FELFEMA MREOSI
“…y deseando que estos espectáculos tan torpes y cruentos, más de demonios que de hombre, queden abolidos en los pueblos cristianos, prohibimos bajo pena de excomunión en la que incurrirán el que permita estas fiestas de toros.”
Pío V (Bula papal 1567)
Probando probando. Buenas tardes, toc, toc, antes que nada quisiera agradecer la invitación que me ha hecho el foro cultural Tezcolco a este ciclo de conferencias, tan importantes para crear conciencia y sensibilizarnos respecto al maltrato animal. Yo sé que a ustedes les interesa tanto como a mí, así que esperemos que pueda contribuir con mi granito de arena.
Dicho lo anterior, y sin más preámbulo, me presento ante ustedes: yo soy Jacqueline Jojana. Y hoy vengo a hablarles de los toros. De la fiesta de los toros. Y de un torero, Luisito Cagancho Costillares, que es mi ex. Él no ha muerto, por si se lo preguntaban, pero nuestra relación sí.
Perdonen los nervios, pero es que nunca había hablado así, ante tanta gente. A ver si no me trabo. Ya agarraré confianza. Perdón. Bueno, ahora sí ya voy empezar porque los minutos corren y no perdonan.
Yo fui novia de Luisito cuando todavía era edecán de Red Bull. Hará cosa de un año. Te daban a manejar un Minicooper publicitario y cupones de gas para promocionar la marca en tu zona asignada. La mía era Naucalpan. Red Bull… Mi trabajo me costó entrar, no se crean. Mucha determinación, mucho sudor, muchas privaciones. Estas piernas y este abdomen no se hacen solitos, ¿verdad? Lo que sea de cada quien.
Él y yo vivíamos en el mismo edificio. A veces coincidíamos. Se le veía en la cara lo ganoso, no lo podía ocultar. Se crecía para ocultar su inseguridad. Daba asco de verlo. Poco después de que nos encontrásemos por primera vez, se me vino encima… ¡Óle!, lo esquivé, ¡qué te pasa, pendejo! De menos pregúntame el nombre. Sólo se me quedó mirando con ojos de buey el vestidito rojo que yo llevaba. Todo teto. Esos luego dicen que son los más peligrosos…
Jacqueline Jojana se fuga hacia su departamento escaleras arriba y se agazapa tras la puerta, tal y como lo hubiera hecho un torero tras el burladero.
Una cosa es que estuviera guapo, y otra que se pasara de pendejo. Ay, perdón, perdón. Es que me gana el coraje, de veras. No te hagas, se escucha una voz masculina, proveniente de la quinta fila de los asistentes, ¿a poco nunca te imaginaste una buena corridita con él? De toros, de toros, qué pasó…
Luisito no dejaba de insistir, continúa Jacqueline Jojana al micrófono, ignorando aquel comentario de tan mal gusto. Y fue por eso que me convenció, lo admito. Nos hicimos novios. Bebíamos latas y latas de Red Bull. Las taquicardias me confundían; no sabía que eran más que nada efecto del brebaje y no mi corazón latiendo mega apasionado por él, o sea. No se rían. Es en serio. Por momentos yo pensaba que estaba enamoradísima.
El Torero bebe, y yo diría que se inyecta también, su dosis diaria de taurina. Quiere hacer de sus huevos palpitantes unas criadillas, que se le remarquen bien contra la estrecha taleguilla. Formar una familia.
Se le da muy bien sacrificar toros, seeee. Y no lo hace para ningún dios sino para alimentar su propio ego durante el espectáculo y desquitarse de una traición.
¿Mas no será después de todo sólo un torero bufón, medio mamón, que se pasa historias de cómo Jacqueline Jojana le pone hipotéticamente los cuernos en el ruedo polvoriento con otro toro cabrón?
Espera un poco más a que te diga.
Bajo el sol de mediodía, cual funesta melodía, el torero sentencia el nombre del toro: Pajarito. Una bestia formidable. Un verdadero miedo a vencer. Pajarito, repite, como ponderándolo. Lo ve salir disparado por la puerta del toril hacia su encuentro. En su mente, la afición chilla desde las gradas con ganas de ver la sangre derramada. Y él los complace a todos. Le aplauden. Se le inflama el corazón.
