MARCELO SÁNCHEZ
Todo el tiempo se extinguen especies animales. Así son las cosas, de los dinosaurios a esta parte. Hay especies que se extinguieron por alguna fatalidad. Otras podrían haberse salvado, con tan sólo habérseles encontrado alguna función social que cumplir. ¿Qué hay especies que están a salvo de extinguirse? Yo no cantaría victoria. Toda especie que no se cuida se expone al desastre. En otras palabras: si su función social se desatiende, la especie peligra.
El caso de mayor éxito en materia de preservación deben ser los caballos. Son animales tan simpáticos que todos querríamos que sobrevivan como mascotas, a las que uno simplemente monta por el placer de montar. La verdad es que los caballos deben su supervivencia a su utilidad social como animales de entretenimiento y como bestias de tracción o de carga.
Hoy tenemos la tecnología para salvar a todas las especies amenazadas. Lo que faltan son ideas. No basta que haya gente generosa dispuesta a sacrificar algún dinero. Debemos ofrecerle a esa gente excusas válidas para comprometerse. Que existen los medios electrónicos para efectuar transferencias bancarias seguras, es un hecho. El déficit radica en el número y la calidad de las fundaciones dedicadas a preservar especies.
A las fundaciones les resulta difícil hoy convencer a potenciales benefactores de que ellas pueden salvar a los animales. Aquí conspira algo sabido por todos: el alto nivel de sofisticación adquirido por los predadores humanos que buscan explotar las especies con fines económicos. Por eso, se nos ocurrió que, en vez de centrarnos en derivar ingresos de campañas publicitarias, nuestras fundaciones se financien más que nada con actividades comerciales, provenientes de encontrar alguna función social a los animales en peligro.
Un ejemplo siempre es más claro que cualquier teoría. Nosotros tenemos dos fundaciones, una para salvar a las arañas de tierra y otra, fundada poco después, para salvar a los alacranes. La primera es una fundación exitosa gracias a que hemos logrado reintroducir a las arañas en algunos predios urbanos, aledaños – cuando no plenamente integrados – a lugares de entretenimiento para la familia. Los niños de la ciudad adoran a las arañas de tierra, que no existen en las moradas que ellos habitan, donde, por otra parte, el aseo doméstico erradica toda incipiente telaraña, y con esta el otro tipo de araña conocido. Lo que más le gusta a los niños es hacer salir a las arañas de sus hoyos en la tierra. Lo hacen introduciendo pajitas en el hueco. A veces las arañas, pese a estar en casa, aguantan en el hoyo un lapso de tiempo que puede hacerse largo. En ese caso, para acelerar la dinámica los niños recurren a echar agua en el hoyo. (Si el animal ha procreado en fecha reciente, con apenas meter la pajita se consigue que la araña salga de adentro, rodeada de sus crías, que normalmente se le suben a la madre por el lomo).
Lo importante es que los niños logren ver a las arañas. Eso sí, extremamos las medidas de protección a los niños. Ellos deben estar custodiados por un mayor de edad. Y en caso de picadura (evento que nunca se ha materializado), tenemos in situ recursos suficientes (enfermeros y vacunas). Lo peor que nos ha ocurrido es que el animal se trepe a la pajita, y que el niño no se percate de ello al retirar esta del hoyo. Pero la araña nunca ha alcanzado el cuerpo de los niños, que han soltado la pajita a tiempo, advertidos a los gritos por algún mayor. Otro riesgo sería que la araña salga por un segundo hoyo, y desde allí luego aborde imaginativamente al niño. Sin embargo, en caso de que la araña recurra a un segundo hoyo, nuestra experiencia indica que aquella, sólo velando por su defensa –y, si cabe, la de su progenie–, procura alejarse cuanto antes del lugar.
