ADRIANA AZUCENA RODRÍGUEZ
José Revueltas se dio a conocer con una novela, Los muros de agua, publicada en 1941, a la que siguió otra novela, El luto humano, de 1943. En esos años, publicó cuentos breves en revistas y suplementos como Tierra Nueva, El popular, Taller, Nosotros, El Nacional o El Diario de Durango, hasta que la editorial El Insurgente editó esos cuentos bajo el título Dios en la tierra, primer volumen de relato breve de José Revueltas, autor que prefería la novela o el ensayo político, aunque aún publicó otros dos volúmenes de cuentos: Dormir en tierra (1961) y Material de los sueños (1974). Se nota la obsesión del escritor por los títulos que aluden a los elementos primigenios, en este caso la tierra —otras veces, el agua— y sus principios ideológicos. Pero también hay, en estos primeros cuentos que conforman Dios en la tierra, ciertos excesos que delatan el proceso de formación del cuentista, de los que quiero escribir por el asombro que no deja de proporcionarme la prosa de Revueltas y, particularmente, de Dormir en tierra. Buscar los procesos de formación de otros escritores hacia una estética compartida es un ejercicio que revela más sobre uno mismo que sobre el autor revisado.
En el libro es visible, por ejemplo, un maniqueísmo en el tratamiento de los personajes: “Dios en la tierra” se basa en el fanatismo del ejército cristero; un maestro, tradicional representación de un pensamiento progresista, es torturado y ejecutado por tener un acto de compasión con el bando enemigo. Este maniqueísmo también se encuentra en “El corazón verde”. Los militantes Molotov y el Pescador acuden a una prostituta para financiar la publicación de un volante; esta figura femenina evidencia la ambigua actitud del autor acerca de la prostitución: en ella se concreta una fusión entre el deseo y la libertad sexual que choca contra el rechazo al mecanismo de explotación que se realiza en esta actividad y un horror masculino a la promiscuidad. La historia no concluye en sí misma: el conflicto pasional de los hombres se soluciona anteponiendo sus ideales, volcados en el intento de mejorar las condiciones de los obreros, propósito se diluye con el cierre de la fábrica con que culmina el relato.
Revueltas parece, en varios de estos cuentos, renunciar a los personajes individuales a cambio de un personaje colectivo que difícilmente funcionaría en el relato breve: un género centrado en una revelación final experimentada por un individuo. Esto lo lleva a largas reflexiones sobre símbolos como la sal en “La conjetura”; el desprendimiento de los personajes individuales se retrasa y la conjetura anunciada en el título resulta demasiado incidental, arbitraria. Lo mismo ocurre en “Barra de Navidad”, cuento basado en la extrañeza del mundo indígena: el indio queda descrito como un ser sometido a mecanismos de conciencia desconocidos, ajenos a los modos de pensamiento considerados universales. Lejos de ocuparse de esa mentalidad a través de la exploración narrativa, exploración que alcanzará de manera magistral en futuros relatos, el autor ciñe la anécdota a una confirmación de ese desconocimiento absoluto de la visión del indígena señalado desde el principio.
Este volumen incluye “El quebranto”, que señala el inicio de la reflexión de su autor acerca de uno de los temas que llegaron a obsesionarlo: el ámbito carcelario y cómo representa las prácticas del estado absolutista. Este asunto fue bien conocido por José Revueltas y siempre logró vincularlo acertadamente a los impulsos del individuo, en este caso, con el adolescente en reclusión. Aquí, la figura femenina vuelve a aparecer como un problema irresoluble del hombre de su época: la madre evocada por el adolescente. Por su género y consecuente dependencia, es incapaz de formar a sus hijos; su debilidad sexual y emocional define a la mujer como un ser vulnerable, necesitado del deseo del otro.
Según esta concepción de lo femenino, las mujeres serían incapaces de relaciones solidarias: dejan morir a una recién parida: en “Preferencias”, sólo se ocupan de que su cadáver reciba el tratamiento impuesto por la costumbre. Incapacitada para mantener a sus hijos, por las condiciones históricas, toda mujer es una especie de prostituta en potencia, conclusión de “Una mujer en la tierra”.
Estos cuentos presentan, además, otro detalle de un escritor incipiente: un exceso de signos de interrogación y admiración. Los primeros no sólo comunican incertidumbres de los personajes o del narrador, sino del escritor: dudas sobre la resolución de los conflictos y continuidad de la trama. Los segundos muestran una limitación en los recursos para crear el asombro en su lector. También hay largas digresiones que parecen reflexiones previas a la escritura del texto unitario, frecuentes en el escritor antes de hallar el hilo de una historia. Esto es visible en “El hijo tonto”, cuento que vuelve a la preocupación constante de Revueltas por la infancia carente de posibilidades de desarrollo: la vida destinada a la tragedia por ausencia de inteligencia o coraje, misma que llevaría a su solución absoluta, negativa, en El apando, el hijo que la madre nunca acabaría de parir.
Analizar la obra de Revueltas involucra, como en pocos autores, el estudio de su biografía y su ideología, la ética del escritor y su mitología estética. Equilibrar estos elementos debió requerir una exploración constante: oficio. Aún con sus marcados aciertos, Dios en la tierra muestra reveladoras incertidumbres. A veces sólo planteamiento de situaciones sin un desarrollo, en “La venadita” y “La soledad”, personajes y situaciones probablemente más aptos para la ambientación o los pasajes de una novela. Otros representan reflexiones narrativas con riesgo de desequilibrio hacia el ensayo en detrimento del relato. Las posibles debilidades de este volumen del cuento serán resueltas en futuros proyectos cuentísticos. Sin embargo, este libro se encuentra justamente en la transición hacia el equilibrio entre ética y estética de un autor imprescindible por el logro en la conjunción de estas mismas categorías.