AGUSTÍN ORIHUELA
El escritor Isaí Moreno nació en la Ciudad de México en 1967. Se formó en física y matemáticas, área en la que se doctoró en 2006. Ha publicado las novelas Pisot (Premio Juan Rulfo a Primera Novela 1999), Adicción (2004) y El suicidio de una mariposa (2012, finalista del Premio Rejadorada de Novela Breve 2008 en Valladolid, España). Es profesor-investigador en la carrera de Creación Literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y colabora en revistas literarias, suplementos y blogs culturales como Nexos, Letras Libres, La Tempestad y Blogindieo. Sus cuentos forman parte de antologías como Así se acaba el mundo (Ediciones SM, 2012) y Tierras insólitas (Almadía, 2013). En 2010 obtuvo por la UNAM la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas con la tesis Hacia una estética de la destrucción en la literatura. Desde 2012 es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
¿Cómo fue tu infancia y tu acercamiento con la literatura?
Uno sería afecto a decir, a la manera de los grandes escritores, qué crecí en una biblioteca con libros de autores clásicos de la literatura, pero en mi casa había poco material de lectura, por lo que mi primer acercamiento con la literatura en la infancia fue más bien con esas revistas que fueron la educación sentimental de mucha gente, como el Reader’s Digest, que leí con asiduidad porque era lo único de que disponía. Debo decir también que por la educación religiosa de mis padres había una gran cercanía con los libros relacionados con la Biblia. Crecí leyendo el Antiguo Testamento, aterrado por supuesto por todas las iniquidades que enumera. Fueron mis primeros acercamientos. En cuanto a otro tipo de literatura, algunos libros que recuerdo fueron, por ejemplo, una versión adaptada de Hansel y Gretel; otro libro que marcó mi infancia lectora fue Genoveva de Brabante, una lectura maravillosa para esa época.
¿En qué momento surge la conciencia de que estabas acercándote a la literatura, cuándo decides ser escritor?
La conciencia de acercarme a la literatura fue en la secundaria. Yo había leído con precaución El Principito, y otro libro que no fue precisamente de mi agrado: Platero y yo. Tengo la idea de que El Principito no es un libro para niños; es un libro para adultos. Cuando adquirí conciencia del poder de la literatura fue a través de una novela que me recomendó mi primera maestra de Español en secundaria, quien por cierto nos advirtió que la novela era diferente de la telenovela. Entonces compré, por recomendación de la profesora Aurora, El Zarco, de Ignacio Manuel Altamirano, que me llegó en un momento clave. Fue tal novela la que me dio una perspectiva diferente, al igual que uno de los cuentos del Llano en llamas de Juan Rulfo, “Nos han dado la Tierra”, que me hizo intuir que en la literatura las palabras convocan a cosas.
Con esta intuición, son pocos los matemáticos que se dedican a escribir en México. ¿Cómo fue esta relación de la literatura con tu formación lógica?
No hubo una relación directa. Hay puntos en común con las matemáticas. Hace poco escribí acerca de esta relación entre las matemáticas y la literatura. Hay matemáticos que convierten el café en teoremas, un escritor es alguien que transforma el café en novelas. Yo llegué a las matemáticas por una inquietud personal porque desde pequeño me gustaron las ciencias exactas. Empecé por la física después de leer la Historia del tiempo de Stephen Hawking. Me entusiasmó la relación entre el espacio y tiempo, y me dije: yo quiero descubrir más cosas del universo. Luego me di cuenta de que no tenía el don de ver en las ecuaciones sutilezas que te dicen algo del mundo que habitamos. Decidí ir por algo más abstracto, por la belleza misma de esas ecuaciones. Por años me di a la tarea de perseguir esa belleza. En ambas ramas está presente la búsqueda de la belleza. Tanto en las ciencias como en la creación literaria se requiere la capacidad de asombro. No puedes hacer ciencia, o literatura, si no tienes capacidad de asombro.
La identidad cultural se transmite a través de las generaciones. En tu caso como miembro de la generación de escritores mexicanos nacidos en los sesenta, ¿con qué autores o corrientes literarias te identificas?
Este tema me inquieta. Desde el primer momento en que me dediqué a la literatura nunca me identifiqué con una tendencia creativa, mucho menos generacional. En mi caso, los autores de mi generación con los que he tenido contacto son aquellos a los que profeso admiración y de los que he aprendido, como Cristina Rivera Garza, Mario González Suárez, Mario Bellatin, Pedro Ángel Palou. Admiro también el trabajo de Álvaro Enrigue y a Adriana Díaz Enciso.
