HUGO CORTÉS ORELLANA
I
El sol asomaba entre las nubes. Había estado lloviendo toda la noche por lo que la posibilidad de tener un día soleado animó a los tres amigos. Iban subiendo por la ladera del cerro, recorriendo el camino que ellos mismos habían abierto con machetes, a través de la espesa vegetación. Hacía una semana que habían llegado a esa isla, que era un peñón de un kilómetro y medio de largo por otro de ancho. Ahí no habitaba nadie más que ellos.
ꟷOjalá se despeje del todo para poder seguir los movimientos de los lobos en el agua ꟷdijo Felipe. Era el mayor y quien había conseguido el contacto con el profesor para que los tres realizaran la práctica profesional en ese recóndito lugar de los canales del sur.
ꟷCon mis súper binoculares voy a poder verles hasta las cejas ꟷdijo Bruna, sonriendo.
ꟷTe gusta presumir tu regalo ¿verdad? ꟷPablo era el menor y el más estudioso de los tres. Estaba adelantando asignaturas para poder terminar la carrera antes del tiempo regular.
ꟷ¡Cállate ñoño! ꟷle contestó Bruna, lo que hizo reír a Felipe y fruncir el ceño a Pablo.
Luego de quince minutos de caminata se encontraban sentados en sus puestos de trabajo, en el mirador que habían construido a cincuenta metros sobre la colonia de lobos marinos que iban a investigar durante el verano. La única manera de llegar desde el mirador hasta las rocas que los lobos habían transformado en su hogar era bajando a rapel o lanzándose al vacío.
ꟷPonte la cuerda, por favor ꟷle pidió Pablo a Felipe, quien se había asomado al borde para buscar con la mirada al macho dominante de la colonia.
ꟷTranquilo que no soy tan bruto ꟷreplicó Felipe sonriendo.
ꟷNo es por eso, es que me pone nervioso que te acerques al borde sin protección ꟷPablo acercó una mano a la cintura de Felipe para sujetarlo del pantalón.
ꟷ¿Ya ves que el ñoño te ama? ꟷintervino Bruna en tono burlónꟷ. Ponte la cuerda ꟷagregó con seriedad. Felipe gruñó y retrocedió para enganchar la soga de seguridad a su arnés.
Estuvieron casi toda la mañana trabajando. Pablo contaba a los machos, las hembras y las crías de la colonia, Bruna dibujaba esquemas de la distribución de cada grupo en las rocas y Felipe observaba el comportamiento de los lobos en el mar. Hacia el mediodía escucharon el ruido de motores que se acercaban. De inmediato, los tres amigos dejaron sus labores y se prepararon para observar en silencio. Para no intervenir en la dinámica de los pescadores locales con la colonia de lobos marinos, habían construido un parapeto con ramas que podían levantar para camuflarse.
Así se encontraban cuando vieron una lancha de turismo acercarse a la colonia desde el este. Abordo se encontraban unas veinte personas, la mayoría llevaba puestos chalecos salvavidas. El capitán detuvo la embarcación frente a las rocas para que los turistas pudieran admirar y tomar fotos de los lobos marinos, quienes apenas se movieron de sus lugares, aparentemente acostumbrados a la presencia de los humanos. Luego de unos pocos minutos, un movimiento sobre la cubierta activó la alarma en Pablo.
ꟷEse tipo tiene una escopeta ꟷdijo en un susurro.
ꟷ¿Qué? ¿Quién? ꟷpreguntó asustada Bruna.
ꟷ¡Ahí en el centro! ¡El que no tiene chaleco! ꟷdijo Felipe subiendo la voz. El sentimiento premonitorio le hizo olvidar las precauciones de hablar bajo. Un par de niños de la lancha desviaron la mirada de la colonia buscando el origen del sonido que les había llegado.
ꟷ¡Shhh! ꟷhizo callar Bruna.
