KATYA OCAMPO MELCHOR
Mientras te detienes por esta morada de límpidas paredes, admiro tu angustia ahogada, tus recuerdos callados, tu apática mirada. De terciopelo, los delgados labios, los senos firmes, la espalda que mis huellas reconocen como suya. De metal, las lámparas que me ciegan y que iluminan la sábana celosa que hoy esconde un cuerpo frágil, el mismo secreto que cada mañana se bautiza.
Esta tarde, un velo usurpa los párpados de seda y las diminutas pardas acosan tus pupilas lejanas. Tu cuello largo se transforma de súbito con un surco liso, oblicuo, parcial, terminante. El mortecino color revela que la sangre, ya inútil, a tus plantas quedó dormida. Las marcas en tus piernas y brazos murmuran sobre un encuentro temprano. Siniestra tu huida, siniestra tu cara, siniestra tu ausencia.
Tu lengua, ahora hinchada y vestida de rojo, me convence de lo que tu cuerpo inerte grita grabando un vacío en mí: tu cuerpo diciendo que te perdí con un nudo, con un lazo.