AGUSTÍN ORIHUELA
Armando González Torres (Ciudad de México, 1964) es el ensayista más talentoso de su generación. Sus escritos combinan la reflexión estricta y sin concesiones con un ritmo poético que le da una presencia vigorosa en las letras mexicanas.
González Torres estudió en El Colegio de México. Es autor de los libros de poesía: La conversación ortodoxa, (Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen, 1995); La sed de los cadáveres (1999); Los días prolijos (2001); Teoría de la afrenta (2008); y La peste (2010); así como de los libros de aforismos Eso que ilumina el mundo (2006) y Sobreperdonar (2011).
Ha publicado los ensayos: Las guerras culturales de Octavio Paz (Premio Nacional de Ensayo Alfonso Reyes, 2001); Instantáneas para un perfil de Gabriel Zaid (Premio de Ensayo Jus 2005 Zaid a Debate); ¡Que se mueran los intelectuales! (2005); La pequeña tradición. Apuntes sobre literatura mexicana en los márgenes (Premio Nacional de Ensayo José Revueltas, 2008); El crepúsculo de los clérigos (2008); y Del sexo de los filósofos (2011).
AO: Eres un escritor que ha publicado poesía, ensayo, crónicas, aforismos y narrativa, entre otros géneros. ¿Qué es lo que buscas cuándo escribes?
AGT: Algo que me interesa mucho es que la distinción entre los géneros se difumine. En mis libros más creativos hay una mezcla de varios géneros, son libros muy difícilmente clasificables. Por ejemplo, en el caso de Eso que ilumina el mundo y Sobreperdonar mis editores tuvieron problemas para clasificarlos en las colecciones existentes. El primer libro se publicó en la colección Ensayos de Almadía, casi todas las reseñas lo catalogaron como un libro de poesía, y en las librerías lo ubicaron en la sección de narrativa. Sobreperdonar fue editado en la sección de narrativa, pero las reseñas lo consideraron un libro de poesía. Esta indefinición genérica lejos de desconcertarme es algo que me gusta, ya que he logrado mi objetivo de salir de las zonas de confort del lector que son los géneros definidos y entrar en algo que habría que llamar más genéricamente: escritura.
AO: Hay una tendencia en tus obras, en especial en la poesía, por la experimentación, ¿hacia dónde te diriges, cómo vislumbras tus próximas obras?
AGT: Me interesa experimentar con diversos tipos de escritura y de resolución. Mis libros como Teoría de la afrenta, Eso que ilumina el mundo y Sobreperdonar, tienen tesis filosóficas en torno a los pecados capitales y al acto del perdón, que podrían parecer temas argumentativos, pero que tienen una resolución literaria. No sé qué tanto se logre esto, pero mi intención es jugar con distintos tipos de lenguaje, con lenguajes que pueden parecer argumentativos, pero dándoles una resolución poética.
AO: El tema del primer número de la revista Nocturnario es la identidad, entendida como la conciencia que una persona tiene respecto a sí mismo y que la convierte en algo distinto de y para los demás. En este sentido, ¿cuáles son los rasgos generales que distinguen tus obras y te dan una identidad como escritor?
AGT: La identidad de un escritor es profundamente cambiante, fragmentaria. Desde Rimbaud sabemos que uno es muchos otros y la literatura contribuye a establecer lazos entre las conciencias. Mi aspiración, lejos de establecer una identidad o «voz propia», es, al contrario, explorar cada uno de esos personajes, de esas identidades escindidas, que uno puede tener como individuo y como colectividad.
AO: Desde una perspectiva esencialista, la identidad cultural se transmite a través de las generaciones, son rasgos propiamente hereditarios, en tu caso como miembro de la generación de escritores mexicanos nacidos en los sesenta, ¿con qué autores o corrientes literarias te identificas?
AGT: Yo soy muy tradicionalista, pese a que no creo en la identidad y en la “voz propia”. Aunque creo que las voces del escritor son múltiples, creo en una herencia cultural que no es estática, que se modifica y es muy dinámica. Creo en un panteón de escritores fundamental, yo vengo de una genealogía que viene desde los Contemporáneos hasta Octavio Paz.
AO: La identidad cultural no es solo hereditaria, como lo afirmas, sino que se va construyendo con las lecturas con las influencias de tus contemporáneos. ¿Cómo fue tu formación como escritor de esta generación?
AGT: A partir de los sesenta somos generaciones mucho más dispersas, que no compartimos proyectos colectivos, no hay revistas emblemáticas que nos hayan reunido generacionalmente, y tampoco hay sucesos históricos o sociales que nos identifiquen. Creo que es una generación un poco dispersa, reflejo de la mayor pluralidad de la sociedad mexicana.
AO: ¿Quiénes son los escritores que han influido en tu trayectoria?
AGT: Los actores más influyentes en mi formación son autores clásicos. Sigo leyendo mucho a los griegos, sigo la gran corriente de la poesía de Occidente que comienza con Baudelaire, Mallarme, Válery, las vanguardias, con Elliot, con algunos poetas hispanoamericanos, Paz, Girondo. De los poetas mexicanos contemporáneos me interesa Gerardo Deniz.
AO: ¿Qué estas leyendo en este momento?
AGT: Muchas de mis lecturas más fructíferas no son literarias, son filosóficas, de antropología. Ahora estoy leyendo al francés Pascal Quignard, que practica este género tan ambiguo conocido como escritura; escribe ensayos líricos o novelas experimentales, es un autor del que te puedes esperar cualquier sorpresa. También he estado leyendo mucho a algunos filósofos, como los estadounidenses Robert Nozik y Michael Sandel.
AO: En tu obra hay una preocupación constante por revisar las guerras culturales o las reyertas entre los diferentes grupos de escritores, con la muerte de Paz, Fuentes y Monsiváis, los “clérigos” de la cultura en México, ¿qué patrones observas en el futuro de la política cultural de nuestro país?