Esta formación no es solo hereditaria, sino que se va construyendo con las lecturas, con las influencias de tus contemporáneos. ¿Cómo fue tu formación como escritor en esta generación?
Todos tenemos un puñado de maestros. En mi caso es innegable evitar la tradición literaria. Queremos iniciar imitando y después escribir con la independencia de ellos. Yo leí de manera tardía a Octavio Paz, a Rulfo, a Cortázar. Empecé con la poesía por un impulso primario. En mi período inicial publiqué poemas en algunas revistas como Tierra Adentro, pero justo por un conflicto existencial: qué voy a hacer y cómo me voy a definir hacia el mundo. Otro tiempo me dediqué a leer obras que tuvieran que ver con las ciencias; me discipliné colaborando con columnas en medios que publican divulgación científica. Después me di cuenta de que no era lo que estaba buscando y me dije “voy a narrar, algo me impulsaba a narrar”. Empecé escribiendo cuentos y terminé en el terreno de la novela.
Los escritores noveles tienen ahora escuelas de creación literaria que les sirven como entrenamiento intensivo; tenemos a la Sogem, a la EME, al Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia del INBA, a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. ¿Qué opinas de esta institucionalización en la formación de escritores?
En las décadas de los cincuenta y sesenta se consolidó la tradición de los talleres literarios. Muchos autores empezaron su fogueo en los talleres de Juan José Arreola, Juan Rulfo, Carlos Montemayor, Alí Chumacero. A partir de ahí se dio un auge de los talleres literarios. Aunque en realidad, creo, los talleres son puntos de confluencia (para otros que también están buscando a sus semejantes), ahí se transmiten sólo algunas técnicas. Lo valioso de los talleres es su dinámica, sirven para aprender a leernos a nosotros mismos. El ejercicio escritural es algo solitario.
En Pisot se nota de forma evidente la influencia que tu formación matemática ejerció en tu trabajo de narrador. ¿Cómo fue el proceso de creación de esta novela?
Esta novela brotó de una intención, de una pulsión de escribir algo relacionado con lo que había hecho durante muchos años. Estaba un poco aferrado en unificar los mundos en los que había vivido. En la novela floreció ese afán, surgió al ver un algoritmo matemático que me provocó mucho asombro, me causó vértigo y me dije “voy a escribir una novela”, “voy a investigar y a narrar”. También detonó la novela mi lectura de El nombre de la Rosa, de Umberto Eco, y Opus Nigrum, de Margarite Yourcenar, que trata de la historia de Zenón y de cómo es la génesis de la ciencia a partir de un ser humano que observa todo, que busca la unidad de todas las cosas. Esos fueron los parámetros de los que partí para iniciar Pisot. Lo demás fue un proceso de descubrimiento, un proceso veloz; la escribí en año y medio.
En Pisot, el personaje Policarpo se obsesiona con una ecuación cuadrática y después en la prolepsis el personaje Marino sucumbe ante la evidencia de un número irracional. Hay una conexión evidente entre ambas historias que surge de un azoro inicial ante ese número. ¿Cómo están conectadas estas historias?
En ambos personajes se experimenta el asombro. En el primero el asombro de ver tantos ceros en una cifra y en el otro de lo que se puede hacer con el cálculo de los números. Recurrí a un concepto de matemáticas llamado homología, que muestra cómo en dos ámbitos separados hay algo que los hace equivalentes. Traté de que en las dos historias de la novela hubiera una homología, una equivalencia o convergencia que se da al final en algo abstracto, en una cifra. En su momento fue un experimento que me causó dolor de cabeza.
De acuerdo con Asmara Gay, la metáfora de la mariposa que se suicida quemada por la luz de la vela ha sido ocupada por diversos escritores: Petrarca, Lope de Vega, Cervantes, Santa Teresa, entre otros. En tu novela, El suicidio de una mariposa, esa luz la representa el personaje Antonino, quien termina quemando a Saúl. ¿Cuéntanos la historia de esta novela?
Tuve la intención de fabular algunas vivencias personales. Cuando acabé Pisot, inicié la escritura de El suicidio de una mariposa. El título llegó después, cuando terminé mi primer borrador lo llevé al taller de Mario González Suárez. En uno de sus libros Cioran tiene un silogismo así: La vida es etérea y fúnebre como el suicidio de una mariposa, de ahí tomé el título. El personaje está angustiado por lo etéreo, por lo fúnebre de la vida. En mis primeras versiones, en el año 2000, tenía el epígrafe de Cioran, después lo cambié. Cuando leí la reseña de Asmara Gay me enteré de otros escritores que habían utilizado esta metáfora. La escena de la mariposa fue pensada en lo que Cioran anotaba, luego de leerlo dije a Mario González: voy a narrar el aforismo.
