ASMARA GAY
¿Qué relato va a sernos ahora agradable, tras haber oído el de Lauretta? Suerte tuvimos de que no fuese el primero, pues, en tal caso, los demás nos hubieran complacido poco y creo que esto ocurriría con los que en esta jornada aún quedan por contar. Pero, a pesar de todo, voy a narrar lo que a la memoria me viene.
Giovanni Boccacio. El Decamerón.
Antes de que la literatura se inscribiera sobre arcilla, papiro o papel, era un arte que se narraba oralmente. Es posible que por esta razón viva en nuestro imaginario colectivo la idea de que los primeros hombres, a través de señas o de gruñidos que creaban incipientes letras y palabras, contaban por las noches, junto al fuego, las aventuras que les deparó el día: la caza del mamut, la búsqueda de agua, el ataque de una tribu enemiga. Hay en todas estas suposiciones de relatos tres peculiaridades que siguen vigentes en la narración de historias: se cuenta un conflicto, las acciones que sucedieron se narran de tal manera que atraen la atención de los oyentes o lectores, y la narración tiene una estructura, algo se cuenta al inicio, algo en el medio y se concluye el relato de una manera significativa tanto para el narrador como para los destinatarios de la historia.
Estas características que valdrían para todo tipo de relatos (con algunos cambios), Aristóteles (siglo IV a. C.) las recoge en su Poética para describir la composición de la tragedia.
Es, pues, tragedia reproducción imitativa de acciones esforzadas, perfectas, grandiosas, en deleitoso lenguaje, cada peculiar deleite en su correspondiente parte; imitación de varones en acción, no simple recitado; e imitación que determine entre conmiseración y terror el término medio en que los afectos adquieren estado de pureza.
[…]
Dejemos además por bien sentado que la tragedia es imitación de una acción entera y perfecta y con una cierta magnitud, porque una cosa puede ser entera y no tener, con todo, magnitud. Está y es entero lo que tenga principio, medio y final; siendo principio aquello que no tenga que seguir necesariamente a otra cosa, mientras que otras tengan que seguirle a él o para hacerse o para ser; y fin, por el contrario, lo que por naturaleza tiene que seguir a otro, sea necesariamente o las más de las veces, mas a él no le sigue ya ninguno; y medio, lo que sigue a otro y es seguido por otro.
Es necesario, según esto, que los buenos compositores de tramas o argumentos no comiencen por donde sea y terminen en donde quieran, sino que se sirvan de las ideas normativas anteriores [2000: 8-9, 12].[1]
De esta forma, el cuento (y la composición literaria en general[2]) se ajustará a estos principios del pensador griego, quien será retomado en sus artes poéticas por Horacio (s. I a. C.), Beda el venerable (ss. VII-VIII d. C.), Mateo de Vendôme (s. XII d. C.), Geoffroi de Vinsauf (s. XIII d. C.), entre otros, hasta llegar a finales del siglo XVII y principios del XVIII con Nicolás Boileau Despréaux, escritor y crítico que fue censor implacable de aquellos autores que no se ajustaron a su doctrina del arte.
El cuento, que no tuvo teóricos específicos antes del siglo XIX, se escribió de manera semejante durante milenios, aunque no se le denominaba cuento, sino que cada nombre evocaba una época, una región y una determinada intención comunicativa de su autor. Entre los cuentos más antiguos se encuentran los apólogos del Panchatantra, las fábulas de Esopo y Fedro, las fábulas milesias (incluidas, por ejemplo, en El asno de oro de Apuleyo), las novellas italianas (el Decamerón), los flabiaux y los lais franceses medievales y los enxiemplos españoles (como los que Don Juan Manuel escribe en El conde Lucanor); por mencionar sólo algunos.
La vieja y el médico
Esopo
Una vieja enferma de la vista llamó, con promesa de salario, a un médico. Éste se presentó en su casa, y cada vez que le aplicaba el ungüento no dejaba, mientras la vieja tenía los ojos cerrados, de robarle los muebles uno a uno.
