IVÁN FORONDA ARRÓNIZ
El Pichón tenía listo todo para romperle la madre al Ticas. Un día antes éste lo había ajerado por meterse con su hermana, la Imelda. El Pichón ya tenía cinco meses saliendo con ella, el Ticas ni en cuenta. Hasta que los encontró en plena cama, dándole duro. Y el Ticas, tan celoso, luego luego se le fue a los putazos.
—¡Órale, hijo de la chingada!, esta casa no es burdel —le gritó el Ticas.
Se conocían desde que eran niños, jugaban futbol en la calle, dale, dale, manda el centro, ¡gool, puto! Aunque eso no importó para que el Ticas le metiera unos madrazos al Pichón, quien, al siguiente día, ya tenía un bate de béisbol listo para vengarse.
Todo el barrio ya se había enterado de que había pleito cantado entre ambos, por culpa de la Imelda. Así era la vida en la vecindad. Había madrazos, chismes, dimes y diretes, enemigos, prostitutas gordas en minifalda, desgreñados y ancianos borrachos con cirrosis. Los más jóvenes se dedicaban a pintar paredes y fumar mota, cuando no, a acostarse con la primera que se dejara. Era un cabaret selvático y natural.
—A ver si muy machito, cabrón —le dijo el Pichón, bate en mano, al Ticas, que iba entrando por el pasillo sucio y pegajoso de mugre, con un foco roto, a media luz.
Unos niños pelones y descalzos, con mugre tatuada en los codos, se asomaron por el corredizo, ira, ira, ira, ahístan los dos, y se aventaban entre ellos emocionados, mujeres en pijama y peinados de león miraban por los balcones.
Jijo de la ch… si tantos güevos tienes, le hervía la sangre, vente, así cabrón, así, a mano limpia, deja ese pinche bate. Sin pedos, puto. Y se agarraron, ahí, perros rabiosos en el pasillo, rodeados de niños que gritaban entusiasmados, ladridos y una embarazada durmiendo al niño entre brazos. Ya, ya, ya, sh, sh, sh, ya, ya.
La Imelda los miraba a través de una rendija, desde la ventana alta del segundo piso, acostada boca arriba, desnuda, de cabeza, mientras el Cholo, en un ir y venir de vientres, gemía con ella.