MIRIAM ADAME
He pensado durante todos estos días en las palabras que podría utilizar en todas aquellas combinaciones adjetivas que construyan una descripción de la figura de mi cuerpo, y las necesidades que aquejan las sensaciones corporales, pero con el correr de mis pensamientos y la incesante sed de definirme, siempre llego al mismo tope en el que me encuentro: nunca sé exactamente lo que debo ser.
¿Lo que debo ser? ¿Qué mierda se supone que debo ser? Todo el tiempo las personas no son capaces de reconocer un rasgo distintivo en mi persona, algo que me defina entre mujer y hombre: marica, trans, lesbiana o queer. Desde la niñez pasé por una serie de escaneos a mi persona, me sometí a las inspecciones minuciosas sólo por el hecho de no sentir identidad por uno, otro o aquél, aún no entiendo por qué tenemos que conceptualizar todo lo que vemos o tocamos. Sé que ante la realidad social tenemos que asumir un rol tan limitado, como que si no eres él o ella, serás joto, machorra y muchas otras palabras que para el punto al cual quiero llegar no necesito enunciar. Tristemente me percato de que el lenguaje es tan reducido, como nombrar las cosas clasificándolas en dos haciendo antagonismo. ¡El mundo no es sólo blanco y negro!, jamás nadie podría siquiera alcanzar a nombrar la mitad de los colores que existen.
Siempre tuve dificultad para identificarme, en la adolescencia cuando conocí a cierto grupo de personas, creí sentirme parte de algo pues la aceptación que me profesaban era evidente, sin embargo cuando comencé a cuestionar sus prácticas fui excluida de una manera tan abrupta que pensaba que me encontraba en un error, empezaba a sentirme culpable conmigo por no saber cómo adaptarme. Y no sólo me sucedió con ese grupo, cada vez que pretendo formar parte de un círculo social, termino por excluirme en cuanto empiezo a percibir las condiciones que tengo que asumir para alcanzar la aceptación entre los adeptos. Creo que eran (siempre lo han sido y lo seguirán siendo), una serie de protocolos y requisitos muy absurdos, en primera instancia tenía que usar ropa similar al grupo, después adoptar ciertas mañas, movimientos y peor aún: sus palabras y pensamientos.
Entonces me pasaba como en aquellas ocasiones en que estamos inmersos en una situación en donde la gente se burla de nosotros, y somos los únicos que no sabemos que el objeto de burla es la diferencia que representamos. Cuando nos damos cuenta de que somos lo “socialmente inaceptable”, es decir, lo burlado, sentimos vibrar nuestras venas, como cuando algo nos sorprende y sobresalta nuestra percepción, como una sensación de agua helada sobre la piel. De esa manera me di cuenta de las fronteras que me separaban de los grupos sociales, tal vez de los demás también, ahora quizás un poco de mi cuerpo físico.
Y así fui pasando de un estado a otro, saltando a un modelo, probarlo e irme a otro. No era inestabilidad emocional como muchos pensaron (tal vez aún). Sé que estamos condenados a permanecer en un lugar, pertenecer a algo, tenemos la obligación de buscar la comodidad entre lo simple, la necesidad de apegarnos a algo, a alguien. Para eso fuimos programados, pero yo nunca supe engancharme a un solo discurso, entonces me abracé a las necesidades de mi persona. A partir de ese momento me vi inmersa en una serie de conflictos conmigo, tal vez se pensará (como muchos otros), que aún en la adultez mi comportamiento se asemeja a la de cualquier pubescente que se busca incesantemente, hasta que se identifica en el otro yo y no en sí mismo. Pero a mí me pasa lo contrario, quién podría entender si no Yo, todo aquello que me tuerce los pensamientos cuando miro con atención la imagen de mi cuerpo reflejada en un espejo. Entonces no sabía cómo interpretarlo, las curvas de mi cadera, la gravedad de mis senos, mi cintura. Al principio deseaba que desaparecieran todos los rasgos que me definieran ante los demás, pues aunque yo sabía perfectamente la representación social de mi persona, nunca logré adaptarme al molde que supuestamente me tocaba. No me sentía cómoda en ningún lugar, ni siquiera en mi propio cuerpo. Se supone que debemos asumir ciertos comportamientos conforme nos van educando, pero yo no me sentía como Yo con nada de lo que me decían que debía ser. ¿Era la ropa? ¿Acaso la manera en la que le hacía creer a las personas que pensaba exactamente como ellos querían? Me preguntaba en dónde radica la libertad del ser, era un cuestionamiento muy complejo porque cuando creía estar a un paso infinitesimal de sentirme libre, miraba mi reflejo y la cárcel de mí me tendía una trampa. Nunca supe aceptar mis circunstancias, todo el tiempo miraba hacia abajo, contemplaba mis pies y mis piernas, en tanto con mis manos sentía el hueco de mi vagina y pensaba: ¿cómo sería si fuera diferente? Tal vez desearía lo que no tuviera. ¿Cómo aprender a aceptarme con esto que tengo, con esto que soy, con aquello que pienso?