A mí el nombre Luisito Cagancho Costillares, más que cagado, siempre me pareció funesto, declaró Jacqueline Jojana. ¿Están de acuerdo? ¿Luisito, me preguntaba, no llevas en tu nombre tu destino? ¿No está ya teñido de rojo todo tu maldito sino? ¿Y yo, qué voy a hacer?
Dios me perdone, pero siempre me invadía el mal presentimiento de que un buen día el toro lo iba a coger por las costillas, elevándolo por los aires cual muñeco de trapo; o bien, que le iba a meter una cornada por el ano, por eso del Cagancho. Pero eso nunca se lo dije. No lo fuera a predisponer.
No es que venga a hablarles mal de él o a demeritar su arte, pero si no hubiera sido por mí, Luisito no habría conseguido un buen patrocinador que lo catapultara a la fama. Ni se hubiera ido nunca de México a España. Fui yo quien metió las manos al fuego por él. Yo hablé personalmente con los directivos de Red Bull, aquí hay mucha lana.
Si me voy a España, ¿te vienes conmigo?, le pregunta Luisito a Jacqueline Jojana. Eso depende de qué tan toro me salgas, le contesta. Luisito bufa, se atraganta con su propia saliva y su incontrolable respiración. Entonces la embiste en la cama, le pregunta si le gusta su reata, y se acuerda con rabia de esta cabrona montando fascinada el toro mecánico en la feria a la que la llevó. No pagó para que lo montara una ni dos veces. No les voy a decir cuántas por respeto a su privacidad. Pero les voy a contar esto para que vean lo vulgar que Luisito podía llegar a ser con ella. Y esto a ella siempre le gustó, aunque luego le causaba confusión. Es por eso que Luisito cubre a Jacqueline Jojana con su capote rojo y le hace la faena entera, la lleva adonde él quiera. Le abre la tienda. Le invita unos chescos. ¡To-re-ro! ¡To-re-ro!, se escucha la ovación. Luisito parece querer llevarse sus dos orejas, y hasta su rabo también. Ni modo que no. Chúpate esta también. Imaginar no cuesta nada. Sueña y volarás.
Bravucón como era, a Luisito lo asaltó la idea de un plan con maña: amenazar a su manager de que no iría a España a torear a Pajarito sin Jacqueline Jojana. Y háganle como quieran. No te preocupes, Luisito, ya pensaremos en algo. ¿Y si la metemos al staff de prensa? Dile a Jacqueline Jojana que se vaya a comprar una cámara profesional. Nosotros le pagamos el curso para que te acompañe a todas las plazas de España. Y problema resuelto. Todos contentos.
Jojana se quedó unos instantes pensativa ante el micrófono. Mi amor, me dijo Luisito, ahora que te metan de fotógrafa, ¿no crees que estaría padrísimo que llenáramos nuestra casa con puras fotos que tú me hagas? Yo me quedé callada. Saqué del frigo una lata de Red Bull. ¿No le estará dando esta mierda demasiadas alas?
Debo confesar a todos los aquí presentes que cuando fui fotógrafa taurina empecé a darme cuenta de muuuchas cosas. Mi gafete me daba acceso a presenciar escenas tenebrosas, de las cuales intentaba platicar con Luis.
¿Y sí platicaban o nada más…?, volvió a interrumpir la misma voz masculina de la quinta fila. Esta vez ya no causó gracia, se oyó un rumor de disgusto por parte de los asistentes. Jacqueline Jojana hizo caso omiso y muy dignamente prosiguió:
Cada que iba a una corrida armada con mi cámara, lo analizaba mejor. A veces también llevaba una Polaroid, y vendía por debajo del agua las instantáneas. El lente llegó a convertirse gradualmente en mi tercer ojo. Fui desnudando a Luis poco a poco, hasta que llegué a captar en él una especie de campo aúrico fúrico. Yo notaba cómo posaba ante mi cámara y hacía esfuerzos por mostrar su mejor ángulo. Sacaba el pecho y paraba las nalgas. Bebé… Pero más que eso, mi cámara se enfocaba en su despiadado rictus de odio y despecho. La gente lo aclamaba, no veía nada, le echaban flores perfumadas. Y a coro le gritaban: ¡Olé, Luisito! ¡Matador!
Pero yo sabía lo que le hacía a los toros: les mandaba rasurar los cuernos por unos cuernos que una ex vieja le puso a él mismo.