ꟷ¡Pero le está apuntando a los lo…
Una detonación interrumpió la frase de Felipe e hizo que todos los turistas de la lancha agacharan la cabeza al unísono, como en una coreografía. Al mismo tiempo, la totalidad de los lobos de la colonia se puso en movimiento en un caos de gruñidos como trompetas roncas y cuerpos saltando al agua o pasando por encima de los más jóvenes para ponerse a resguardo.
Los tripulantes de la embarcación no se inmutaron, excepto uno que se apresuró a bajar por la escalerilla de estribor a un pequeño bote que era remolcado por la lancha y en el cual los tres amigos no habían reparado hasta ese momento. En el bote esperaba otro hombre, quien se puso en movimiento en cuanto subió su compañero y remó hacia las rocas, ya casi vacías. El tripulante saltó sobre ellas y se acercó al cadáver de un lobo juvenil de tamaño mediano, le enterró un gancho en el cuello y lo arrastró hasta meterlo en el bote. Al regresar a la lancha, un tercer tripulante recibió el cuerpo del lobo desde lo alto de la escalerilla y lo dejó en el centro de la cubierta, donde los turistas lo miraron incómodos y en silencio.
ꟷ¡Hijos de puta! ꟷPablo se había puesto de pie y había dejado caer el parapeto de ramas para gritar a todo pulmón.
ꟷ¡Los vamos a denunciar! ꟷsiguió Bruna, con la cara roja de furia.
ꟷ¡Los tenemos grabados hijos de puta! ꟷFelipe, dejando ir todo el peso de su cuerpo sobre la soga de seguridad, estaba echado hacia adelante con ambas manos haciendo una bocina alrededor de la boca.
Varios turistas levantaron la cabeza hacia los gritos y apuntaron hacia los tres amigos. Algunos intercambiaron miradas de consternación, otros empezaron a reclamar a los tripulantes por su actuar y algunos niños empezaron a llorar. Mientras el capitán ponía la lancha en marcha para iniciar el camino de regreso, se desató una fuerte discusión entre algunos turistas y los tripulantes, quienes se deshacían en excusas de por qué era importante dar una lección a los lobos marinos.
Cuando la lancha se perdió de vista, aún se escuchaban llantos de niños mezclados con voces de adultos alterados. Solo un hombre mantuvo la calma en todo momento. El dueño de la escopeta miraba a los tres amigos que aún gritaban insultos y amenazas desde lo alto de la isla.
II
ꟷLos tenemos que denunciar. Esto no se puede quedar así ꟷBruna guardaba sus binoculares en la mochila con enfado.
ꟷYo anoté la matrícula y el nombre de la embarcación ꟷPablo alzó su cuaderno para mostrarlo a sus compañeros.
ꟷ¡Qué hijos de puta! Es que no me lo puedo creer ꟷcon los ojos muy abiertos, Felipe mantenía su mano en la frente, sobre el nacimiento del cabello.
ꟷVamos a comer en la base y llamamos a la fundación por radio. Seguro que ellos pueden hacer algo con los datos que anotó Pablo ꟷBruna ya había ordenado sus cosas y esperaba a los demás para empezar a bajar por la ladera del cerro.
ꟷ¡Sí, hagamos eso! ꟷdijo Pablo, guardó también sus cosas y tomó del hombro a Felipe, quien aún miraba a los alborotados lobos marinos que continuaban en el aguaꟷ. Felipe, ¿vamos? ꟷcomo despertando de un sueño, este se volvió lentamente hacia sus amigos.
ꟷEs que no me lo puedo creer ꟷrepitió.
ꟷTe entiendo, pero mientras más pronto bajemos más rápido averiguaremos si los de la fundación pueden hacer algo al respecto ꟷcontestó Pablo, quien ya se había puesto su mochila a la espalda.
ꟷSí, vamos.
Felipe por fin se puso en marcha y los tres amigos iniciaron el descenso hasta la base, la cual consistía en dos tiendas de campaña que usaban como dormitorio y bodega, además de una cocina y una pequeña mesa que ellos mismos habían construido amarrando varas de bambú, siguiendo las instrucciones de Bruna.
