GABRIELA NAVA
Yo soy una dama, aunque a veces se me olvida un poco, solo un poco, como aquel día de mi cumpleaños. Llegaba a los cuarenta años y estaba sola; cumplir con ceros, créanme, pesa un poco… o mucho, según el número que preceda al cero, así sea el dos, el tres o el cuatro; si ya supera al cinco empieza la tragedia y, además, se gasta mucho en un pastel más grande para las velitas. Al caer la tarde me sentía un poco triste. Sonó el teléfono. Era mi amigo Charly.
—¿Qué haces, amiga?
—Aquí, festejándome, hoy es mi cumpleaños, pensé que por eso me hablabas.
—Pues invita a la fiesta, estoy con los cuates.
—No importa, vénganse, pero traigan algo porque no hay bebida.
No supe en qué me había metido, aunque en realidad no debería quejarme del todo: fue una experiencia singular, enriquecedora y muy divertida. ¡Un poco vergonzosa, quizá!
Y llegó la bola: varios caballeros —a algunos no los conocía—, acompañados de seis damas. Venían cargados de viandas, botellas, refrescos y dos guitarras. Pelé los ojos, ¡cuánta gente! Ellas estaban guapas, curvilíneas, piernudas, nalgonas y chichonas. Empezó la pachanga.
Dos de los fulanos eran cantores y se inició una jornada bohemia en la que participé mucho. Canto bien y me gusta. Una de las damas, a la que le decían Barbi, cantó un bolero recompuesto: sustituía unas palabras por otras, todas ligadas al sexo y a malas razones, estaba muy ingeniosa, muy subida de tono.
Después, vino el bailacho y el contoneo con Celia Cruz, Ray Barreto y otros salseros. También nos arrancamos con una lambada. En ese momento fue cuando percibí algo raro: esas metidas de piernas intrusas a través de entrepiernas receptoras estaban muy sicalípticas.
—Oye, ¿no sé si ya te diste cuenta? —dijo Ponchito.
—¿De qué? —contesté.
— Estas son pirujas. Si no te fijaste, la verdad es que eres muy ingenua.
—No inventes. ¡Cómo!
—Oye, qué pena, si quieres, nos vamos.
Decidí que se quedaran, me dio curiosidad y pues ni modo, ya tenía suficiente kilometraje para comprender y ser tolerante. La fiesta estaba buenísima. El nivel etílico alcanzó grados álgidos, sobre todo en el caso de los hombres, ya que ellas se cuidaban; estaban, como quien dice, fichando, y yo decidí moderarme. Después, vi a uno de ellos en la terraza, en una posición extraña.
—Óyeme, Lalito, te pasas. Aquí hay baño. Te estás meando en mis azaleas y yo tanto que las cuido.
—Ay, no te hagas, ¿te dije yo algo cuando echaste tus colillas en el tibor chino de mi abuelita y luego lo llenaste de refresco? —me contestó, y la verdad me apené, porque sí había sido cierto.
Empecé a ver con horror el tiradero: vasos, colillas por todos lados, embarrijos, zapatos botados, botellas vacías y otras aún llenas. Iba para largo. ¿Qué sabía yo de putas? ¡Poquísimo! Me preguntaba si sufren, porque eso de que son de la vida fácil, no me lo creo, yo diría que son de la vida difícil. Qué asco deben sentir, aunque debo decir que mis visitantes no se veían muy sufridoras ni mucho menos asqueadas.
Las nenas conversaron conmigo mientras algunos borrachines se echaban un sueñito. ¡Ay, Dios! Yo soy de mente abierta, pero escuché cosas practicadas por aquellas reinas de la pasión que ni siquiera me imaginé que existían. Muy ilustrativas, mucho, hasta se me antojó ser, al menos, princesa.