Jacqueline Jojana se dijo a sí misma que no tenía por qué sufrir las consecuencias de un corazón amargo y cruel. Y que tampoco tendrían que sufrirlas los toros, contra quienes Luisito se enconaba, bastante falto de razón.
Mas torear a Pajarito, reanudó Jacqueline Jojana, haciendo una pausa, como si lo que tuviese que decir a continuación fuera revelador en grado sumo, significaba para Luisito todo un reto, porque ahora sí tendría que dejarle al animal los dos pitones afilados, sin alteraciones. Por las noches, Luisito despertaba sudando, tocándose alocadamente diferentes partes del cuerpo como para comprobar que siguiera ileso, sin chorrear sangre por ninguna de ellas. Yo lo tenía que calmar. Sabía que a la afición de España en materia de toros no se le engaña. Y que al fin tendría que enfrentar sus propios traumas. Lo que son las cosas: poder lidiar a cuanto toro se te venga encima, mas no poder lidiar con tu pasado lleno de rencor.
¿Luis, crees que Pajarito sea muy bravo?, le pregunta Jacqueline Jojana, como tanteándolo. ¿Qué no lo conoces?, obtiene por respuesta. Chance mejor que tú, se le sale decir. ¿Ah sí? ¿Mejor que yo?, dice Luisito, como a la defensiva. Me refiero a que últimamente le he tomado unas fotos muy buenas, bebé, y me parece ver en él otros atributos. ¿De qué atributos hablas? No sé, le respondió Jacqueline Jojana, nerviosa, como pillada. Me parece ver un animal sensible. ¿Sensible? El toro ya sabe a qué va, amor. ¿De qué lado estás? No infundas miedos tontos. No me eches la sal.
Y así, dijo a su audiencia Jacqueline Jojana, llegó el esperado día en que el gran Luisito Cagancho Costillares tuvo que salir al ruedo a torear. Había hecho una dieta rigurosa y alta en taurina para su debut en La Monumental. Había mandado a la tintorería su traje. No, no, si hasta parecía muñeco de aparador, el cabrón, ¡quién lo viera! Entre ovaciones y aplausos, a los que él correspondía con un gesto de falsa modestia, yo bien sabía que sólo pensaba en darle al toro una estocada entera y fulminante en la cruz del espinazo. Porque él así me lo había platicado.
¡Ah… ya ves cómo sí platicaban de vez en cuando!, prorrumpió la voz. Bueno, a ti qué chingados te pasa, acosador de mierda, explotó Jacqueline Jojana, ¿no quieres tomar tú la palabra y venir a contarnos algo? Y le extendió amenazadoramente el micrófono. Entonces la voz de la quinta fila que venía molestando desde hacía rato se puso en pie y con una sonrisa culera dijo: por mí, encantado. Quizá yo les pueda seguir contando de primera mano. Ya estoy curado de espantos. ¿Luis? ¿Eres tú…? ¿En tan poco tanto he cambiado?, le respondió éste. El público se reacomoda en sus asientos y se limpia los dientes con la lengua. Pues no, reviró Jacqueline Jojana tras una breve pausa, no parece que hayas cambiado mucho en realidad…
Si tú lo dices… Bueno pues, ¿se puede o no se puede hablar? La verdad no sé si sea buena idea, dijo Jacqueline Jojana al micrófono, no sé qué opine el público. Y volteó a ver a los asistentes, como buscando algún signo que le diera oportunidad de quitarse la soga que ella misma se había echado al cuello. Pero nadie dijo nada. Ellos eran igual de culeros. Yo sé bastante de públicos, se adelantó Luisito. En situaciones como esta, por ejemplo, no esperes ayuda de nadie. ¿De dónde saliste? ¿Qué haces aquí, Luis? Eso no importa, Jackie. La sorpresa es mutua. Ahora que casi no hay chamba, tengo bastante tiempo libre para acudir a este tipo de espacios y saber qué se está debatiendo. Siento molestarte. Que hable, dijo una voz de viejo, a ver qué nos tiene que decir.
En ese momento, Jacqueline Jojana suspiró tan honda y resignadamente, que saturó como una borrasca las bocinas del auditorio. Me lleva la verga, pensó. Alejó de sí el micrófono, pero no se lo pasó a Luis. Que se chingue. Pues ya escuchaste, le dijo, habla.
