CONSUELO SÁENZ
Llevaré la honestidad hasta sus últimas consecuencias, tanto como me sea posible en este ejercicio sin ventaja ni frases premeditadas. Tal cual dé orden a los pensamientos. Es menester hacer una separación entre pensamiento e ideas, sentimiento y emoción, pues lo sabes, detesto la sensiblería.
A lo largo de los años que hemos compartido juntos no has cesado en señalar mi conducta como la de una mujer iracunda, obstinada, caprichosa y eternamente insatisfecha. Lo acepto, he contenido el impulso de saltar de esta relación asfixiante como puede sentirse la desesperación infinita de hacerlo desde un barco en llamas. Tengo las agallas suficientes para marcharme de tu lado en cualquier momento sin reparar en las consecuencias, pero, sería como dar la espalda con inmadurez y falta de tacto; ambos perderíamos lo ganado. Conozco tus anhelos y aspiraciones. Lo has dicho, te asumes como un ser humano que ha cometido errores y no por ello eres una mala persona. En cambio yo, hace tiempo dejé de juzgar a la humanidad como buena o mala. Para mí, la humanidad se divide en convenientes e inconvenientes. Rehuí al hecho de enfrentar mis deseos, las horas bajas, la voluptuosidad de los placeres mundanos por considerarlo egoísta y perverso pensando el qué dirán. Soy cínica y cruel por confesión. Acallarlo, muy a mi pesar, mientras arrastraba con ello la cordura ¿para qué? Sentimientos de culpa. La insatisfacción constante como remanente.
Lo diré claro, necesito un espacio. Sí, ¡soy yo y eres tú! Somos personas incompatibles que siguen juntas por el mal ejemplo arraigado como cochambre en el ADN. La costumbre en el matrimonio es más inmoral que las despedidas. La costumbre que impide cuidar de una misma en pos del deber y el bienestar de los otros.
¡Me pides la verdad y no sabes qué hacer con ella! ¿Otra persona? ¡Vamos! Qué imbécil he sido en pensar que podríamos encarar esta conversación. ¡Me tienes hasta la madre!
De forma súbita, Marlene, recuerda el momento en que arrojó las tres monedas al aire y cuestionó al oráculo si lograría llevar a buen término la conversación por mucho tiempo postergada. Éste le reveló la sentencia:
Nueve en el tercer puesto: Al carruaje se le saltan los rayos de las ruedas. Hombre y mujer tuercen los ojos. Cuando “hombre y mujer tuercen los ojos”, es señal de que no pueden mantener su casa en orden.
Tras aquella cavilación, la cordura volvió a templar su ánimo. Después del breve silencio se reincorpora, se pone de pie a la vez que emite una profunda exhalación, y con actitud altiva se dirige a la cocina.
Antes de cruzar el umbral voltea, y pregunta:
―Pondré agua para el café ¿quieres uno?
Consuelo Sáenz (Ciudad Juárez, 1973) es socióloga. Se desempeña como periodista cultural independiente desde hace dos años. Ganadora de la Columna de Plata 2016, otorgada por la Asociación de Periodistas A. C. Finalista del Premio Estatal de Periodismo José Vasconcelos 2017.