Es una metáfora muy bella, porque Antonino lo que hace es acercarse a la llama que emite Saúl y quemarse para siempre a partir de ese episodio final.
Hay una atracción inevitable de Antonino por acercarse y quemar a los dos personajes.
Escribir una novela en un solo párrafo requiere un gran trabajo para no perder el ritmo. ¿Cómo fue este proceso?
Cuando el libro aprobó el dictamen en editorial Terracota, me dieron quince días para entregar la versión definitiva; entonces descubrí que la novela tenía un carácter fragmentario, estaba escrita en parágrafos pequeños. Había rupturas de tiempo que me molestaron y decidí romper algunas. Inicié pegando algunos párrafos narrando un poco más. Cuando había pegado varios, concluí que deseaba pegar todos. La idea me sedujo bastante. Pensé “a ver si el editor no me lo rechaza”, y a los quince días el editor me preguntó: ¿Cambiaste algo de la historia? Le contesté: No, esa no la toqué. Me dijo: no hay problema. Intenté que no se sintiera la necesidad del punto y aparte y terminé el proceso. En matemáticas existen los objetos conexos que intuitivamente son de una sola pieza, yo buscaba precisamente, una novela conexa.
Ciudad del Valle es un lugar fantástico que tiene sus espejos con ciertas regiones de la Ciudad de México. En la novela aparecen unas coordinadas geográficas que, en un matemático como tú, no parecen puestas al azar. ¿Qué significan esas coordenadas para Ciudad del Valle?
Me sorprende tu lectura atenta, dejo de tarea al lector investigar el lugar “real” en Google Maps. Dos sitios que más contribuyeron a la creación de Ciudad del Valle son la delegación Venustiano Carranza en el Distrito Federal y la colonia Guadalupe Xalostoc en Ecatepec, un lugar sórdido en el que viví una temporada cuando se estaba poblando: no era raro encontrar cadáveres en uno de los canales que lo atraviesan. Mario González Suárez me sugirió inventar una geografía para la novela, lo que al final le tomé.
En la novela hay muchas evocaciones a la cultura popular: Alerta!, canciones como “Ella se llamaba Martha” el heavy metal, John Lennon, etc., ¿cómo influyó tu experiencia personal en este tributo a la cultura popular?
Claro, es curioso porque era una cultura que, por la cultura religiosa de mis padres, era prohibida para mí. De un modo lateral la fui recuperando en el camino.
¿Cuál es tu próximo proyecto?
Tengo varios proyectos. El que casi ha cristalizado es una novela breve que se llama Orange Road, una carretera imaginaria en el desierto, en una región de los EE.UU., entre Arizona y California. Trata de una secta religiosa, apocalíptica, que pretende enseñar su credo al mundo. Tienen en mente un atentado a las Torres Gemelas, pero se les adelanta Al Qaeda el 11 de septiembre. Es mi novela del 11-S. Tengo otro proyecto novelístico, una exploración al inicio del siglo XXI que se llama De dioses y olvido, en el que exploro el tema del olvido, la futilidad de lo que permanece.
¿Qué estás leyendo ahora?
Estoy leyendo varios libros al mismo tiempo. Terminé hace poco El cielo árido, de Emiliano Monge. Ahora leo Intemperie, de Jesús Carrasco, Flores en la grieta de Richard Ford, Cómo hacer cosas con palabras, de John Austin, una obrita que trata sobre la filosofía del lenguaje.
¿Qué les recomiendas a los jóvenes que están aprendiendo a contar historias?
Primero que lean mucho. Una receta que me ha sido útil es leer a los autores contemporáneos, de generaciones cercanas a la mía, intercalados con lecturas de autores de la tradición clásica. No hay que olvidarse de la tradición.
¿Has encontrado tu exacto lugar en el mundo de la creación?
Sí, en la novela. Narrar es algo asombroso. Narrar es conocer. La ciencia es ya un hobby para mí. Encontré también mi lugar en el terreno de la vida. A veces perdemos el sentido de vivir.
¿Sabes orlar hessianos?
Por supuesto.
Nota: en matemática, la matriz hessiana o hessiano de una función f de n variables es la matriz cuadrada de n × n, de las segundas derivadas parciales.