MAYRA CASTILLO URETA
Despertó por el ruido de un carro que parecía ir a toda velocidad, meses atrás aquel ruido le hubiera resultado molesto, aunque familiar; sin embargo, la ciudad se había sumido en un pesado silencio durante tanto tiempo que tardó en reconocer lo que era realmente. El rugido de aquel motor que ahora parecía tener vida propia, el sonido de las llantas al rozar el asfalto, todo ello le traía viejos recuerdos y le hicieron comprender que finalmente el día había llegado. Ese día serían libres.
Llevaban más de tres meses en aquel estado, confinados en sus casas, viendo las mismas caras, haciendo las mismas cosas, limpiando cada superficie que tocaban, usando guantes, mascarillas, evitando a las demás personas. Finalmente, aquel comunicado les había devuelto a los ciudadanos aquel júbilo que creían perdido.
La noticia había tomado a todos por sorpresa, era la primera vez en décadas que pasaba algo así, por lo que muchos prefirieron tomar sus precauciones. A las pocas horas de declarada la cuarentena, los supermercados se quedaron sin los productos básicos, no más pan, arroz ni papel higiénico en los estantes. La prensa tachaba dicho accionar como precipitado, sin embargo, para el resto de la población, aquellos artículos eran vitales para sobrevivir durante la pandemia.
Al principio, las personas vieron aquellos días como unas muy bien merecidas vacaciones, parecía que finalmente la vida había escuchado sus súplicas cuando pedían que el día tuviera más horas. Aunque en aquel momento las horas del día seguían siendo las mismas, sus deberes y prioridades sin duda habían cambiado. Ya no había excusa para rehusarse a jugar con los hijos, para cortar una plática con las esposas, para no llamar a los abuelos, había tiempo de sobra para que uno pudiera hacer todo aquello que durante meses o quizás años había estado postergando.
Los medios no tardaron en sugerir que aquel año se vería nacer las más grandes obras, ideas e inventos que el país había visto en décadas, que con tanto tiempo la libre la creatividad del ser humano se dispararía y volveríamos siendo mejores personas. Fueron demasiado optimistas.
Pasado el primer mes de cuarentena, las personas dejaron de ver el lado positivo a aquella pandemia que hasta aquel entonces ya había cobrado decenas de miles de vidas a nivel mundial. Los desacuerdos y discusiones comenzaban a hacerse cada vez más notorios, bastaba el más mínimo comentario para encender la hoguera. La presencia de aquel familiar con quien antes se había deseado compartir más tiempo ahora resultaba insoportable. Los niños deseaban salir al parque, los jóvenes se preocupaban por lo que sería de sus estudios y los adultos comenzaban a sentir la necesidad de retomar sus actividades laborales. Aquellos deberes de los cuales la gente se había quejado en algún momento, ahora parecían ser su mayor fuente de preocupación, un mal necesario.
Las clases continuaban como podían, de manera virtual, niños, jóvenes y algunos adultos se veían obligados a permanecer horas con la mirada fija en la pantalla hasta que la mala conexión hiciera lo propio y se vieran en la necesidad de revisar por qué el internet decidía fallarles justo en aquel momento. Por supuesto que miles de personas reclamaron la reducción del pago de pensiones, no era justo que el monto siguiera siendo el mismo cuando los centros educativos apenas pagaban a los profesores, sin embargo, había pasado un buen tiempo y aunque algunas instituciones habían accedido, nadie quiso intervenir ni hacer que aquel reclamo tuviera un respaldo legal.
La economía era quizás una de las que más se habían visto afectadas por la cuarentena, miles de negocios tuvieron que cerrar, ya que solo se permitía el funcionamiento de aquellos considerados “de primer necesidad”, sin embargo, aquello era muy relativo para las personas, para algunos era necesario tener un libro que leer en el confinamiento, otros afirmaban necesitar un corte de cabello y muchos no podían vivir sin una botella de cerveza. En fin, cada quien tenía sus prioridades.
