Estuvieron llenos de incertidumbre, no me preocupaba por mí si no por mi padre, mi familia. No es que me sienta inmune, creo que en la mente inicia lo que luego será palpable, por ello cuido lo que pienso. Sí, tuve miedo. Me paralicé por días. A las dos semanas elegí el amor y no el miedo, las dos fuerzas que mueven al universo. A partir de ahí se fueron las sensaciones de fiebre cada vez que salía fuera de casa a hacer las compras indispensables. Ver el miedo en mis amistades más cercanas me dio la fuerza para permitir sentirme segura, necesitaba creer en lo que reconozco que soy.
Los cuestionamientos afloraron. Redescubrí que me sentía cómoda donde estaba. Debía hacer limpieza para ver con claridad hacia dónde quería encaminarme. Algunos libros, creencias, dudas debían marcharse para dar paso a lo que realmente era importante para mí, más allá de lo económico o de la satisfacción del ego.
Sin duda los potencializó. Era indispensable leer y escribir más. Inés Arredondo decía “en la escuela se aprenden las bases de la preceptiva, pero la propia, la personal, se forma leyendo y discutiendo con otros lo leído”; sí, la pandemia me permitió leer y charlar sobre lo leído. Las posibilidades se abrieron porque llevé cursos y seminarios que de otra manera hubiera sido imposible. Mis vínculos creativos se expandieron direccionados a lo que me interesa desarrollar en mi escritura; me llegaron certezas en la introspección que cada experiencia detonó.
Para Ray Bradbury la creación literaria se basa en: el trabajo, la relajación y el no pensar. Y creo que la pandemia nos permitió, primero, estar consciente de esto último. Después de un estado de psicosis o de histeria por la incertidumbre, si te lo permites, puedes activar el cerebro reptiliano o infantil, que te conecta con el instinto. Y eso fue lo que prevaleció. Necesitábamos sobrevivir. Todo lo compartido a través de redes seminarios, cursos, conversatorios, foros, entre muchas más actividades, nos reconectaron. Estábamos solos pero nos acompañábamos. Se dio la relajación y el trabajo en consecuencia. Los tres cerebros activos nos hicieron sentir más vivos que nunca. En lo personal, es la etapa donde más he escrito, satisfecha con el resultado.
Me gusta pensar en esta reflexión de Robert H. March, que comparte en su libro Física para poetas “todo el que se dedica a una actividad que exige mucho del intelecto y de las emociones al mismo tiempo, es natural que sea un poco extraño. En cualquier campo, la facultad de crear tiene una dimensión emocional”. Creo que el futuro de la literatura es volver a hacernos conscientes del enorme poder que tiene. Es doloroso ver como estos espacios se reducen o colapsan pero todo aquel que es tocado por la poesía tiene el poder de transformarse y transformar lo que le rodea. Estoy segura que la literatura permeará en los hogares como una necesidad para reconocer y expresar lo que acontece dentro de nosotras, nosotros, es la búsqueda del sentido de existir.
Como la terapia que necesita nuestra alma para evolucionar. Ya no bastará leer una vez un libro será imprescindible volver a él las veces que sean necesarias para captar su esencia. No será para alguna estadística, surgirá del instinto de conocer nuestro origen para tener poder sobre él. Nuestros soliloquios tendrán eco. Será importante volver a una de las máximas de los griegos: “Conócete a ti mismo”, sin duda, la literatura será una gran aliada para animarnos a hacerlo.
Damaris Disner (Tonalá, Chiapas, México) es escritora y periodista cultural independiente. Estudió la licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Chiapas. Ha cursado diversos diplomados nacionales convocados por el INBA y otras instituciones. Desde hace seis años es directora de la Galería Rodolfo Disner, espacio multidisciplinario independiente.