Complicidad roja

JAVIER GONZÁLEZ CÁRDENAS

Una manzana se interpuso en sus planes. Se aferraban a su aparente paraíso cotidiano. Solo buscaban cariño carnal, pernoctar en el sillón de sus exploraciones lascivas, cuando surgió el tercero en discordia. Una manzana voyeurista y casualmente erotizada los sorprendió sexualizándose en decúbito supino, vistiendo ropajes de anómala confección, agujereados solo en las zonas erógenas. Los encontró pudibundos, ataviados en demasía, mas la consecución del placer era lo importante. Harta de contemplar los coitos insípidos de la fauna, y estimulada por el avistamiento —al fin— de una cogida inteligente, en un descascarado tris se libró de su epidermis, exhibiendo sus rojas sinuosidades y el falo curvo que se erguía, anhelante, sobre la cima de su redondez vegetal. Su ambigua belleza, rayana al albinismo, excitó a sus coitales espectadores. Ellos, inocentes e incautos, acostumbrados al gravamen de la vestidura vegetal, fueron víctimas de inquietudes genitales imposibles de ignorar: soltaron las amarras de sus dedos y estimularon sus sensibles instrumentos por encima de la ropa hasta desatar el agua de la satisfacción. Dios descargó su ira sobre la manzana, desterrándola del paraíso, e instauró la desnudez de flora y fauna con tal de cotidianizarla: hacerla cada vez menos atractiva. Ellos, cachondos e insaciables, salieron en busca de otros frutos hasta que todos fueron vedados. Cuenta la leyenda que, en una noche de míticos fetichismos, y en homenaje a su rojiza amiga, se desnudaron por vez primera y coitearon cobijados por ángeles mundanos, evocando la traviesa seducción de la naturaleza. Y aquellos recuerdos de semillas y pulpas carmesí deshaciéndose entre sus embestidas los orgasmearon hasta el infarto.

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