Con el tiempo las personas comenzaron a aburrirse y aunque era conscientes de que la situación no hacía más que empeorar, esperaban ansiosas el día en el que el presidente decidiera levantar la cuarentena.
El presidente transmitía su mensaje todos los días, sin excepción, durante una hora aproximadamente. En él, anunciaba la cantidad de infectados, de muertos y tocaba algunos temas de interés público, sin embargo, cada vez que se acercaba el día en el que se levantaría la cuarentena, el presidente acababa con las esperanzas de toda una nación, diciendo que lo habían pensado mejor y que ello significaba que tendrían que extenderla. Con el tiempo, aquellos mensajes se hicieron bastante predecibles y ya nadie creía en las fechas que se daban para el posible término del confinamiento, se volvió un ciclo de nunca acabar y que, sin embargo, seguía cumpliendo la función de mantenernos con vida. Médicos, economistas y demás podían especular y dar opiniones, pero la verdad era que nadie sabía a ciencia cierta cuándo acabaría dicho periodo ni cuánto más podría aguantar el país.
Lo que no fue predecible fue sin duda el anuncio que el presidente había dado el día anterior, en el que indicaba que de manera extraordinaria había decidido suspender la cuarentena por un plazo de 24 horas, ni un minuto más, ni un minuto menos. Se había dado tregua al país entero, apiadándose de todos aquellos que habían iniciado la cuarentena incrédulos u optimistas y que semana tras semana la habían retomado ya sin mucha esperanza.
Ella supo entonces que aquel día no sería igual que los anteriores.
Se levantó de cama y se vistió rápidamente, al llegar a la sala se topó con su madre, quien preparaba el desayuno con prisa, la saludó con un beso en la mejilla:
ꟷBuenos días.
Su padre veía el televisor mientras anotaba en un pequeño cuaderno la cantidad de infectados y fallecidos del día anterior, al no poder trabajar, había encontrado una nueva tarea a la cual entregarse con diligencia. Tantas muertes, tantas veces su padre llevando la cuenta, tantas mañanas pasando sin reparar en las imágenes a través de la pantalla, acaso para intentar escapar de la realidad o por ser tan consciente de ella que no había necesidad de verla una vez más.
Ayudó a su madre a poner la mesa y en menos de lo esperado, todos se encontraban desayunando.
Su padre hizo una pausa mientras tomaba su café, X pensó que comentaría algo acerca del número de infectados, pero para su sorpresa, se limitó a decir:
ꟷHoy iré a cortarme el cabello.
Ella y su madre asintieron sonriendo, no había necesidad de confesar aquello. Desde la noche anterior, es decir, desde que se supo que la cuarentena se levantaría durante un día, se había creado un tácito acuerdo en el que nadie indagaría demasiado en lo que la otra persona haría. Todos podían ir a donde consideraran conveniente a la hora que consideraran conveniente, eso sí, debían estar en casa antes de las 9 pm y haber comprado algo que se necesitara en la casa. Por lo demás, cada quien era libre de aprovechar esas horas de libertad como le plazca.
Al terminar el desayuno, X tomó su mochila, guardó un par de cosas, se puso la mascarilla y se despidió de sus padres. Ellos le dijeron que no tardara y que fuera con cuidado.
ꟷLas cosas allá afuera están peores que aquí, aunque no lo creas ꟷle dijo su madre sonriendo con dulzura.
X se limitó a devolverle el gesto y se fue.
Era la primera vez que salía desde el inicio del estado de cuarentena, sus padres, en un intento de protegerla, habían preferido ser ellos quienes se encargaran de hacer las compras, una semana iba su madre y la siguiente, su padre. Cada vez que llegaba el día, se encargaban de ponerse guantes, mascarilla y todo aquello que pudiera servirles de protección. Cuando llegaban a casa, desechaban todo y se pasaban toda la mañana y parte de la tarde, desinfectando las cosas que habían comprado. X no conseguía comprender de dónde sacaban tanta paciencia y dedicación.
