RAÚL LARA G.
Una corona de efímero encanto
pendió sobre mi cabeza
al abandonar el vientre cósmico de mi madre,
con la misión de proclamarme monarca
de un reino heredado para dominar galaxias
en mi mayoría de edad:
recuerdo próximo
que viene ahora, sentado frente a la ventana,
mientras dos horribles pájaros baten sus alas
y se sacuden la mierda de las palomas
de los rincones altos del edificio.
La belleza existe aún, pienso,
mientras me pongo en pie
y corro la cortina.
Un buen principio, aquél:
ser coronado y la mano aderezada con el cetro
listo para sodomizar;
el poder.
Todo hubiera sido así.
Convengo con la tarde acribillar las horas
con alcohol y tabaco. Los pájaros vuelan
y el horizonte les da otra oportunidad.
Nos da otra oportunidad.
Mañana volverán con el entusiasmo en las plumas
y el pico ensangrentado.
Quizá volveremos.
Hoy brindo por lo que no fue,
por el trono enmohecido de mi ausencia, por la corona aboyada
y por la galaxia sin planetas en mi puño…
Hoy la tempestad sube por mis pies y estalla en las sienes,
nadie volverá, los otros seguirán siendo los otros
y allá seguirá siendo aquí.
Un aroma a heces lo impregna todo y se detiene en mi nuca,
en mi nunca, ¿en mí? ¡nunca!
afuera todos construyen un puente
adentro una nube de zumbidos
me sobrevuela,
es el olvido
o algo muy parecido a mí.