PATRICIA OLIVER
No mueres por estar enfermo,
mueres por estar vivo.
Michel de Montaigne
“De fusilamientos”, texto del escritor mexicano Julio Torri (1889-1970), publicado en 1940, retrata circunstancias que bien pudieron haberse desarrollado durante la Revolución Mexicana: a decir de Beatriz Espejo (2008: 8) presenta “una escena atroz narrada con la frivolidad de un acto social intrascendente” y retrata “lo imposible como posible y consiguió entrar a la corriente imaginativa”. El autor utiliza un tratamiento de aparente superficialidad –el rocío, las buenas maneras, el estado de los uniformes militares y el tabaco, asuntos nimios si los comparamos con el título– para hablar de los fusilamientos que tuvieron lugar en la época revolucionaria en México.
Esta descripción, sin embargo, corresponde solamente a un nivel literal, porque está claro, desde el principio, que existe al menos otro nivel que recorre el texto en forma de paradoja continua. Se está tratando un tema serio e importante, como es la violencia, con palabras de un alto registro en muchas ocasiones, pero con imágenes que, al ser relacionadas con el tema en cuestión, parecen ridículas y superficiales. En esta contraposición se observa la mano de Torri que hace presente la ironía.
Torri recurre a una suerte de hibridez genérica: por su extensión y por el título del libro (De fusilamientos y otras narraciones), aparentaría ser un cuento breve; sin embargo, contiene rasgos formales del ensayo: el título, la exposición del argumento en la primera oración, la enumeración de los inconvenientes, la conclusión y la presencia de la ironía a lo largo de todo el texto.
El primer indicio del desdoblamiento de niveles se encuentra en la primera oración: “El fusilamiento es una institución que adolece de algunos inconvenientes en la actualidad” (el énfasis es mío) (Torri, 1940: 7). “Fusilamiento” e “institución” quedan unidas por el verbo copulativo “ser” a través de un proceso de asociación: se iguala el sujeto (“fusilamiento”) con el predicado (“una institución que…”). Es precisamente en este primer momento cuando el lector debe identificar la figura retórica que se está usando, proceso que marcará la adecuada (o no) comprensión del texto: se está diciendo, en realidad, lo contrario de lo que se expone. Así, para desentrañar el verdadero significado del texto, es necesario viajar del lenguaje literal al figurado y contar con ciertas competencias descodificadoras.
A lo largo del texto se puede apreciar cómo Torri no abandona el tono irónico con el que abre, es más, usa este recurso para continuar también con el estilo ensayístico argumentativo: expone una serie de ideas con una trabazón lógica y una frialdad absolutas: un condenado que se destaca como “uno de los asesinos más notables de nuestro tiempo”, un sufrimiento atroz al ver los uniformes raídos y sucios de los soldados (mas no al sentir cerca el momento de la muerte), las buenas maneras en el proceso del fusilamiento, una palidez que procede de la mala calidad del licor (y no del miedo), la necesidad de especialistas de fusilamientos en la prensa escrita, son algunos ejemplos que solo darán el sentido que corresponde a la intención del autor si el lector realiza la correspondiente descodificación irónica. Condenado que es, por cierto, la única voz dentro del texto a la que se le permite una intervención directa, y esto no es gratuito: actúa como voz de apoyo avalando las ideas del autor implícito (según nomenclatura de Gómez-Martínez, 1992).
El léxico tiene abundancia de palabras largas (de cuatro o más sílabas) a lo largo de todo el texto (“actualidad”, “condiscípulo”, “partidarios”, “empequeñecidos”, “sentenciados”, “ceremonial”, “embaucadores”, “ampuloso”), lo que le otorga un tono sobrio, grave, al que habría que añadir el uso de la segunda persona del plural, “vosotros”. Esta formalidad –que corresponde al tema del que se está hablando (fusilamientos)– contrasta con la superficialidad en la elección de los inconvenientes, lo que pone de manifiesto de nuevo la ironía: la manera en la que el autor se acerca al tema (a través de argumentos carentes de importancia en este contexto) no corresponde con la importancia y gravedad del asunto tratado (la práctica común de los fusilamientos).
