HÉCTOR M. MAGAÑA
Era joven cuando me llamaron por primera a un caso de lo más extraño. Había sucedido en una casa de un fraccionamiento acomodado. La mayoría de los que vivían ahí eran abogados, doctores o ingenieros. La casa estaba al final, era color crema y había un auto estacionado, un Chevrolet Corolla, era de los dueños. Entré y vi a la señora con su esposo. En el fondo de la casa estaba mi compañero.
―¿Cuál es la situación? ―pregunté.
―Un tipo entró a la casa de la pareja. Abrió el refrigerador se comió casi toda la comida y vomitó en el cuarto de su hija. Parece que estuvo un buen rato porque defecó en la cama de ellos.
―¿Robó algo?
―No, nada.
―¿Llamaron a los peritos?
―Vinieron. Están analizando la mierda.
―Bien, bien.
Salí de la casa porque apestaba a rayos, no tenía caso explorar. Fui a la oficina e hice un poco de papeleo. Cuando me llamaron del laboratorio. Me dijeron que tenían los análisis listos.
―Encontramos un poco de sangre. Las heces son de tipo 5 en la escala de Bristol.
―¿Eso qué significa?
―Está tapado. Le falta fibra. Tiene un poco de sangre las heces pero es probable que se haya rasgado al momento de pujar.
―¿Eso es todo?
―Sí, nada más.
―Muy bien gracias. Mándame los resultados de laboratorio. Lo más pronto posible.
Deseaba archivar el caso y largarme a casa. No quería nada que ver con mierda y locos vagabundos que no comen fibra. Tomé mis cosas y me fui a casa a tomar un baño porque pensé que el olor se me había pegado a la ropa. Estaba en casa viendo una película cuando me llamaron.
―Hubo otro caso.
―¿De qué?
―Otra vez alguien entró a una casa a cagar en la cama de los dueños.
Subí al coche y me fui a la dirección que me dieron. La casa tenía un olor nauseabundo que era imposible tolerar. Vomité un poco en el jardín. Me costó mucho entrar. Los dueños de la casa me veían con más asco a mí que lo que había pasado en su casa.
Esta vez había más mierda que en el caso pasado. Las paredes, que eran blancas, estaban manchadas. Las sabanas, las almohadas igual. Tuvimos que abrir una de las ventanas. Alguien tomó muestras.
Más tarde me llamaron.
―Volvimos a encontrar sangre.
―¿La pueden comparar con la del otro caso?
―Ya lo hicimos, jefe. Es la misma persona.
Me quedé asombrado. No entendí por qué en el primer caso había poca caca en la cama y en este caso había un desastre, era como si el tipo hubiera tenido diarrea o algo así.
―¿Encontraron algo que indique la presencia de drogas?
―Nada de eso, jefe. Parece que la persona tenía una dieta muy rica en frutas y verduras. Parece alguien bien alimentado.
Pensé que quizás era un loco que se sentía orgulloso de que su mierda era la de “alguien bien alimentado”. Era estúpido lo sé, pero no me ocurría ninguna otra razón. ¿Quién podía adivinar lo motivos de alguien que mete a las casa de otros para cagar en todos los sitios menos en el wáter? Además, en el caso anterior estaba tapado. ¿Habrá tomado algún laxante?
Estaba anonadado. Esperaba ver asesinos, violadores, narcos y mata-niños siendo policía, pero lo que me encuentro es sólo un cagón serial. No, no era serial. Para ser serial había que tener tres víctimas. Eso dicen los criminólogos de los asesinos, pero, ¿aplica también para los cagones? De todos modos el tercero apareció poco después.
Un hombre había denunciado el robo de su auto. Un Peugeot 2008 de color vino. Lo encontraron al día siguiente frente a una gran zona forestal conocida como “La Niebla”. El auto estaba lleno de mierda en los asientos de enfrente. Los traseros estaban orinados. La sangre se halló de nuevo. Era el mismo sujeto, pero había nueva evidencia. Se encontró un recibo de la tienda naturista “Tierra Verde”. Solo había una sucursal en toda la ciudad y estaba en la calle B. Fuimos ahí y le pedimos al gerente que nos dejara revisar las cámaras de seguridad de ese día y en la hora que marcaba el ticket. En las cámaras se veía la imagen muy borrosa de un sujeto calvo con sudadera gris y pantalones oscuros. Ampliamos la imagen y pudimos ver una imagen muy borrosa de nuestro sospecho. Por fin teníamos un rostro para “El Cagón”.