Pobre de Cristal, me contó que ella trabajaba de día en un empleo aceptable y que hacía unos años tuvo un novio en serio —de día, por supuesto— y que por la noche… bueno. El novio era muy decente y respetuoso, la quería. La familia de él la conocía. A veces no se puede ocultar el sol con un dedo, en un arreglito el contratante resultó ser… ¡el suegro! No se diga más. Le pregunté qué tanto le había afectado.
—Pues… bastante. Yo pensaba retirarme, ya tenía un capitalito y quería otra vida. Mi novio, aunque no era rico, tenía buena posición, pero a mí me importa mucho el dinero, soy muy ambiciosa. Ni modo, lo mejor es seguir trabajando, ya encontraré a otro güey.
Les pregunté si sufrían. Sólo una, Roxy, dijo que sí, porque en realidad no le agradaba. Eran high class, no súper, pero sí finas, si cabe este adjetivo. Como que de la Merced… no eran. En ninguno de sus casos había un padrote de por medio y tenían la prerrogativa de poder elegir. Wendi me contó:
—Mira amiga, yo soy muy selectiva. Si alguien me repele, pues no. A los viejitos los atiendo y no les cobro. Algunos prefieren solo conversar. ¡Pobres! Hay quienes son viudos y no tienen ni por dónde, a otros los veo muy solos. Claro, los ayudo. Si te interesa… yo te digo cómo.
Y me dijo cómo. ¡Ay, Dios y re Dios! Pero tomé nota por si en el futuro, siendo viejita, se me presenta la ocasión. La verdad es que sí, pobres de los viejitos, porque a las viejitas yo creo que ya no les importa. Ya me tocará y escribiré al respecto.
Verónika —sí, con k— tenía una hija de doce años estudiando en el colegio Irlandés. ¿Cómo? Vero trabajaba para educarla de manera excelente. Dijo que seguiría en lo mismo hasta que la nena terminara una carrera. Vivían con su mamá, ella conocía la verdad y colaboraba. Su única condición era discreción, suma discreción.
—No creas que yo me visto así diario. No tengo mal tipo, arreglada de otra manera doy la pala. Tengo aparte un depa y ahí guardo todos mis instrumentos de trabajo.
Roxy, aquélla a la que no le agradaba la profesión, dijo que solo la ejercía por necesidad. Le pregunté cómo le hacía para no sentirse mal y contestó: me mentalizo.
Continuaron dándome consejitos, mismos que ahora sigo, a veces no al pie de la letra porque es demasiado, pero sí… algo. En eso, despertaron los bellos durmientes, me pidieron leche; uno que se quería bañar, y como soy re mensa, hasta la toalla limpia le di. Algunos se metieron a mi refrigerador porque se habían terminado las viandas. Acabaron con lo que había, hasta los frijoles, que dejaron embarrados por doquier. Ni qué decir de las tortas que se hicieron y la bola de migajas que quedaron dispersas junto con aguacates pisoteados.
Empezó el encueradero. ¡Ay, Dios, re Dios y requete Dios! Hasta eso, no eran tan indiscretos, se dejaron la trusa, o el boxer, según fuera el caso; de ninguna manera fue un desfile con los fusiles en ristre pero sí de top less. Tomaron posesión de los tálamos existentes. Tres en mi recámara, en la king size, ¿tres?, sí, tres. En el cuarto de huéspedes, hechos bola en las camas gemelas, otros que no conté. Otros, ¡hasta en la cocina!, y a algunos les tocó suelo. Qué bueno que existe el cloro, el Ajax amonia y el Fabuloso.
Charly me invitó a sumarnos a la trinchera en la king size y decliné la oferta. Le dije que a mí los conjuntos sólo me gustaban en grupos musicales. Y miren que me gustaba Charly. Hasta me había emocionado celebrar mi cumpleaños en su compañía.
