STIVALEIT GUERRERO
Padre pasó de largo un día que teníamos prisa. Yo me quedé parada frente a él, pensando que era muy, pero muy desafortunado el hecho de que no me gustara el aguacate. El señor, con su letrero de 3 por 2, me miraba suplicante y pedía sin hablar que llevara una, sólo una bolsita a casa. Recordé que al otro día salíamos de viaje, y di las gracias, no sé por qué. Los aguacates ya estaban maduros, listos para comer. Y yo no.
Entonces me pregunté si era justo que alguien tan insignificante como esta melancólicabuenaparanada prefiriera el mango, la carambola o la granada. Por qué siendo tan delicioso, tan sutil y combinable, habría alguien en este planeta que le rechazara. Me identifico, y tampoco puedo aborrecerlo. Entonces, sí, con todo . ¿Se entiende la ironía? ¿Qué otro sentimiento tan grato hay en el mundo, además del amor, el odio, la tristeza, la compasión, la empatía, el optimismo, la admiración, la gratitud, el enojo, la venganza y el éxito, que la libertad misma?
Sin embargo, el poder de decidir sobre el destino de otros, es en su totalidad, una falacia. Bien lo decía mi amor, Pessoa: [i] “El Destino es una especie de persona, y deja de atormentarnos si mostramos que no nos importa lo que nos haga.” Que si el aguacate me odia porque no lo he elegido, que si yo hago puchero porque me vi en la necesidad de rechazarlo, eso en realidad no importa. Hay una excusa real y aceptada (porque se encuentra entre comillas) que nos exime a ambos de culpa, como en todo.
A veces resulta extenuante tener que guardar compostura ante las tentaciones del mundo, por ejemplo. Aunque comprometerse a la ética personal es más fácil de lo que se cree…claro, si uno se encuentra configurado con base en gustos también personales. ¿No te agrada ceder el asiento en un autobús a personas que probablemente lo necesitan más que tú? No hay problema, hoy en día algunos Millennials y todas las feminazis te ceden un pase rápido de salida. Puedes tomarlo, con total consciencia o sin ella (qué más da quitarse con premura el chaleco de responsabilidad), configurar tu actuar acorde y viajar –literal y figurativamente– por la vida sin un gramo de culpa. Qué bello. Es que tienen razón (yo se las doy, y ya supimos que por mi importancia en el universo, tengo el derecho): ¿por qué ceder tu asiento a aquella mujer embarazada? Quién la manda a coger con un hombre que 1) no tiene para el condón y 2) ese mismo día que no tenía para el condón, dejó su Ferrari en casa. No es como si el niño en el vientre pudiera llegar a ser un excelente médico cirujano que podría salvarte la vida algún día; o bien ¿por qué habrías de abandonar ese cómodo asiento que el abuelito desea ocupar? No es TU abuelito. Sus ojos cansados, sus piernas temblorinas, sus movimientos lentos no han sido causados por ti. Ni siquiera habías nacido cuando él optó con todas las de perder, rechazar sus estudios. Por suerte (aunque no sepamos si es mala o si es buena o si es tuya o de él), naciste en una familia que piensa que debes estudiar y superarte. Y porque has actuado correctamente durante toda tu vida (olvida juzgar a las personas, eso no cuenta, tenemos el derecho de hacerlo, dulce cómplice cruza-líneas), te has ganado ¡NO!, te mereces, ese cómodo y para nada mal armado (cómo crees) asiento del autobús.
Pero dejaré de alabarte a ti, de justificarte a ti. Hablaré de lo que más me gusta hablar en el mundo: del Yo. Aunque con cada binomio de palabras me acuerde de Frida y de Freud.
Yo, estaba hablando de lo sencillo que es apegarse a la ética personal: lechuguina, flojita, inocente e ignorante. O sea, la ética que alimenta a nada menos que a un [ii]90% de los 127.5 millones de mexicanos que existimos en MI territorio lleno de aguacates. Eso es, 2 personas de 3, que se guían por la configuración lógica personal y convenientemente bien aplicada en días de lluvia (los cuales, como recordamos, aquí en la ciudad, sólo toman lugar en dos temporadas). Eso es yo, y probablemente tú que estás leyendo esto, o bien, yo otra vez, o bien tú siendo yo, porque todos somos Yos aquí y y allá y en Nowhere Land.
Pero a lo que iba, es que, sin una configuración deliberada de una ética personal, es más sencillo ser tibio. A quién podría dañarle esto, podríamos preguntarnos. Como todo tiene una consecuencia, qué mejor que disminuir las probabilidades de daño. Siendo grises, no blancos o negros, sino grises totalmente (yo, un tono más bien plateado), nos desligamos ya del compromiso de ser excelentes, de ser bondadosos, de ser humanos, siempre.
Cuando me preguntan mi opinión sobre algo, poquísimas veces opino tajante y vehementemente. Cuando me piden una posición respecto a un tema controversial, pienso que lo único en controversia es mi capacidad de ver de ambas partes, algo correcto y algo malo. [iii] “Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Pienso que Dios también rechazaba al aguacate. ¿Acaso no me creo mi propia ironía? Esta fruta que parece verdura, o esta verdura que parece fruta, no es totalmente dura, ni blanda en demasía; ésta, que no es dulce o agria o salada, apenas puede tener cabida en mi comprensión. Dejando gustos de lado, me entrego al mundo cuando digo que con todo está bien. Aunque por obviedad en mi gesto transparente, no lo esté. Lo más desesperante de todo esto (a Bernard Salt le daría un infarto) es que [iv]soy Millennial, no tengo casa ¡y ni siquiera me gusta el aguacate! Porque (ajá, a veces) me dejo llevar por los impulsos, porque soy tibia, escribo mientras sueño y mientras bailo y mientras (la) cago.
Stivaleit Guerrero (Macuspana, Tabasco, 1990) es nómada, poeta y narradora. Obtuvo mención honorífica en el Premio de cuento breve Julio Torri 2014, primer lugar del Concurso de Ensayo Ágora del Tecnológico de Monterrey 2012 y segundo lugar en poesía del XXVI Concurso de Creación literaria del Tecnológico de Monterrey 2012. Ha sido incluida en la Antología de Poesía Española Y lo demás es silencio II de Chiado editorial. En 2016 publicó su primer libro de poesía titulado My Jam (de la misma editorial).