Se presentó otro caso días después. El cagón y su culo habían atacado de nuevo. Esta vez era, extrañamente, el baño de una gasolinera a las afueras de la ciudad. El baño estaba lleno de mierda en los lavabos, los escusados tenían mierda y orina de los demás clientes. No podía culpar solamente a “El Cagón”. Si cagar mal fuese un crimen los demás clientes de la gasolinera serían arrestados. A decir verdad, él solo estaba siendo acusado de cargos como allanamiento de morada, destrucción de la propiedad ajena y robo de auto. Cagar mal en un baño público no era un delito, así que ni nos tomamos la molestia de investigar. El gerente se enfureció y no quiso escupir cuando le dije eso. Le tuve que dar en la cara un puñetazo al pendejo.
De manera misteriosa un día me encontré a “El Cagón”.
Estaba en el centro comercial cuando entré al cine a ver una película que estaba protagonizada por Nicole Kidman. La película era algo aburrida pero no tenía nada mejor que hacer. Era un día laboral cuando fui al cine, no había gente. A mitad de la película me llegó un hedor penetrante. Escuché que alguien se pedorreó. Giré a mis espaldas no vi a nadie. Después escuché de nuevo el sonido característico de las flatulencias. Me levanté y con la mano me cubrí la nariz. En las butacas traseras estaba un sujeto en posición de cagar. La mierda estaba en su ano. Cuando me vio se subió los pantalones y corrió. Lo seguí por la sala, salió del cine y lo perdí en la plaza. Llamé al gerente del cine, y le dije que en la sala número ocho, donde ponían una película con Nicole Kidman, “El Cagón” había dejado su firma.
Tuvieron que pasar dos casos más para que “El Cagón” cayera ante la justicia. El cuidador de un cementerio lo atrapó cuando intentó defecar en la tumba de un patriarca importante de la ciudad. El hombre en cuestión era bajo, enclenque y algo viejo. Estaba calvo y tenía una sudadera gris muy sucia que decía “KISS” en letras grandes. Le preguntamos el motivo de todas sus fechorías, pero para colmo este hombre era mudo. Entramos en su casa, en la calle R, para ver si había alguna pista sobre su comportamiento. Encontramos un manuscrito titulado: Teología de las heces. Leí unas hojas del texto. Escribía:
No es casualidad que el inventor del inodoro, John Harington, haya sido escritor, traductor. Siempre ha habido una estrecha relación entre las letras y los órganos de expulsión; el acto de expulsión y todo lo que conlleva acciones de índole anal. Sade fue el más representativo, y fue George Bataille el que identificó aquel sistema de absorción y expulsión. El simple acto de creación artística ya implica una absorción de ciertos elementos (la realidad, lecturas, experiencias) y la creación en sí es su forma de expulsión.
Teniendo en cuenta la naturaleza de diversos textos religiosos me veo obligado también hacer una pregunta herética: ¿seremos producto de la cagada de un ser divino?
Esta pregunta deriva del hecho de que posiblemente tanto Adán como Eva hayan nacido sin ano. En un paraíso los elementos de carácter negativo están vetados. Es probable que las entrañas de los primeros humanos carecieran de intestinos, ano o siquiera estómago.
Todo proceso creativo implica expulsión. Dios como ser creativo nos cagó. La expulsión del paraíso, implica otra expulsión, y con ello la creación de la capacidad de Adán y Eva para defecar. También la caída de Lucifer implica, expulsión. Lucifer puede ser también el primer ser sobrenatural que defecó, porque los ángeles no tendrían semejante necesidad. Las heces contienen la evidencia primordial de que fueron expulsadas. Nosotros fuimos expulsados del paraíso, por lo que nuestra naturaleza es de carácter coprológico.
¿Será posible que en las heces esté la solución? ¿En las heces puede estar la manera en que regresamos a nuestro paraíso perdido? Si no es así ¿por qué hay en el budismo prácticas que incluyen la contemplación de heces, orina y elementos putrefactos?
Debo difundir el mensaje: en las heces esta la salvación. Tenemos que hacer una teología de la mierda.
Héctor M. Magaña (Jalapa, Veracruz, México, 1998) es autor de relatos publicados en revistas fanzine (Los no letrados, Monolito, Noctunario, Revista Almiar, Elipsis) y reseñas literarias en revistas como Criticismo. Ha participado en el taller de creación literaria de Fernanda Melchor. Actualmente estudia en la Facultad de Letras de la Universidad Veracruzana.