Cuando ya no quedaba nada, terminó también la cura, y el médico reclamó el salario convenido. Se negó a pagar la vieja, y aquél la llevó ante los jueces. La vieja declaró que, en efecto, le había prometido el salario si le curaba la vista, pero que su estado, después de la cura del médico, había empeorado.
—Porque antes —dijo— veía todos los muebles que había en mi casa, y ahora no veo ninguno.
Los malvados no piensan que su avaricia deja contra ellos la prueba de su delito [Heredia et al, 1990: 86].
A todos estos cuentos literarios [cfr. Marchese y Forradellas, 1998: 84-87] se les llamó ‘cuentos clásicos’ durante gran parte del siglo xx (hasta la llegada de la “Tesis sobre el cuento” de Ricardo Piglia en la década de 1980), porque reúnen varias características en común que los separa del cuento moderno —iniciado, en el siglo xix, por Edgar Allan Poe—, sobre todo en lo que respecta a su estructura y la gradación significativa de la tensión con la que componen sus cuentos los modernos escritores.
El cuento clásico
Los géneros literarios dependen, quizá, menos de los textos que del modo en que éstos son leídos.
Jorge Luis Borges
El nombre de cuento proviene del latín tardío computare, ‘calcular, contar’, y es usado, a decir de Martín Alonso [1990: 1297], por primera vez en castellano por Antonio Agustín, en Diálogos de las medallas, inscripciones y otras antigüedades, publicado en 1587, para significar la relación de un suceso; no obstante, el primer término utilizado para caracterizar, como una unidad, las formas empleadas en el Panchatantra, en el Calila e Dimna o en el Decamerón es el de novella, palabra derivada de la compilación anónima Novellino o Cento novelle antiche, publicada a fines del siglo xiii en Florencia, que contenía historias bíblicas, caballerescas, trovadorescas y hagiográficas, y cuyo propósito era el de instruir al cortesano.
Podríamos definir el cuento clásico como aquel tipo de narración breve, escrita en verso o prosa, estructurada a partir de la idea de unidad de manera lineal, en donde los personajes, apenas caracterizados, atraviesan un conflicto y sufren una transformación con respecto de su estado inicial. Tradicionalmente, se ha glosado, las funciones de este tipo de narraciones eran entretener o moralizar. Por supuesto, con éstas coexisten otras funciones, como la lúdica, la didáctica, la filosófica, aunque la más importante es la poética o estética, pues es la que da valor artístico a una obra literaria.
Desde sus más antiguas formas, el cuento ha contado un conflicto —es decir, una fricción o un problema— que los personajes intentarán solucionar. Así que todas las acciones de los personajes habrán de construirse pensando en este conflicto y en su resolución.
Estructura del cuento clásico
La teoría del cuento en tres tiempos se desprende la más antigua poética aristotélica, para la cual toda historia consta de principio, medio y final. Fórmula simple, pero de ningún modo simplista, pues su concatenación lógica y cronológica permite que, una vez definidas, estas tres partes o tiempos puedan intercambiarse según las necesidades del relato.