Una vez afuera, pudo darse cuenta de que algo había cambiado en la ciudad, aunque no sabía con certeza qué. Respiró profundo y comenzó a caminar, al principio disfrutando de las calles que ahora le resultaban desconocidas, luego con prisa. El primer desafío sería encontrar un bus. No tanto porque no hubiera, sino porque ahora estos tenían una capacidad limitada y debían respetar la distancia entre persona y persona.
Al llegar al paradero se topó con una fila inmensa, pero no tenía más opción que esperar.
El presidente había decidido levantar la cuarentena por dos principales razones: la economía y la gente. Esta última había aceptado de buena manera las primeras semanas de confinamiento, sin embargo, durante los últimos días, los reclamos y el desacato a la autoridad habían aumentado. Así, el mandatario decidió que un día de libertad les vendría bien a los ciudadanos, lo último que el país necesitaba era un levantamiento social en medio de una pandemia.
La economía era otra de las razones. Tres meses de inactividad eran suficientes para golpear duramente a los países mejor posicionados económicamente hablando ¿Qué podía esperarse de uno del tercer mundo? Además, eran muchas las personas que vivían del día a día y aunque el gobierno había decidido apoyarlos con víveres, ningún sistema era perfecto. Esto significaba que nunca era suficiente y que tampoco habían logrado llegar a todas las personas en estado de necesidad. Por otro lado, miles de negocios se habían visto en la obligación de cerrar, causando un estancamiento económico que poco a poco comenzaba a mostrarse como el sucesor del virus, pronto ya no sería éste quien los estaría matando, sino el hambre.
Fue así como el presidente decidió levantar la cuarentena durante un plazo de 24 horas, ello, claro está, no significaba en lo absoluto que la situación estuviera comenzando a controlarse, sino que este había comprendido finalmente la necesidad de libertad del ser humano y la imposibilidad de dejar dormida la economía durante tanto tiempo. Los ciudadanos podrían salir libremente desde las 00:00 horas hasta las 11:59 pm, con las únicas restricciones de aquellos que se encontraban enfermos, que presentaban síntomas del virus y por supuesto, los presos. Además, todos estaban en la obligación de consumir, ya sea un producto o un servicio, debían portar mascarillas y guardar el distanciamiento social. En caso de cualquier situación que ponga en peligro la tranquilidad social o la salud de las personas, tanto el ejército como la policía tenían la orden de disparar.
Ello quizá fue lo que le dio un toque escalofriante a las calles. Por un lado, todo parecía haber vuelto a la normalidad, pero por el otro, el ver tantas personas uniformadas, ya sea yendo y viniendo o tomando muestras para descartar posibles infectados, hacía caer en cuenta que la amenaza era latente.
X, sin embargo, se sentía infinitamente feliz. Había esperado pacientemente durante largas semanas para poder verlo y el encontrarse a tan solo unas horas de cumplir su deseo, la hacían incapaz de creer que lo que pasaba a su alrededor estaba ocurriendo de verdad.
Se fijó en el cielo y tal vez por causa del encierro, lo vio mucho más claro que en otras ocasiones. Se dio cuenta de que las noticias no mentían del todo, las calles parecían más limpias, el cielo se veía más bello, los árboles se veían más verdes, era como si la naturaleza hubiera aprovechado verdaderamente ese tiempo para sanar. No pudo evitar sonreír. Pero claro, nadie pudo ver su sonrisa por la mascarilla que usaba.
Habían pasado 20 minutos ya y la fila casi no había avanzado. X comenzó a impacientarse.
ꟷDisculpe ꟷle dijo a la persona que se encontraba delante de ellaꟷ ¿cuánto tiempo lleva esperando?
Cinco, diez, quince segundos…no obtuvo respuesta. Pensó que tal vez no la había escuchado por la mascarilla, pero cuando intentó separarla un poco de su boca, escuchó una voz autoritaria detrás de ella:
ꟷNo se puede quitar la mascarilla, señorita.
Ella giró en sí.
ꟷNo me la iba a quitar, solo me la estaba acomodando.