Todo lo que han oído hasta ahora es verdad, comenzó Luisito, nada tengo que objetar. Lo que sigue, sin embargo, es distinto. Sólo recordarlo se me viene encima algo. Yo estaba ahí, en el ruedo. Pajarito salió vuelto madres. Nada más sentí cómo se me dilataron las pupilas, cómo se me encogieron los huevos, con su perdón.
Sin yo todavía saber por qué, prosiguió, Pajarito se paró en seco en el centro. Derrapó. Tras la nube de polvo que levantó, vio hacia el público en rededor. Forzó la vista. Nada… Olfateó. ¿Qué hacía? ¿A quién buscaba? Déjenme adivinarlo… ¿A Jacqueline Jojana? ¿Tú también me vas a salir con esta?, pensé. Lo sabía. No se oye, échale huevos, se quejó el de la voz de viejo que lo instó a hablar. Denle un Red Bull, dijo otro más. El público se burla.
Pero la vaselina que le untaron a Pajarito en los ojos, lo relevó Jacqueline Jojana, micrófono en mano, no le permitía distinguir nada. Ándale, cuéntales, cuéntales.
Pues eso intento, si me permites. Llamé a Pajarito desplegando mi flamante capote rojo, reanudó Luisito, haciendo un mayor esfuerzo por sonar fuerte y claro ante la audiencia esta vez. ¡EHA!, le grité; ¡EHA!, di de pisotones en el suelo arcilloso; ¡EHA, cornudillo!, le dije al fin, y eso sí pareció enchilarlo. Cornudillo tú, pendejo. Yo vi cómo los cuernos afilados del animal respondían al estímulo y querían dominar su espíritu. Ya lo tenía. Era mío.
Espera, Pajarito, se paciente. No te lances como carne de cañón. No escarbes la tierra con tu pata delantera, torito, espera.
Pero no sé qué pasó, continuó Luisito, con voz más estentórea. Tras uno de los pisotones que di para provocar a la bestia a la par que lo injuriaba, empecé a sentir un dolor de cabeza que subía y subía en intensidad. Se me nubló la vista. Me flaquearon las piernas. Caí de rodillas, agarrándome la cabeza entre las manos. Desde ese limbo escuché la rechifla de afuera. Todavía estos pendejos querían que me levantara a torear, que el héroe en escena los redimiera del mal. Las gradas, una cosa amorfa y unánime. Al parecer no era yo el único que proyectaba sobre el animal todos sus miedos y frustraciones, eh.
Cuando abrí los ojos, siguió contándoles, sin hacer tanto drama, tenía a Pajarito justo enfrente de mí. Su pelaje exudaba el olor del perfume que usaba Jacqueline Jojana. Este soy yo, y este es mi rostro, me dijo. Estos mis ojos que nunca has visto, mi mirada que se pierde en tu capote rojo que es mi abismo. ¿Te parece poco que me haya tocado en suerte ser animal? Y tú de buey queriéndome torear, no mames. ¿Acaso quieres traerme de un lado a otro como tu pendejo, Luisito, igual que como te trae a ti Jacqueline Jojana?
La afición madrileña toda desconcertada, refirió Luisito, y no tanto por las palabras que me dirigió el animal, que no lo oyeron, ni porque lo trajera tan peligrosamente cerca de mí. Narrar la experiencia lo sobrecoge, lo transporta, lo exalta. ¡Ohh!, exclamaron. El horror se propagó, fue colectivo. Bandadas de gente abandonaron despavoridos sus asientos, tropezando unos con otros. Y todo se volvió un un caos y un griterío.
Una gota de sangre resbaló por mi frente. La gente se tapó la boca con la mano. Temeroso, me palpé para ver qué me había pasado. Pero no me podía ver.
Te haces wey. Esto fue lo que le pasó, prorrumpió Jacqueline Jojana, cortando el flow de Luisito y accionando con el control una presentación de fotos que le hiciera esa tarde en La Monumental, donde se mostraba la obscena mutación teratológica que Luisito había sufrido: dos cuernos de tono acaramelado muy bien formados y, según opinión de la misma Jacqueline Jojana, muy bien merecidos. ¿Por qué merecidos?, preguntó el de la voz de viejo. Pregúntale a él, respondió ella, señalando a Luisito ahí en frente de todos, lo cual lo descolocó sobremanera. Le temblaron las piernas, le adelgazó la voz. Jacqueline Jojana fue pasando las fotos en la pantalla. Algunos de entre los escuchas lanzaron contenidas exclamaciones de burla y escándalo.
