FELFEMA MREOSI
De día. Me baño en las aguas turquesa con el ánimo del vacacionista recién llegado. Ha sido el apremio de quitarme el bochorno de encima lo que me ha hecho bajar hasta aquí temprano. Hay quienes me echan en cara mi cara de que todavía no termino de despertar por completo. En efecto, traigo la noche pegada al cuerpo. Las sombrillas se me figuran enormes flores de las arenas. Y veo camastros para saltarles encima. Me pierdo en los titilantes destellos del mar y en aquellos que despiden las gafas que las dos Evas llevan. No sé por qué abstrusas relaciones, la devoción con que comen esas paletas hace de mi mente el tendedero donde flamean sus bikinis rojos. Perfecto, bajo estos influjos la arena es suave como canela en polvo y a cada paso felices se expanden los pies.Meterse al mar es todo un proceso. Y éste, aunque templado, no es para mí la excepción.De los tobillos a las rodillas (las apacibles nubes me recuerdan mi poder de alta transfiguración), de las rodillas a la cintura (voy dejando que me idiotice el sol de verano), de la cintura al pecho (mientras tanto pienso que todo lo que da de comer a su vez come), de éste al cuello (¿el sol está devorando a quién?) y del cuello a la completa inmersión (así me redescubro en mi desnudez).¡Oh, Dios, cómo le sangra la lengua al inconsciente! Le da jaqueca cuando lo dejan en jaque y mejor se escabulle como torpedo revestido en piel de mamífero acuático.De vez en cuando emerjo para echarle un ojo a mis pertenencias: una toalla y una mochila con las que me he apartado un espacio entre la multitud que no tarda.Ellas hablarán por mí en caso de ser necesario. En mi toalla impregno los humores de una santidad incomprendida. Mi mochila es a mí lo que la concha al cangrejo ermitaño. Con abrirla no sabrías qué guardo. De qué sirve tener bloqueador si no hay manos delicadas que te lo unten con delicia en la espalda. De qué sirve en todo caso tener una estúpida espalda. Ya sé: me haré el ahogado. Estaré a la espera de morder unos labios como las sandías.De esta palmera no caerá ningún prehistórico coco que me parta la cabeza y me derrame el propósito.
Intermedio. El vacacionista se zambulle en un sueño: sobre las aguas pasan aves paradisiacas de las que aprende a jalar el mar a sus misterios. Como ellas, quiere levantar crestas que remojen su pecho, quiere que le nazcan plumas para hacerle cosquillas al miedo. ¿Escuchas tú también cómo invocan su nombre con imperio? Es la luna que custodia los cuerpos e infiltra en los sueños susurros y señuelos. Despierta, semilla del canto de fuego, despierta.
De noche. ¿Cuánto tiempo he dormido? Esta hamaca es la telaraña. Las ámpulas, el ardor, los escalofríos, la inflamación: inequívocos síntomas de quien ha atravesado el sol. Soy un espejo que manda señales para rescatarse a sí mismo, mas no descifro todo lo que reflejo. Soy el escaparate donde se cumple un sacrificio. La luna me invita a meterme de nuevo al mar. Porque me busca, correspondo; hacia ella alzo mi mirar. Cómo confesar que me seduce, esta luna en que se suceden rostros, uno anulando al otro. ¡Au! ¿Y estas conchitas, de dónde chucha han salido? Del talón me las llevo al oído, pero aún no sé qué es lo que se supone deba escuchar. Dejo que el flujo y reflujo bañen mis pies heridos por las alimañas. Luego me meto más para tenderme bocarriba sobre el inmenso colchón acuoso. Ya no pataleo sino que floto. Los elementos me segmentan: una parte de mí bajo el agua y lo demás para el viento. Hago una estrella y me reconozco en el cosmos: cuestión de alinearse a la constelación bajo la cual tus bajos chacras y pezones respondan gustosos. El agua cierra mis oídos y yo abro bien los ojos. Entonces comienzo a orar en voz alta, haciendo girar mi cuerpo por la acción de abrir y cerrar dulcemente brazos y piernas. A través de ondas me expando al infinito. Oro: el pecho es la caja de resonancia de tu cosmos interno. Oro: el pecho abarca hoyos negros, galaxias enteras y convulsiones históricas de todos los tiempos. Me pongo en pie. Veo flotar mis pellejos. El agua retoza a la altura de mis hombros. La luna sigue bañando mis ojos y yo no puedo más que tocarme. Así hasta que deposito la simiente fosforescente: clarito la veo coletear y perderse a lo lejos para ir a preñar mis sueños.