MIREILLE TORRES
Una plática revuelta, repite lo mismo varias veces, pero añade información nueva en cada repetición, con los ojos sonriendo. Ahora está a solas en una de las tantas salas del recinto, esperando, parado al lado de otro hombre. El blanco de las paredes en realidad le agrada. Es un espacio limpio, donde puede reflexionar y sentir lo que debe estar apartado, porque ha sido hecho para estar apartado, para ser contemplado en su totalidad, lejos de cualquier referente. Pero, ¿hasta qué punto el blanco? ¿Dónde le llega a poner de malas el blanco? Le llega a desesperar después de las cajas de cartón que aluden al minimalismo de Donald Judd y al ready-made, después de la seducción que nunca llega a culminarse. Leche malteada y hielo. Cuando las esculturas de yeso remiten al mármol y no se atrevieron a pintarlas de otro color porque ya no combinaban con el espacio.
Ahora no puede platicar tan atropelladamente como siempre lo hace y sólo le queda tragarse sus pensamientos como un líquido espeso y esperar a que su acompañante se deleite. Mientras, se pone de malas cuando descubre que más allá del discurso intelectual, lo que importa es que son obras en blanco y negro. Desiste en interesarse en el recorrido y empieza a pensar en ella. Cielo y ella. Eso que ella hace, que nunca falla, aunque los días y los momentos sean inconvenientes. Lluvia en el rosa, amarillo y azul. Afuera llueve. Gris y gris. Se pone de malas porque la ha visto bailar en la calle y él no tiene licencia para bailar en la calle y justo ahora quisiera salir.
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Dos hombres en una exposición, uno parado junto al otro. Es uno de esos instantes en los que a pesar de sentir la presencia de alguien más, es preciso no incomodar y no intentar empezar una plática. Sería injusto echar a perder ese momento de elevación individual que el arte ofrece. Dos hombres, uno sólo contempla, el otro piensa en el blanco de las paredes y en ella. Mientras, en otra sala, una mujer observa un video que sale de un proyector. Partículas de polvo se pueden ver a contraluz flotando en el aire. Vestida de gris, se olvida del tiempo y se integra con el espacio. Observa la bruma en el video. No hay sonido, la imagen se mezcla con ruidos ajenos, es la lluvia que golpea el techo. La bruma le ha hecho recordar cuando después de ser atropellada quedó tirada boca arriba en el piso viendo hacia las nubes. Está harta de salir con alguien que sólo se queja del clima del arte de estos días.
Antier, el otro el hombre, el que sólo contempla, compró unos zapatos de baile; aún no se los ha puesto.
Desesperado, el hombre que piensa en ella sale a despejarse un poco aunque llueva y su ropa se moje. Una mujer de postura erguida se pierde en la bruma. Los zapatos, dentro de poco, serán estrenados.