AGT: Una faceta un poco azarosa de mi trabajo ensayístico ha sido ocuparme de los usos y costumbres del mundo intelectual y también de las formas de liderazgo, de caudillismo cultural en México y América Latina. Dediqué un libro al tema del ascenso beligerante de Octavio Paz y a su influencia en la cultura mexicana y otro, El crepúsculo de los clérigos, a Paz, Fuentes y a Monsiváis. Por ellos he ejercido una admiración crítica —decía Nietzsche que hay que aprender a admirar con violencia— desde posiciones de escepticismo. En México tenemos esta falsa idea de rendir tributo a nuestros actores dilectos cargándoles el portafolio, y creo que la mejor manera de honrar nuestra tradición intelectual es siendo críticos. Sobre todo con Paz, porque Fuentes y Monsiváis, sin quitarles méritos, seguían un patrón en muchos sentidos patentado por Paz, que es este modelo muy influyente en el siglo xx, del “intelectual omnívoro”; un intelectual capaz de debatir sobre diversos temas y traer a la escena pública temas y tópicos que ahora se tienen asignados al campo de los especialistas. Esta labor podía tener en algunos momentos ciertos peligros, sin embargo creo que eran muchos más sus méritos, como el de democratizar la discusión sobre los asuntos públicos y establecer enlaces entre los campos de la cultura, el conocimiento y la ética, que muchas veces mantenemos artificialmente divididos. Con la muerte de estos personajes muere esta figura del «intelectual omnívoro» y nos deja en una orfandad peculiar, ya que lo que queda en el escenario intelectual es el imperio de los expertos, que puede traer mucha más precisión, pero también mucho más disgregación de la visión cultural y del enfoque ético.
AO: Los escritores noveles tienen ahora escuelas de creación literaria que les sirven como entrenamiento intensivo, tenemos a la Sogem, a la eme, al Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia del inba, a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. ¿Qué opinas de esta “institucionalización” en la formación de escritores?
AGT: Creo que es natural, anteriormente la formación de escritores se realizaba en el seno de los grupos culturales. La gente interesada en la literatura, en las humanidades, en las artes, tendían a reunirse en tertulias y grupos a compartir estos magisterios informales. Con la explosión demográfica de vocaciones intelectuales y literarias, era necesaria una mayor profesionalización de su formación. Es natural esta eclosión de escuelas. Lo que no debe esperarse de esta profesionalización de la enseñanza y de la vocación literaria es que mágicamente produzca escritores, pero se puede ofrecer una serie de herramientas, de instrumentos prácticos, propios de la escritura creativa y no del estudio académico de la literatura, que es lo que te ofrecen las carreras clásicas de letras.
AO: La palabra nocturnario evoca el relato de los sueños o de los recorridos de un noctámbulo. En este sentido, es famosa tu trayectoria de cronista de la vida nocturna de esta ciudad. ¿Cómo combinas tu trabajo profesional, con la vida bohemia y con el proceso creativo?
AGT: Tiene que haber un equilibrio. La vida bohemia, la vida de tertulia, anima la conversación, pero al mismo tiempo la conversación se anima mucho con la lectura en silencio, con la exploración nocturna en tu biblioteca, que además hay que complementarlo con el trabajo diurno. Son equilibrios muy delicados que hay que guardar de la mejor manera. Muchas veces caemos en uno solo de los estereotipos, la del bohemio inspirado que no tiene necesidad de realizar ningún esfuerzo, al que le llega la musa mágicamente, o la idea de que todo el trabajo literario o intelectual, tiene que ser un trabajo de laboratorio de biblioteca. Hay que encontrar un equilibrio entre estas dimensiones, que te lo da tu personalidad y hasta tu propio organismo.
AO: Por más de veinte años presidiste una tertulia en la cantina de La Ópera, donde se especializaron en el trabajo de campo de los bajos fondos de la ciudad. Platícanos sobre el origen de esa tertulia y los escritores que acudían a ella.
AGT: Era una tertulia donde por casualidad acudían escritores, aunque también llegaban artistas, intelectuales, noctámbulos, y desfilaron diversas personalidades, como Alfredo Giles, Francisco Conde, Héctor de Mauleón, Juan Manuel Gómez, entre muchos otros. Creo que había muchas afinidades artísticas, comunión de afectos, es una tertulia de la que tengo muy buenos recuerdos y obtuve inspiraciones muy fecundas.
AO: ¿Cómo influyó esta etapa de tu vida en tu trabajo literario?
AGT: Nunca he dejado la vida de tertulia, la conversación es fundamental para la retroalimentación artística, sobre todo la conversación que va más allá de disciplinas establecidas, de jerarquías; una conversación que es informal, pero no superficial, una conversación libre, pero que no carece de reglas de urbanidad. Esta conversación puede generar mayores frutos intelectuales, especialmente si no se limita a artistas de una sola disciplina y reúne a personajes del mundo artístico, del intelectual, del político. Esta amalgama retroalimenta las visiones del mundo, los estilos de enfocar las cosas y resulta muy fecunda para todos los participantes.
AO: ¿Has encontrado tu exacto lugar en el mundo de la creación?
AGT: Para nada, es algo que sigo buscando continuamente.
AO: ¿Hacia dónde crees que te lleva el futuro?
AGT: Me interesa seguir arriesgando, no establecer zonas de comodidad; el día que alguien me diga un lugar común, como que tengo una “voz propia“, me voy a deprimir. Voy a sentir que no he cumplido mi objetivo. Mi intención es seguir explorando lenguajes, argumentos y seguir incursionando en ese género ambiguo y ambicioso que es la escritura a secas, sin géneros.
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