EDUARDO GALLARDO CASTILLO
Para Monserrat.
En la cueva hay una serpiente que te estafa con su saber;
una cajetilla de cerillas, un cigarrillo nuevo;
hay un silencio que se rompe a sí mismo,
un etcétera sin comienzo;
hay en esa cueva un hombre que lo sabe todo,
pero no sabe nada…
una mariposa que provoca tempestades,
un rey que se pierde en un laberinto rectilíneo;
hay una torre que cae con estrepitosas lenguas de fuego;
un tomo con todos los animales que ha habido, hay y habrá,
una enciclopedia incompleta, como todas las demás;
una nana que rebota entre las paredes:
duerme, mi niño, duerme feliz,
que si abres los ojos
morirás infeliz.
Hay en esa cueva un punto fluctuante,
un adiós que nunca fue adiós;
una montaña de palabras desordenadas;
estos mismos versos escritos en los muros;
tú, yo, él, ella, ellos, nosotros, el universo entero…
dentro de la cueva hay un reloj de arena,
que no es reloj
ni es de arena;
un contador de estrellas, de nubes,
de sueños, de rocas, de palabras;
de síes y noes, de huesos y números.
Hay un microcosmos contenido en la mirada de un niño,
un cochecito herrumbroso con una etiqueta azul:
las iniciales V. U. B;
una pe mayúscula, una o minúscula;
una omega y una beta
y una veta de oro
y un vete sin aroma…
dentro de la cueva hay una cueva que contiene lo mismo;
un laberinto con nubes y arena,
el esqueleto de un hombre pidiendo ayuda,
una mosca que habla, pero no dice nada;
un atardecer casi muerto…
y al final, un río dentro de un espejo.