III
A media tarde, luego de comer, Pablo, Bruna y Felipe se encontraban sentados en el suelo, formando un círculo alrededor del radio. Acababan de contar los sucesos de la mañana al administrador de la fundación para la que estaban trabajando y, ahora, escuchaban con atención.
ꟷ¿Chicos, están seguros de lo que vieron y de los datos que anotaron? ꟷla voz que provenía del radio se escuchaba distorsionadaꟷ. Una acusación como esa puede ser muy grave y al dueño de la lancha le pueden quitar el permiso de navegación.
ꟷSí, Reinhard. No tenemos ninguna duda. Además, Pablo vio la matrícula y el nombre de la lancha usando sus binocularesꟷ. Bruna miró a Pablo como incitándolo a hablar.
ꟷEh, Reinhard, sí, vi claramente ambos datos. Estaban en la popa y en el costado derecho.
ꟷ¡Se dice estribor, ñoño! ꟷFelipe dio un golpe de puño en el brazo de Pablo y le sonrió a Bruna, quien le hizo una seña para que callara.
ꟷBueno, entonces voy a hablar con la directora de la fundación para saber ante quién habría que poner la denuncia y a quién pertenece la lancha ꟷdijo Reinhard.
ꟷNo hay muchos pescadores que tengan lanchas de ese tamaño, así que debería ser fácil dar con el dueño, ¿no? ꟷexpuso Bruna.
ꟷEso es lo que me temo ꟷReinhard hizo una pausaꟷ. Me hubiera gustado que ustedes no les hubieran gritado. Ahora ellos saben que están en la isla.
ꟷ¿A qué te refieres? ꟷPablo miraba el radio con expresión de cautela.
ꟷA que esos tipos deben estar acostumbrados a hacer los que ustedes vieron y están armados, por lo que pueden ser peligrosos y tal vez no les va a gustar que ustedes los hayan amenazado con denunciarlos.
ꟷ¿No estarás exagerando? Nos quieres asustar, ¿verdad? ꟷFelipe sonreía pero en su rostro había una sombra de algo más.
ꟷMiren, chicos, yo sólo sé que los pescadores son territoriales. Además, los que tienen lanchas así de grandes son los que tienen más poder y el resto de los pescadores suelen apoyarlos en todo. Así que puede ser complicado estar en contra de ellos. Dejen que hable con la directora de la fundación para decidir cuál es la mejor vía de acción. Por lo pronto, estén atentos a las lanchas que puedan aparecer en los alrededores de la isla.
ꟷReinhard, me estás asustando. ꟷBruna hacía girar nerviosamente una piedra sobre el suelo.
ꟷNo digo que estén en peligro, pero es mejor que estén atentos, ¿bueno?
ꟷBueno ꟷcontestaron Pablo y Bruna al unísono. Luego ella cortó la comunicación.
ꟷYo no sé si sea para tanto. ꟷFelipe se levantó, avanzó hacia la mesa de la cocina y tomó un cigarrillo y un rollo de papel higiénico. ꟷDe todas formas voy a cagar cerca del embarcadero, a ver si el olor los espanta.
ꟷPara ti todo es chiste, ¿verdad? ꟷBruna lo miraba con cara de reproche.
ꟷTranquila, no creo que vengan, no tiene sentido intentar asustar a tres chiquillos que andan gritando tonterías ꟷintervino Pablo.
ꟷAdemás, tú ya estás lo suficientemente asustada ꟷFelipe le guiño un ojo a Bruna y echó a andar hacia el sendero que llevaba hasta el embarcadero y al único bote que tenían para salir de la isla.
ꟷ¡Lárgate, idiota! ꟷBruna tomó la piedra y la lanzó medio metro por sobre la cabeza de Felipe.
ꟷ¡Uy! Con esa puntería ya me siento seguro. ꟷFelipe desapareció entre la vegetación soltando una carcajada.
ꟷImbécil ꟷdijo Bruna, mientras se levantaba para tomar un cigarrillo ella también.