Pueden burlarse todo lo que quieran, prosiguió Luisito, un poco más dueño de sí mismo. Pero les puedo asegurar que nadie se escapa de estas. Es el pan de cada día. Así que les aconsejo que cuando les pase, si es que no les pasó ya, no se lo tomen personal ni le impriman tanto dramatismo. ¿No la peor traición es la que uno comete contra sí mismo, o más exactamente, contra su promiscuidad reprimida horriblemente en la monogamia? Lo que es a mí, me entraron unas ganas espantosas y humillantes de pastar. Traía la cabeza gacha, no me podía enderezar. ¿Tanto me habrán pesado esos cuernos? Ah verdad, wey, me dijo Pajarito, ahora sí, hablemos de igual a igual: ¿No ves que por más bravos que nos hagan no somos carnívoros? No tenemos el instinto de matar. ¿Pero estás consciente de la revolcada que podría meterte ahora mismo? Revolcada… pude recriminarle apenas, la que le metiste a Jacqueline Jojana, ¿no? ¿Y qué esperabas, animal?, me contestó Pajarito. Ahora de cariño me dice indistintamente ternurita o ternerito. ¿En serio no has pensado nunca en concederle el indulto a un toro, Caganchito? Ya veo… Ese te lo estoy dando yo. Y ni las gracias…
Pero porque el destino es benévolo contigo, te concede la oportunidad de agarrar al fin al toro por los cuernos, le dice Pajarito a Luisito. ¿Cuándo habías tenido unos pitones tan encima de ti? En su trance, Luisito se siente terriblemente amenazado. No entiende bien el mensaje. Se le queda viendo sin saber qué hacer, desconfía de él. La sangre le sigue chorreando por la cara. Mientras tanto, la afición tipificada como la más sanguinaria se pelea las instantáneas que hace Jacqueline Jojana, quien las abanica diligentemente para revelarlas. Los camilleros ya vienen por él.
Este pendejo ya le iba a agarrar los cuernos a Pajarito, dijo Jacqueline Jojana a través del micrófono, que amplificaba su voz más allá de lo que Luisito soñaba. Control en mano, puso la diapositiva donde se mostraba lo que decía. No lo niego, confirmó Luisito. Los míos no, me dijo Pajarito, ¡los tuyos, buey! ¡Tus cuernos! ¡Siéntetelos! ¡Siéntense a platicar! Ya es hora de que se vayan reconciliando, ¿no crees?
¿Ya acabaron?, dijo el de la voz de viejo. ¡Mejor vayan a reconciliarse a un hotel! Y ya quítate esa faja de torero, le dijo a Luisito, que pareces puto, sin ofender. Y dirigiéndose a Jacqueline Jojana, le dijo, en el tono de quien parece dar un buen consejo: que se me hace este wey quiere que le metas los dedos por donde te conté. Y le guiñó el ojo.
La audiencia aplaude, no tanto porque les haya gustado esta conferencia ni porque con ello otorguen reconocimiento a Jacqueline Jojana, sino porque quieren cerrar de una vez por todas esta bizarrez, a la que además de todo ya se le agotó el tiempo. Todos van abandonando la sala, reflexivos, un poco más inseguros de sí mismos y de la fidelidad de quienes los acompañan.
Efectivamente, Jacqueline Jojana y Luisito se fueron de hotel. Entraron al ruedo otra vez. En el calor de la faena, ella le propuso hacer un trío con Pajarito. ¿Lo sigues viendo?, preguntó él. En mis fantasías, contestó ella. Pero en ellas también apareces tú, bebé… ¿Te avientas o qué?
Felfema Mreosi (México) estudió Filosofía en la FES Acatlán de la UNAM. Dedicó sus primeros años de experiencia profesional a la docencia (Filosofía, Literatura y Redacción). Ha publicado en algunas revistas en formato análogo y digital como Monolito, Errr Magazine y Marvin. Colaboró en el proyecto Deletéreo (shots de literatura ilustrada).