Como buen ensayo, la dinámica irónica de la composición obliga al lector a distanciarse: además del efecto de la ironía acumulativa, el texto contiene poca descripción (sólo la campiña y los uniformes de los soldados), casi nada de narración (únicamente el segundo párrafo, con la intervención del “condiscípulo asesino”) y muchas ideas.
En el tercer párrafo se describe un paisaje aparentemente idílico –y lleno de estereotipos– con un lirismo acartonado (yerbas con rocío y una diáfana campiña con neblinas matinales); sin embargo, esta escena, “lamentablemente”, moja, congestiona y hace desaparecer los encantos: deja de ser, pues, una campiña tan idílica. Pero no es el contenido lo que importa aquí, sino la forma. El párrafo tiene un ritmo diferente al del resto del texto, que viene dado no solo por el vocabulario seleccionado, sino también por las rimas (consonante: lamentablemente-ambiente; asonante: arromadiza-campiña-neblina) y por el ritmo, llevado a su extremo más poético en la última oración del párrafo, que está compuesta por dos versos alejandrinos (la separación en versos es mía): “Los encantos de nuestra diáfana campiña/ desaparecen con las neblinas matinales” (Torri, 1940: 7). Aunque no sea éste el aspecto más presente en el texto –ni el más representativo–, parece pertinente mencionarlo como una de las representaciones de la ironía: Torri apunta a la parodia de las convenciones literarias de la poesía bucólica, sustituyendo los pastores y las flautas por soldados y escopetas.
Dicho esto, debe puntualizarse que es la sátira la que predomina en el texto: más allá de la comicidad momentánea por la contraposición de conceptos oximorónicos, a nivel formal, y paradójicos, a nivel de contenido, en realidad, hablar de esta manera, con estos recursos, de la práctica de los fusilamientos –no sólo hablar, sino publicar un texto– tiene un “fin social o moral” (Hutcheon, 1992: 184). A través de esta formulación del texto, Torri no pretendía solamente dar cuenta de la situación que se vivía en ese momento, sino hacer que el lector se apropiara del texto, “[lo] asimilar[a], o sea, [lo] cuestionar[a], [lo] problematizar[a], [lo] pose[yera], en una toma de conciencia de[l] discurso axiológico del ser” (Gómez-Martínez, 1992).
Para descodificar el significado completo del texto y la intención del autor, es necesaria en la mayoría de los casos “una triple competencia de parte del lector” (Hutcheon, 1992: 187). Éste es el caso en “De fusilamientos”, en donde es efectivamente necesario este trío. La competencia lingüística descodificaría la ironía en los diferentes oxímoron a lo largo del texto; la ideológica, la concepción de los fusilamientos como algo violento, cruel e innecesario y la genérica ayudaría, principalmente, a identificar las convenciones del ensayo y, en menor medida, las de la poesía bucólica (esto último aplicaría únicamente al párrafo mencionado anteriormente).
Así, la acumulación argumentativa logra un efecto “bola de nieve” que se convierte en un aspecto fundamental para mantener la intensidad y la coherencia de la voz irónica. Sólo al desplegarse el significado completo se pone de manifiesto la intención del autor; sólo entonces los recursos del texto se coordinan para hacer aparecer ante nuestros ojos un ensayo.
Referencias
Gómez-Martínez, José Luis (1992). Teoría del ensayo. UNAM, México. En línea.
Hutcheon, Linda (1992). “Ironía, sátira y parodia” en De la ironía a lo grotesco. Trad. Pilar Hernández Cobos. México: UAM-Iztapalapa.
Montaigne, Michel de (2007). De la experiencia y otros ensayos. Trad. Juan G. de Luaces. Barcelona: Ediciones Folio.
Torri, Julio (1940). “De fusilamientos” en De fusilamientos y otras narraciones. México: La casa de España en México.
Julio Torri (2008). Julio Torri. Selección de Beatriz Espejo. México: UNAM, Material de Lectura.