Al centrarme en la alegría de los niños he descuidado un ingrediente esencial del éxito de nuestra fundación. Y es que los adultos sienten una atracción por nuestras arañas a veces tan intensa, si no más. Éste es al menos el caso de los adultos que se han criado en la ciudad, cuyo desconocimiento de las arañas de tierra motiva su curiosidad, pareciendo despertarles el niño que llevan dentro. Y aun aquellos adultos que se criaron en el campo, o en una época cuando las arañas de tierra todavía vivían en los terrenos de la ciudad, disfrutan recordando vivencias que creían olvidadas –o quizás recordando las épocas a que esas vivencias pertenecen.
Lo que hasta ahora ha fracasado rotundamente es la fundación en defensa de los alacranes. Avistar un alacrán en la bañera cuando uno va a ducharse es una experiencia que cualquier persona atesorará muchísimo tiempo en su memoria. Nosotros hemos procurado promover el contacto entre humanos y alacranes, pero no hemos acertado hasta ahora con una fórmula que atraiga a los primeros. ¿Cómo, entonces, se ha venido financiando la fundación de los alacranes? Pues, mayormente con modestos traspasos de fondos provenientes de la pletórica fundación de las arañas. El tecnicismo legal que justifica estas transferencias es que ambas especies protegidas pertenecen a la clase arácnida, lo que haría que esas transferencias estén contempladas en la letra, si no en el espíritu, de los estatutos que rigen a ambas fundaciones. Que esas transferencias sean el sustento económico más regular con que cuenta la fundación de los alacranes no quita que, el otro día, esta fuera el objeto inesperado (al menos, por nosotros) de una cuantiosa donación que ingresó a la cuenta bancaria habilitada a tal efecto. A esta altura está claro que se trató de un error del donante. Éste, en carta que nos fue luego remitida, argumenta que se confundió de cuenta y que pretendía transferir aquel importe a otra fundación, que no administramos, dedicada a la preservación del oso panda. No estamos legalmente constreñidos a devolver ese dinero. Ahora, independientemente de que lo hagamos o no, todo parece indicar que nos será difícil seguir contribuyendo a combatir la temida extinción de los alacranes urbanos.
En términos generales, no puedo quejarme por la presente situación. Nuestras fundaciones, además de cumplir una función social, dan de comer a los que trabajan allí, y entre ellos al miembro fundador, que estas líneas escribe. El propósito de expandirme a otras áreas está siempre en mis pensamientos. Al fin y al cabo, podría en un futuro no muy lejano decaer el interés de la gente por las arañas, o surgir la competencia de otra fundación que mejor satisfaga esa necesidad popular. (Como se ha dicho, la fundación de los alacranes es difícil que despegue). Entre mis allegados existen dos teorías en cuanto a mi capacidad de desarrollo inmediato. Los optimistas piensan que mis chances de encontrar nuevas ideas exitosas son considerables; a fin de cuentas, hasta ahora sólo una idea mía –la de los alacranes– parece haber fracasado. Los más realistas (que evitan llamarse pesimistas) alegan que mi éxito con las arañas es fruto de la casualidad, y como tal, irrepetible; más aún, recomiendan que en vez de reinventar la rueda trate de hacerme un lugarcito dentro de campos más seguros, como el oso panda y el koala. Esto no me convence: antes que cejar en la busca de nuevas ideas en el mundo de la protección animal, prefiero trabajar en otra industria. Mi ansiedad por seguir innovando bien puede estar jugándome una mala pasada, al impedirme relajarme lo suficiente y estar más receptivo a mi voz interior. Las buenas ideas pueden surgir del estudio cuidadoso de los mercados, pero con mayor frecuencia nacen de cosas intangibles como los sueños o una asociación de ideas. Seguiré atento a mi intuición y a mi olfato, sin por eso descuidar mi experiencia en el área de marketing. Cualquier cosa, una noticia leída en el diario, un panel televisivo, una charla de café, un video viral, un anuncio publicitario callejero, un tuit aleatorio, puede darme la idea para mi próxima fundación.
Marcelo Sánchez escribe relatos y poemas. Fue premiado por los concursos Projecte Loc, Picapedreros, Caños Dorados, Javier Tomeo, Constantí, Premio a la Palabra y María Eloísa García Lorca. Sus trabajos han sido seleccionados para diversas revistas y antologías literarias.