Guillermo Samperio
La idea más importante que sostiene la construcción de los cuentos clásicos, distanciándolos de los modernos, es la estructura lineal desde la cual se expresa el conflicto y, como la concibieron los seguidores de Aristóteles, debía ser inamovible para que el escritor de argumentos no iniciara de manera desordenada su relato y se perdiera el efecto que el escritor quería dejar en sus lectores. Esta estructura está basada en los tres tiempos expuestos en la Poética: principio, medio y fin (o inicio, desarrollo y desenlace), a la que agregaremos el clímax, que, aunque no es un tiempo del relato, es un punto determinante que el escritor aprovecha para establecer los grados de tensión dentro de sus cuentos. La tensión está ceñida al conflicto, porque en éste luchan dos fuerzas; una, por resolverlo satisfactoriamente, y la otra, por impedírselo. Además, la tensión se va tejiendo de diversas maneras (que revisaremos en la explicación del desarrollo). En un cuento clásico, el grado de tensión al inicio de la narración, pensando en una escala del 0 al 10 [Samperio, 2004: 75-78], sería de 0 o 2 puntos, porque la estructura de la trama es de un arco abovedado, como suele representarse:
Esquema de la trama del cuento clásico:
A=Inicio, B=Desarrollo (empieza el conflicto), C=Clímax, D=Desenlace
Inicio: Cuando se escribe un cuento clásico, lo primero que se observa es la presentación de los personajes, el lugar en el que se va a desarrollar la acción, el tiempo en el que está situada la historia, la atmósfera en que habitan. Esta parte del relato termina con el planteamiento del conflicto que vivirán los personajes y que dará pie al desarrollo del relato; es decir, en el inicio de un cuento se tratarán de contestar las siguientes preguntas: ¿quién o quiénes son los personajes? ¿Dónde ocurre la acción o, al menos, la primera escena? ¿Cuándo ocurre? ¿Qué ocurre? ¿Por qué ocurre?
Desarrollo: Después del planteamiento del conflicto, la situación de los personajes evoluciona. El protagonista intentará resolver el conflicto, pero habrá fuerzas (personajes, entes o situaciones) que tratarán de estorbar y dificultar a toda costa que aquél lo resuelva. Generalmente, el desarrollo es la parte más extensa del cuento y es donde ocurre la mayor parte de las acciones de los personajes. Lo que a continuación se enumera son algunas de las posibles maneras en que se le impide al personaje principal resolver su conflicto, y al hacerlo, se generan puntos de tensión (también llamados nudos) dentro del cuento: obstáculos en el camino del personaje principal; retrasos (un accidente, una noticia que se revela, etc.) que generarán interés en el lector por conocer cómo continúa el cuento; peligros que amenazan la vida o el futuro del protagonista, lo sepa él o lo desconozca; luchas físicas o psíquicas que el personaje principal sostendrá consigo mismo o con otros personajes; reflexiones de él, de otro personaje o del narrador que desvían la atención del lector hacia algún camino equívoco acerca de la resolución del conflicto. Todos estos elementos aseguran un interés para que se continúe con la lectura del cuento.
Clímax: Desde el inicio hasta el desenlace de un cuento clásico, la tensión de nuestros personajes tendrá una gradación de menor a mayor con respecto de las acciones que se desarrollen. En la misma escala mencionada anteriormente, el clímax tendría el punto 10, pues es el momento de mayor tensión en un cuento. A partir de este punto del relato, la tensión puede sostenerse hasta el punto final o decrecer y manifestarse como un anticlímax. Debe aclarase que de la misma forma que el planteamiento del conflicto es un nexo entre el inicio y el desarrollo, el clímax es un lazo que se establece entre el desarrollo y el desenlace de un cuento. Así, debe recordarse que el clímax no es el desenlace de un cuento.
Desenlace: El final de un cuento clásico es este momento llamado desenlace, que es la manera en cómo un escritor resuelve el conflicto que vivieron sus personajes. Puede ser positivo, negativo, alegre, triste, neutro, etcétera. En su libro Teoría y técnica del cuento [2007: 99], Enrique Anderson Imbert los clasifica de la siguiente manera: terminantes: el conflicto planteado queda resuelto, sin dudas, sin cabos sueltos; problemáticos: el conflicto no se resuelve; dilemáticos: el narrador ofrece dos soluciones, el lector es libre para elegir la que se le antoje más verosímil, pero sin estar seguro de que es la verdadera; promisorios, sin especificarlas, el narrador ofrece posibles resoluciones, quizás en el futuro…; invertidos, el personaje principal toma una actitud opuesta a la que tenía al inicio del cuento, y, sorpresivos, en los cuales se da una salida inesperada al conflicto, esto sucede cuando el cuento cuenta dos historias al mismo tiempo (en los intersticios de la primera se teje otra sin que el lector lo sepa) y al final del cuento sale la historia oculta.
