LUIS MIGUEL BASCONES
Todos nosotros gruñimos como osos
y zureamos sin cesar como palomas.
Isaías 59, 11
Aquella mañana las calles amanecieron cubiertas de palomas caídas, algunas pesarían un kilo. Mientras los camiones de limpieza iban retirando los cuerpos emplumados, la gente los apartaba con los pies, entre el llanto de los niños camino a la escuela. En la calzada grumos de hueso, pluma y sangre se cuajaban bajo el rodar sin pausa de los coches.
Julio Fabián Cardenal, tras una noche de insomnio y sudores fríos, que persistía entre las farolas encendidas, va camino del laboratorio a la velocidad que dan sus piernas. Se levantó en cuanto entendió la noticia. Llevaba días intranquilo: todo iba bien, demasiado bien. Al menos a las afueras, donde está el complejo, apenas hay palomas, aquí y allá, tiradas por el suelo. Mientras camina, repasa los hechos a la espera de la llamada que entraría, seguro, en la mañana.
Ha llegado primero él a la oficina. Fabián sacude en el portal la gabardina y el paraguas y, cabizbajo, atraviesa el pool de puestos, ahora desiertos en la planta de producción, hileras de pantallas y respaldos vacíos, hacia su despacho. Enciende el ordenador y hace sitio en la mesa para juntar las piezas y preparar el relato de los hechos.
Todo empezó por dar respuesta a la plaga de las palomas excedentarias, que se habían convertido en un verdadero riesgo para la salud pública de la ciudad. Los métodos de control tradicional, como la inclinación de cubiertas, los pinchos y alambradas sobre espacios de reunión, el alimento envenenado, se habían visto superados por el desordenado crecimiento de esta población. Las posibilidades de la biotecnología, la tecnodomesticación y las ciencias alimentarias abrían todo un campo para afrontar los desafíos del momento.
Fabián imprimió, en primer lugar, los pliegos del concurso del Ayuntamiento para la mejora y sostenimiento ambiental. Entre los proyectos, el más redondo por convertir un problema en un sinfín de oportunidades fue Smart Pigeon (Palomas Inteligentes para la Sostenibilidad Integral de la Salud Pública). El proyecto, liderado por el profesor Fabián Cardenal, concertaba patrocinios de industrias alimenticias, de seguridad privada y el apoyo de las consejerías de Interior y Bienestar de la Familia del mismo Ayuntamiento. Dando un paso más en la larga historia de domesticación de las palomas, prometía una innovación integral y un plan de negocio extensible a otras ciudades que también presentaban este problema.
La primera generación de palomas modificadas partió del genoma de la paloma bravía (Columba livia), la típica que venía ocupando el entorno urbano hasta convertirse en una plaga. La modificación inicial introdujo inhibidores de la reproducción de la paloma bravía, para que fuera cediendo espacio a la paloma inteligente: Columba sagax o smart pigeon, nombre por el que se patentó la nueva variedad. Los resultados se notaron ya en el segundo ejercicio: la anidación y puesta de la paloma bravía cayó en favor de su competidora beneficiosa.
La segunda generación del proyecto piloto no incluyó mejoras genéticas, sino tecnológicas. Se integraron microcámaras en el pecho de una selección de palomas, ancladas al hueso de quilla y alimentadas sin batería, por el mismo movimiento de las alas. Un implante apenas visible en el animal, pero que dejaba sobresalir la lente entre su plumaje delantero, con la inclinación apropiada para capturar en vuelo imágenes de la ciudad. Se creó un centro de seguimiento semejante al que ya funcionaba para emergencias: dotado de un panel de docenas de pantallas y un potente programa que filtraba entre la avalancha de imágenes que llegaban de las palomas aquellas significativas. De esta forma, al tercer año ya se habían detectado centenares de robos en las calles de la ciudad e infracciones de tráfico. Se redujo la necesidad de policía local ante este pequeño ejército volador, capaz de enviar fotos de matrículas. El vuelo de las palomas-cámara permitió supervisar también el comportamiento de las manifestaciones autorizadas y detectar con antelación el germen de otras aglomeraciones, al monitorizar el movimiento de la gente en las calles. Se redujo así la delincuencia de todo tipo y la misma presencia y vuelo de las palomas se convirtió en un factor disuasorio para los infractores, contribuyendo a una ciudad más segura, amigable e inteligente. El proyecto fue galardonado y se dio por bien amortizada la inversión. El sudor corría sobre el labio superior de Fabián, mientras iba sacando de los archivadores las acreditaciones de los premios recibidos, las docenas de mensajes y discursos reconociendo el éxito del proyecto.