ꟷ¿De verdad tienes miedo? ꟷle preguntó Pablo.
ꟷNo sé, pero esto no me gusta nada.
IV
El primer motor se hizo oír al final del atardecer. Lo sintieron pasar desde el costado este de la isla hacia el oeste, como rodeándola. Luego hubo otro, una hora más tarde, y un tercero, media hora después. A partir de entonces, los tres compañeros escucharon motores de embarcaciones que pasaban en rangos de tiempo que parecían cada vez más cortos, hasta llegar a un punto en el cual los sonidos propios de la isla se habían apagado y parecía que el único ruido posible era el de algún motor.
Bruna, Felipe y Pablo habían pensado que la primera lancha iba en dirección al sector de pesca pero, con cada embarcación que escuchaban pasar, la sensación de inseguridad se iba haciendo más real. Bruna había intentado llamar por radio a la fundación tres veces, todas sin éxito.
ꟷ¡Maldita isla que no agarra señal de celular! ꟷdejó el aparato sobre la mesa de la cocina.
ꟷDe todas formas, la gente de la fundación es la que está más cerca, ¿de qué nos serviría llamar a alguien más? ꟷel buen humor de Felipe había desaparecido por completo y, preocupado, miraba a Bruna a través del humo del cigarrillo encendido que sostenía entre los dedos.
ꟷNo sé ꟷBruna se encogió de hombrosꟷ. Tal vez podría conseguir que alguno de nuestros familiares llame a la policía.
Felipe suspiró y se disponía a argumentar cuando fue interrumpido por Pablo.
ꟷ¿En serio sólo tenemos esto? ꟷhabía juntado en el suelo todos los implementos que les podían servir en caso de una visita por parte de alguno de los pescadores. El triste botín consistía en una navaja, un desarmador, un martillo, trozos de soga y cerillosꟷ. ¿Cómo nos defendemos ahora?
ꟷ¿Defendernos? Sería igual de buen plan echarse a nadar al mar ꟷdijo Felipe, negando con la cabeza.
ꟷEl ñoño tiene razón ꟷcomentó Brunaꟷ si lo que quieren es asustarnos podemos bajar al embarcadero, cada uno con algo en la mano, y les preguntamos qué carajos quieren. Así verán que no les tenemos miedo.
ꟷ¡Eso! Que nos vean sin miedo ꟷasintió Pabloꟷ. Además, tenemos que estar seguros de que no le hagan nada al bote, porque ahí sí que estaríamos fritos.
ꟷ¡El bote! ꟷexclamó Bruna, mirando a Pablo con los ojos abiertos como platosꟷ. Se me había olvidado el bote ¡Hay que protegerlo a toda costa!
ꟷ¿Ustedes se olvidaron de la escopeta que vimos esta mañana? ¡Esos tipos tienen armas! ꟷFelipe miraba a sus compañeros con exasperación.
ꟷ¿Qué otra cosa podemos hacer? ¿Quedarnos aquí despiertos toda la noche? ꟷBruna se acercó a Pablo y recogió el martillo del sueloꟷ. O tal vez prefieras que tomemos turnos para vigilar mientras esos tipos nos sabotean el bote o se lo llevan.
ꟷTal vez sólo nos quieren asustar o tal vez no. ꟷPablo se puse de pie con el desarmador en la manoꟷ. En todo caso, quedarse quietos aquí no es una buena opción.
ꟷUstedes se volvieron locos ꟷFelipe apagó el cigarrillo y, luego de mirar a sus compañeros detenidamente, se acercó a Pablo para tomar la navajaꟷ. Por lo menos le dejaron esto al único que sabe usarla.
En ese momento, los motores de las embarcaciones que habían rodeado a la isla durante las últimas horas se apagaron. Los tres amigos se miraron en silencio con una seriedad que tal vez ninguno había visto antes en el rostro de los otros dos. Encendieron sus linternas y se encaminaron por el sendero hacia el embarcadero.