Final del cuento clásico
El cuentista, como el miniaturista, como el fotógrafo, como el sonetista, se ve obligado a dar expresión a su tema en una forma externa rigurosamente limitada… Los límites del cuento son, en primer lugar, la existencia de un mínimo soporte narrativo, ficticio, original (para excluir la leyenda); luego la unidad de impresión y por último el interés primordial en el desarrollo de la fábula y no en la caracterización del personaje.
Luis Leal
En la actualidad, hay muchos escritores que promueven la desaparición de los géneros literarios, y en su afán construyen interesantes hibridaciones literarias: novelas mezcladas con ensayos, relatos que son alegorías, historias que son poesía. Sin embargo, hay que recordar lo que acertadamente ha afirmado Andrés Neuman en su “Dodecálogo de un cuentista”: “En narrativa, el lirismo contenido produce magia. El lirismo sin freno, trucos” [2015, en línea]. Con esto pretendo señalar que si bien la mezcla de géneros es interesante y produce esa magia de la cual habla Neuman, ésta sólo podrá realizarse en la medida en que el escritor conozca a detalle la técnica que tiene a la mano para construir sus obras literarias. Un paso importante para el desarrollo de los cuentistas ha sido precisamente la escritura del cuento clásico. Conocer sus mecanismos y posibilidades ayudará al escritor a expresar ese íntimo impulso que nace en su mano y que se transfigura, bajo una determinada forma, en alimento para el alma del artista y de sus espectadores, como diría Kandinsky.
Referencias
Anderson Imbert, Enrique [2007]. Teoría y técnica del cuento. Barcelona: Ariel.
Aristóteles [2000]. Poética. Trad. David García Bacca. México: UNAM (Bibliotheca Scriptorvm Graecorvm et Romanorvm Mexicana).
Alonso, Martín [1990]. Enciclopedia del idioma. México: Aguilar.
Beristáin, Helena [1998]. Diccionario de retórica y poética. México: Porrúa.
Boccacio, Giovanni [1994]. El Decamerón. Barcelona: Ediciones 29.
Font, Carmen [2009]. Cómo diseñar el conflicto narrativo. Claves para comprender y encausar la tensión literaria. Barcelona: Alba (Guías del escritor).
Gay, Asmara [julio-diciembre de 2014]. “Las teorías del cuento y sus contradicciones”, en Texto crítico. Nueva época. Año XVII, número 35, pp. 207-213.
Heredia Correa, Roberto, Tapia Zúñiga, José y Viveros Maldonado, Germán [2000]. Antología de textos clásicos grecolatinos. México: UNAM (Lecturas universitarias).
Leal, Luis [enero-febrero de 1972]. “Cómo definir al cuento”, en El Cuento. Revista de imaginación. Tomo VIII. Año VIII, número 51, p. 582.
Marchese, Angelo y Forradelas, Joaquín [1998]. Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria. Barcelona: Ariel.
Muñoz Rodrigo, Carmen (coord.) [1979]. Diccionario Enciclopédico Quillet. T. I. México: Editorial Cumbre.
Neuman, Andrés [2015/12/8, fecha de consulta, en línea]. “Dodecálogo de un cuentista”, en http://www.andresneuman.com/contenido_libros.php?id=60.
Samperio, Guillermo [2007]. Después apareció una nave. Recetas para nuevos cuentistas. México: Alfaguara.
[1] Las cursivas son del traductor.
[2] Recordemos que la disciplina que a través del nombre ποιητκή [poética: ‘creación’] fundó Aristóteles reunía a todas las ramas del arte literario separándolas de la ‘creación’ científica, filosófica, histórica, etcétera.