seduce otra chica. Y en la mañana tendrás —así lo dices— la resaca más dura de tu vida y, claro está, como marca la regla común, cotidiana, dirás: “ya no vuelvo a beber, ya no vuelvo a beber, nunca más. Ya no vuelvo a beber”. Pero lo dices con un disimulado arrepentimiento, porque en el fondo, ahí donde borbota lo trivial, estarás muy contenta de esta locura ortodoxa, que como loro y espejo repites los viernes. Luego al día de mañana irás por comida que supuestamente alivie el dolor de cabeza. Allí habrá otros tantos que te compadecerán, maniquís de peroratas, réplicas de un solo ritmo. Y casi al mismo tiempo rememorarás vía telefónica, con compañeros que en el error nombras amigos, la fiesta estuvo increíble (aunque realmente digas: “estuvo poca madre”).
Pero mira, detente y observa el otro escenario, el marasmo, la posibilidad alterna, ahí donde bifurca el meandro y decide la fiel, un platillo de bronce se inclina hacia mí. ¿Julieta es tu nombre?, insisto que yo soy Santiago. Si tu palabra coincide con mis ojos, si mi mano empata tu costilla, si sonríes y enseguida lloro, si te extraño y me quieres, si te pienso de mañana después del mediodía, si no logro el desayuno por pensarte. Si tú no eres lo que dije antes, pretérito común del universo, entonces, y solo entonces, sabremos que el primer párrafo de este texto no ha existido nunca. Que nuestra historia se inaugura después del punto y aparte.