V
Estaban a unos pocos metros del final, donde la vegetación empezaba a perder su enorme densidad, cuando vieron un resplandor que provenía del embarcadero. Pablo, quien iba adelante, volteó a mirar a sus amigos con cara de asombro.
ꟷ¿Será… ꟷno alcanzó a decir lo que pensaba cuando Felipe pasó corriendo junto a él.
ꟷ¡Felipe espera! ꟷBruna se lanzó en su búsqueda dejando a Pablo solo en medio del sendero.
Pasaron unos segundos antes de que Pablo decidiera correr detrás de los demás para alcanzarlos. Cuando salió de entre la vegetación, Bruna y Felipe se hallaban uno junto al otro, como paralizados mirando la fuente del resplandor. El bote estaba en llamas y a su alrededor había más de diez hombres, algunos de pie, otros sentados en las rocas. Una botella pasaba de mano en mano. Todos sonreían a los recién llegados.
ꟷ¡Pero qué mierda les pasa! ꟷFelipe soltó la tensión que había guardado durante todo el camino desde la base hasta aquel lugarꟷ. ¡Ese bote es lo único que tenemos para salir de aquí!
ꟷExacto. Ahora no podrán ir a denunciar nada ante nadie ꟷel tirador que habían visto disparar al lobo marino por la mañana se puso de pie para hacerse notar. Entre sus manos llevaba la escopeta.
ꟷPero eso lo dijimos porque nos dio rabia lo que hicieron, no porque de verdad los fuéramos a denunciar ꟷdijo Bruna, con creciente miedo al ver al hombre armado.
ꟷ¿Tú crees que soy estúpido? Sé que tienen un radio y que contaron lo que vieron a la fundación ꟷel hombre avanzó hasta quedar a un par de metros de los tres amigosꟷ. Iban a poner la denuncia en cuanto salieran de aquí.
ꟷ¿Cómo sabe que… ꟷintentó preguntar Pablo.
ꟷM’ijo, nosotros somos de aquí ꟷinterrumpió el hombreꟷ. Nos conocemos entre todos y sabemos perfectamente quién viene de afuera y por qué ¿Acaso pensaban que nadie sabía que estaban en esta isla o quién los trajo? ꟷMientras decía esto, uno a uno los pescadores que estaban sentados se fueron levantando.
ꟷEstá bien, entiendo pero, ¿era necesario quemar el bote? ꟷFelipe había perdido el ánimo de lucha y ahora sus ojos se estaban humedeciendo.
ꟷEra necesario hacerles entender cuál es su lugar. Ustedes están aquí porque nosotros los dejamos. De vez en cuando vienen estudiantes como ustedes y siempre todos se creen mejores porque están en la universidad. Nos critican por la manera en que hacemos las cosas como si supieran lo que es vivir aquí. Es por eso que, de vez en cuando, hay que recordarles que son de afuera y que tienen que respetar al dueño de casa ꟷterminó la frase abriendo los brazos con las palmas hacia arriba, como mostrando a los demás hombres que ahora se hallaban agrupados junto a él.
ꟷBueno, entendemos, se lo juro que lo entendemos. Ya no denunciaremos nada, terminaremos lo que vinimos a hacer y nos iremos sin molestar a nadie, ¿cierto? ꟷPablo miró a sus amigos y éstos hicieron rápidos gestos de asentimiento. Risas leves se levantaron entre los pescadores.
ꟷPor favor, déjennos en paz, ya entendimos ꟷsuplicó Bruna, con los ojos llenos de lágrimas.
ꟷNo, todavía no, hay algo más que falta por hacer, para que las cosas queden claras ꟷel hombre levantó una mano y acarició la mejilla de Brunaꟷ. Reinhard tenía razón. Estás guapa.
Hugo Cortés Orellana (Chuquicamata, Chile, 1980) es biólogo marino y maestro en Ciencias Ambientales. Radica en México desde 2007. Aficionado a las letras, escribe y participa en diferentes concursos de vez en cuando.