Blusas, minifaldas, pantalones, collares, aretes, billeteras y relojes se encontraban en desorden. Parecía bazar de usado. Yo mejor me fui a resguardar en el pasillo del edificio a pensar en mis irracionales y abruptas decisiones. ¡Qué desvelada! Y yo que tenía que chambear al día siguiente. Concluyó la fiesta. Ellos se fueron muy contentos y ellas agradecidísimas. Me pidieron mi teléfono y me dije “¡Ay, qué importa! Una vez entrados en gastos, ¿qué más da?”
Desperté muy atarantada sobre un prado verde con flores amarillas, hasta que caí en la cuenta de que era el hermoso tapiz de mi sala, embarrado de aguacate y quemado por colillas. Busqué en la mesa lateral un billete que había reservado para pagar el teléfono. No estaba. ¡Pinches viejas! Ocuparon mi casa de burdel y aparte me robaron. Sonó el teléfono. Era Verónika con k.
—Oye, amiga, nada más te quiero decir que el Charly no me pagó. Según él porque no me había contratado, había sido ese que se llama Sergio y sí, es verdad, pero estaba tan borracho que no sabía ni dónde se encontraba.
—¿Quién me robó mi dinero? Había un billete de a mil —dije.
—Yo vi quién lo tomó, fue la Roxy, no dije nada porque la pobre está muy arrancada, ¡también quién le manda!, a cada rato anda rechazando clientes. Yo te ayudo a recuperar tu lana, pero tú ayúdame con lo del cabrón de Charly. ¡No se vale!
Ya ni fui a trabajar. Me encaminé a la oficina de Charly con Verónikaconk, la Barbi, Cristal y Roxy, a quien Vero ya había localizado.
—Oye cuate, no seas, págale a la nena —espeté con coraje.
—¿Y yo por qué?, si todas esas viejas ya estaban contratadas cuando llegué al bar, antes de lanzarnos para tu casa, y conste que tú nos invitaste.
—Qué cínico, mira que yo te debería cobrar también por el uso de suelo. O le pagas o le hablo a tu vieja y le cuento todo.
—Ay, toma pues.
Roxy estaba muy apenada y me devolvió mi billete. No se lo recibí, me dio lástima, es que yo soy buena, buena y pende buena.
—Son los honorarios por tus clases, pero para la próxima me haces una rebajita —le dije.
Nos fuimos todas a tomar un drink. Nos reímos mucho. Yo invité porque continuó el entrenamiento —sólo teórico, he de aclarar. Fuimos a mi casa y muy lindas me ayudaron a limpiar. Roxy no quiso usar el Ajax amonia porque le recordaba a un fulano que olía a meados, así que le di Pinol y le gustó, yo creo que atendió alguna vez a un cliente en el Ajusco, rodeados de pinos. A partir de ese día, algunas veces tomamos cafecito y en otras hablamos y conversamos. Me cayeron bien las damas, hasta ternura me dieron, y recordé el poema de Jaime Sabines:
Canonicemos a las putas. […]
Das el placer, oh puta redentora del mundo, […]. No exiges ser amada, respetada, atendida, ni imitas a las esposas con los lloriqueos, las reconvenciones y los celos. No obligas a nadie a la despedida ni a la reconciliación; no chupas la sangre ni el tiempo […].
[…] estimulas a los tímidos, complaces a los hartos, encuentras la fórmula de los desencantados.
[…]
Eres la libertad y el equilibrio; […] no sometes a los recuerdos ni a la espera. Eres pura presencia, fluidez, perpetuidad.
[…]
¡Oh ! puta amiga, amante, amada, recodo de este día de siempre, te reconozco, te canonizo a un lado de los hipócritas y los perversos […] te colmo de hojas de yerba y me dispongo a aprender de ti todo el tiempo.
Ahora, hasta las admiro un poco y podría decir que les estoy agradecida. Recuerdo al personaje de Almodóvar: “la Agrado”. Ella decía que la llamaban así porque agradaba mucho. No me he unido a las filas de esas damas mercenarias, pero hoy… agrado más, ¿será por ellas?