LILIANA HERNÁNDEZ ALMAZÁN
¿Quién como Butes que es el viajero osado por excelencia?
Grandes los hombres recordados por su travesía en el mar
Siniestras sirenas con sus cantos adormecen hasta el más nítido sentido
Un día conocí a unas hermanas: Catalina con grandes ojos de azabache, su belleza era el negro cabello que la rodeaba casi por casualidad; Virginia de apacible caminar, de aliento melancólico como para recordar. No parches, no patas de palo, sólo un gran loro en el hombro de cada una de las hermanas. Usureras silenciosas y misteriosas a las que acudía la tripulación, las del orden en altamar. Allá en medio de la planicie azulada lo único que necesitas es dinero para comprar tu salvación cuando hay una invasión del enemigo; muchas otras, lo necesitas para arrojar una moneda y pedir un deseo…cuando ya no queda ni la nada para descansar.
Me parece que la embarcación sólo contaba con las hermanas, el resto eran hombres que arduamente trabajaban y pescaban día con día. Catalina realizaba las mismas labores, pero la mayor parte del tiempo se enfrascaba burlando a otros, peleando con otros, fumando con otros, bebiendo con otros, incluso seduciendo a otros. Una noche que decidió salir a fumar a la proa unos hombres, molestos por sus actitudes en una partida de cartas, llegaron a exigirle su dinero que perdieron en la apuesta, pero Catalina se negó. De inmediato brillaron espadas, rugieron cadenas y los tres hombres en posición de ataque avanzaron sin tregua; irremediable fue el veredicto pues el padre de Catalina le heredó su pericia con el frío acero. A lo lejos un coro pueril acompaña al alba:
Ustedes borrachos perdieron cordura y familia; tú, dama de hierro perdiste un dedo, aquel hombre se lo llevó consigo, te hiciste amarrar del mástil para no ir corriendo tras él…
Victoriosa, Catalina regresa cansada a su camarote y casi al caer dormida sueña conmigo. Yo en la alberca nadando y bailando sin sentido, todos gozando de la fiesta y así comienza el juego:
Una mujer
Se acerca y me besa
Son piratas solo para oponerse a las sirenas.
En medio de las dos camas de las hermanas hay un espejo y una vasija con agua. Virginia despierta a la seis de la mañana, se peina en el agua y se bebe el espejo. Ella desciende al cuarto de calderas donde día con día escribe lo mismo encerrada y rodeada por el monstruoso ruido. Casi siempre a mediodía llegan otros hombres a acompañarla, mientras almuerzan hablan de historias y leyendas del mar, siempre suspiran y se acuerdan de las sirenas, de su terrible efecto. Los marineros son como Orfeo y emprenden el viaje con amuletos para ahuyentar a las sirenas, los más eficaces son los dientes de leche de niños, a esos las sirenas les lloran y se alejan. Los amuletos son fabricados y vendidos por Virginia, a ella le rezan los hombres dormidos. Ya por la tarde Virginia escribe el mismo cuento:
Con dificultad salgo de la alberca, luciendo mi traje de baño todos me observan mojada, pero tengo que seguir con el acto, subo las escaleras de la casa y llego al balcón del segundo piso…de repente me siento aletargada y descubro que calculé mal el salto, es imposible: ¡Moriré! Me arrepiento y doy la vuelta, todos me siguen mirando.
Eran piratas, tan solo porque les sangraban las encías.
Una vez más llega la noche longeva, despierto/duermo de la mano de Dufourmantelle, la del beso. Las mujeres y el mar tienen una historia fatídica…todas se ahogan.
Supongamos que emprendí el vuelo, que finalmente realicé mi gran salto, mi acrobacia.
Luego.
A lo lejos encuentran a Butes, el arrojado, el que corriendo fue a abrazar la nada. Sólo Virginia sintió compasión despechada por su amada, se arroja también. Se arroja al agua por segunda ocasión; la primera para ahogarse en el río Ouse, la segunda para abrirse a Butes. Las sirenas hechizaron a Butes, la fragilidad de Butes eclipsó a Virginia. Juntos se estrellaron en el silencio.
Allá en esa placenta azulada, Catalina de Erauso se encontró con la monja; allá en el lecho de espuma, Virginia se encontró con Orlando.
Yo sólo me encontré con la idea del plenilunio.
Liliana Hernández Almazán (San Luis Potosí, México, 1984) es psiquiatra y psicoanalista. Radica en la Ciudad de México. Ha colaborado con algunos microcuentos y poemas en revistas digitales como: El camaleón (Instrucciones para enterrar un vivo); Revista Cisne digital (El ojo); Página Salmón (Suspendida, Hera rediviva); Polisemia (El manto de las Moiras); Estroboscopio Revista Literaria (Ónfalo); Delatripa (Allá en el pozo).