Para entonces las patentes habían pasado a una etapa de explotación comercial, las palomas modificadas se empezaron a introducir en otras ciudades y el laboratorio, gracias a una mayor financiación, siguió innovando funcionalidades de la smart pigeon. Se empezaba a escuchar en la oficina el trasiego de empleados, la inquietud de las conversaciones, el timbre de los teléfonos. Fabián ordenó, con voz entrecortada, que se mantuviera la normalidad y se encerró en el despacho. Pidió a su secretaria que no le pasara llamadas, salvo una. Sentado ante el ordenador y los papeles que iba acumulando sobre la mesa, el profesor se rascaba los brazos y estiraba de cuando en cuando el cuello para aliviar la tensión.
Una vez logrados los primeros objetivos de control de la plaga, el siguiente paso de la experimentación fue volver efectivo el símbolo de paz que estos voladores jugaban en nuestra cultura. Los niveles de estrés de la población, tanto en la productiva como en la dependiente, desde niños hasta ancianos, no dejaban de crecer a pesar de la recuperación económica. Un estrés con consecuencias de depresiones individuales y agresividad pública como no se habían conocido antes. La tercera generación de palomas (sagax 3.0) buscó seleccionar genéticamente su arrullo de manera que sintonizara el ritmo cardiaco humano hasta devolver su latido a umbrales de relajación y bienestar. Tras sucesivas pruebas con usuarios estresados, se produjo una serie de verdaderos diapasones repartidos por parques y avenidas, que llegaban por la mañana al alféizar de las ventanas, y arrullaban sosiego desde las cornisas calle abajo, a los tenderetes y puestos, a los transeúntes agitados que acompasaban el paso y aflojaban, ciertamente, los músculos de la cara.
El sexto año se permitió de nuevo a los jubilados alimentar a las palomas. Fabián recuperó los datos con la composición hormonal que regularía el ciclo de crecimiento, voracidad y reproducción de la paloma sagax. Se diseñó que el undécimo mes, alcanzada la madurez reproductora del animal, registrara un engorde acelerado hasta alcanzar un kilo, concentrado en los músculos pectorales, de manera que permitiera por un lado (objetivo intermedio), volar al animal engordado batiendo las alas con más vigor y, sobre todo (objetivo final), generar una fuente neta y fácilmente aprovechable de proteínas. Se introdujo en la paloma sensibilidad a un reclamo de ultrasonido que se emitiría desde el aledaño del laboratorio, que entretanto había crecido en equipos, personal e instalaciones. En el techo del laboratorio-palomar-matadero (esta última palabra no saldría nunca en los informes) se habilitó una rejilla electrificada cubierta de césped artificial. Una vez que acudían las palomas al reclamo, quedaban debidamente achicharradas. La rejilla se abría dejando caer los cuerpos a las bandas transportadoras camino a la cadena de despiece, procesado y envasado. Su carne terminaría en los pasillos y estanterías B de las grandes cadenas comerciales, para asistir a las capas improductivas y salvaguardar, también así, la paz social. Diez por ciento de las bandadas se emplearía para la reproducción y el laboratorio.
Entró la llamada esperada del mismísimo alcalde. Con torpeza, pues el teléfono le resbalaba entre las manos, Fabián se acercó el auricular al oído. Trató de articular palabras, pero sólo alcanzaba a zurear con la vocal “u”, con el mismo tono del arrullo gutural que le obsesionaba desde hacía semanas.