Acaso no me siento como mi cuerpo. Qué es mi cuerpo, sino materia que muda de forma y envejece sin perdonar al tiempo, ¿cómo ser lo que pienso sin cuerpo?, ¿cómo pensarme sin él? Impensable verme sin aquello que no tengo. Quise cambiar tanto engañándome con la ropa que sólo evidenciaba mis deseos. Soy transparente en mis gustos y verdadera al decir que ya no quiero uno ni otro, no hay forma de dejar mi cuerpo para sólo ser, se pensará que vivo en esa utopía (¿quién no?) de alcanzar algo que sólo da vueltas, como en uno de esos juguetes en donde el roedor corre sin llegar a un lugar, sin tocar nada, sólo pensándolo. Me esfuerzo para seguir en ese juego social del deber ser, he tenido que aprender a vivir en mundos reales y no; reales porque existen como existe lo que toco, irreales porque en cuanto les doy la espalda desaparecen, permanecen en mi memoria como simples archivos vividos y sólo está esto que veo: mi cuerpo que no es mío pero, tampoco lo sería otro. Entonces sólo permanezco en un estado inmóvil, en el mundo, en mi realidad, a través de esto que me representa, lo cual es hermoso pero pudiera ser mejor, siempre se puede más, o tal vez es sólo mi necedad de satisfacer a la vanidad. Como cuando estamos solos en una habitación en donde nos sentimos seguros y hacemos de los trastornos, un festín sodomizando nuestros nuevos traumas, dejándonos excitar por la libertad del verdadero ser, construyendo una cárcel más rígida y fronteras más firmes entre lo meramente privado y lo enfermamente público. ¿En qué consistirá que nos abandonemos para ser como quieren los demás? A veces me pregunto si esto que digo en verdad lo pienso Yo. ¿Es acaso lo que veo?, ¿lo que escucho? Al inicio, indagué en muchos Yoes: quise ser él, luego pretendí ser ella, acepté las críticas siendo eso. Después sólo fui cualquiera. No sé en qué momento de mi vida empecé a dejarme llevar y desprenderme de mi carne humana, ¿acaso seré un cyborg de lo que creo que soy o de lo que me hacen creer?
Y es que algunas veces las palabras llegan y se aferran a mí hasta que empiezan a moldear estructuras que cambian mi percepción, forman un concepto de mi persona que no se parece a lo que pienso, entonces no sé si me engaño cuando creo lo que pienso que soy, o cuando intentan afirmarme en algo que no reflejo, o tal vez sí. Últimamente he dudado tanto de todo que prefiero no pensar y sólo dejar que las sensaciones fluyan: esas pequeñas vibraciones que me recorren en el interior como esa sensación de vómito, espasmos prolongados en el estómago, palpitaciones en el clítoris, calor. Mi cuerpo físico y Yo, dejándonos ir por la seducción, sobresaltando los poros de los brazos mientras levantan los finos vellos, ligeros, fríos, por mi columna vertebral y millones de imágenes por segundo captadas por los ojos. Esa acción de mirar desencadena una serie de historias inventadas para volverse imposibles realidades. Ese momento en que tenemos la opción de destapar nuestra caja de pandora y dejarnos arrastrar por las tempestuosas emociones, o dejar que todo se vaya y ya.
Esas emociones humanas son los componentes de mi cuerpo actual, la carne no basta para sentir acaso un poco de vida, las palabras nunca serán suficientes para entender mi reflejo en las personas, tampoco lo serán si trato de explicarme ante ellos. En un mundo en donde cabe tanta gente, tantos olores, diferentes formas, por qué sólo limitarnos a lo que vemos si es posible la existencia de algo detrás de todo aquello, algo más profundo e infinito.
Si en una sola mente pueden existir miles de millones de posibilidades, inventos vanos, amores vividos desde los recuerdos: en un solo pensamiento podemos ir al pasado y regresar al presente pasando por el futuro en una milésima de tiempo…
Nunca entenderé esa forma de percibir solamente una figura en forma de cuerpo humano, cuando éste no sólo se limita a lo que representa.