Reconozco que mi situación vital, desgraciadamente, me daba cierta ventaja. Tenemos una hija de ocho años que tiene discapacidad, y durante los primeros años de su vida pasamos mucho tiempo en casa, sobre todo en invierno… Así que “estar confinada” no era nuevo para mí. Lo extraño era que todo el mundo hubiese acatado “la orden” y que la ciudad se hubiera convertido en un páramo, un escenario distópico que me hacía pensar en el cine de catástrofes, pero que, paradójicamente contrastaba con la tranquilidad que vivíamos… Quizás suene egoísta, sobre todo a la luz de lo que ha sucedido después, pero uno de los primeros pensamientos fue: “por fin algunas personas van a entender el miedo que hemos sentido a que te contagien, el miedo a que tosan a tu lado, el miedo a caer enfermo…” Porque esa es la realidad que viven muchas personas que tienen enfermedades crónicas.
En un primer momento agradecí el silencio, exterior y también interior. El confinamiento nos obligó a detenernos, a parar en seco esa carrera vertiginosa, y trajo consigo que el tráfico, los gritos, las máquinas se detuviesen y pudiésemos atender otros paisajes.
La casa se convirtió en refugio, un espacio más calmado porque, en los primeros días, que vivíamos con extrañeza, hasta los relojes se detuvieron. También fue el lugar para la reflexión, para el encuentro familiar más íntimo, para largas conversaciones postergadas, lecturas pendientes. En mi caso hice de mi espacio vital un lugar de más cuidados y de resistencia.
Fue un tiempo largo y tuve tiempo para que mi escritura pasara por varios procesos. Desde el diario escrito en un cuaderno (a los pocos días del confinamiento tuve problemas con mi ordenador y dejó de funcionar…); la revisión de los textos de un libro inédito… Llegó un momento en que incluso empecé a pergeñar nuevos proyectos…Tener algún tiempo extra me permitía leer novelas y ensayos pendientes… Se abrió un paréntesis temporal que, en mi caso, fue productivo.
Ante las dificultades la cultura ha tenido que reinventarse y aprovechar las redes para la difusión de obras, seminarios, recitales… Y después de unos meses, me parece una buena vía para seguir creando y compartiendo.
Yo misma he tenido que adaptar talleres literarios, presentaciones de libros, charlas… al formato virtual y, reconozco que, aunque la comunicación presencial es insustituible, se han mantenido lazos que de otra forma se hubiesen perdido.
Además, las redes nos están posibilitando que podamos acceder a contenidos que de otra forma serían inviables, charlas que se hacen en otros países, recitales de poetas separados geográficamente… Encontrar el lado positivo a esta debacle cultural.
En este sentido creo que las administraciones públicas han vuelto a dejar de lado la cultura, y la literatura es una de las artes peor paradas. El apoyo a artistas, las empresas relacionadas con el sector, librerías… debe ser más efectivo, más concreto. Este país tiene una cuenta pendiente con el sector cultural. Somos uno de los estados que menos invierte en cultura, en educación… y parece que la pandemia es la coartada perfecta para que ayuntamientos, diputaciones, consejerías… dejen morir espacios que podrían salir adelante con creatividad. Las creadoras y creadores que viven de la literatura están viviendo una situación crítica porque, estoy convencida, no hay una voluntad política clara para resolver esta crisis, por otro lado endémica. Hay ayuntamientos, por ejemplo, que tenían presupuestado un festival literario que se ha suspendido, o determinados actos que no se han podido llevar a cabo, y “han abandonado” a quienes dependían de esos eventos para subsistir… ¿Dónde ha ido ese dinero?
Soy poeta y la poesía es mi salvavidas. Me cuesta imaginar una existencia sin literatura, sin arte… Durante el confinamiento hemos visto como muchas familias han sobrellevado mejor esta situación tan difícil y tan dura viendo películas, escuchando canciones que les hablaban de esa resistencia necesaria… y leyendo. Mucha de la gente que conozco se alimenta de libros. Y no imagino una dieta más sana para el espíritu, para la mente. Con libros cerca la soledad lo tiene más difícil para colarse. Y para quienes escribimos, María Zambrano lo dice de forma muy clara: escribir es defender la soledad en que vivo.
María García Zambrano (Elda, Alicante, España, 1973) estudió Periodismo y tiene estudios de doctorado en Literatura en la Universidad de Sevilla; posee cursos de postgrado: en Letras Modernas en la Universidad Paris-Diderot; en Semiótica y lingüística en la Pontificia Universidad del Perú, en Lima; y en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Buenos Aires. Ha impartido talleres de creación literaria y de poesía escrita por mujeres en distintas instituciones. Forma parte de la Asociación de escritoras Genialogías. Tiene cuatro libros publicados y sus versos aparecen en diversas antologías y en revistas, fanzines o páginas web. Sus versos están traducidos al rumano, portugués y francés. Ha colaborado en el programa de radio El Planeta de los libros, del Círculo de Bellas Artes de Madrid, con un espacio dedicado a la literatura de mujeres. http://partirdeahora.blogspot.com/.