Volvió a hacerle la pregunta a la señora que se encontraba a tan solo dos metros de ella, esta vez con voz un poco más fuerte, la señora hizo el gesto de volver la mirada, la había escuchado. Pero en lugar de contestarle, había preferido acomodarse la mascarilla, mirar su reloj e ignorarla completamente, como si aquella voz que se había dirigido a ella se hubiera tratado de un fantasma.
Luego de una hora, X pudo subir finalmente al bus. Se sentó junto a la ventana, lo peor ya había pasado, solo quedaba esperar.
Era una bonita mañana, a decir verdad, un tanto extraña tal vez, pero coincidentemente era el primer día de primavera y aunque nadie lo demostrara, X sabía que en el fondo todos se encontraban igual de emocionados que ella por hacer aquello que tenían pendiente.
Algunos habían esperado ese día para abrir sus negocios con la esperanza de conseguir algo de dinero para poder subsistir los días que vendrían, de hecho, eran varias las personas que habían decidido postergar el encuentro con algún amigo o amante con tal de generar algo de ingresos.
Los buses que viajaban al interior del país habían abierto solo para aquellas rutas menores a 20 horas, las aerolíneas habían puesto los precios por las nubes, sin embargo, si alguien creía que las calles estaban aglomeradas, debería ir a los aeropuertos para darse cuenta de que allá era incluso más difícil respetar los dos metros de distancia.
Barberías, restaurantes, tiendas, todos habían improvisado un plan para poder abrir ese día, ya que en el mismo comunicado del presidente se había indicado que todo negocio que no respetara las medidas de seguridad sería multado y cerrado indefinidamente.
Sin embargo, no todo era negocios, otras personas habían separado ese día para abastecerse de alcohol, de cigarros, para hacerse ver una muela, irse de compras, darse un gusto en algún fino restaurante, ver a alguna persona especial o para cortarse el cabello, como su padre.
Habían pasado ya 30 minutos, X enviaba un mensaje que decía “Ya falta poco” a André, aunque sabía que apenas iba a medio camino. Habían quedado en encontrarse en el paradero de la universidad, cerca de un parque, básicamente porque era el punto más céntrico y porque había muchos lugares a los que podían ir más tarde. Habían quedado en encontrarse apenas 5 minutos después del mensaje del presidente, sin pensar si sus padres accederían o no a tal pedido, sin reparar en que ni todo el amor que se tenían podría con los dos metros de distancia impuestos.
X había conocido a André hace relativamente poco tiempo y, a diferencia de muchas otras relaciones, ellos habían empezado hablando en persona. Tal vez fue por eso que a ambos se les complicó tanto sobrellevar el periodo de la cuarentena. Hay parejas que funcionan mejor detrás de una pantalla, hay otras que tienen la imperiosa necesidad de verse, de sentirse. X creía que aquello que al principio había sido un elemento diferenciador, ahora les jugaba en contra, en épocas de pandemia a uno no le queda más opción que conformarse con mensajes y si ambos coincidían, con una llamada, sin embargo, ello no sucedía muy seguido, ya que a veces a uno lo mandaban a ayudar a su hermano con sus tareas o a ayudar en la cocina o tenía tareas o clases virtuales a las cuales asistir. Era consciente de que años atrás las parejas podían permanecer años sin verse, pero en aquella época de la inmediatez, del vivir rápido y morir joven, tres meses era una eternidad.
Mientras miraba por la ventana, pensó en si habría alguien que no se encontrara feliz en aquel momento y fue entonces cuando cayó en cuenta de que había otra cara de la moneda, personas para las cuales ese era un día como cualquier otro, que no había almuerzo especial, ni cielo azul ni ser querido al cual ver. Era el caso de las personas enfermas, los presos, médicos, enfermeras, personal de limpieza y todos aquellos cuya vocación les había hecho postergar la necesidad tan humana de un respiro a todo ese aire de muerte, soledad y desesperanza.
De repente, cuando estaba a diez minutos de llegar a su destino, escuchó unos disparos a lo lejos, un pasajero que estaba por bajar, se acercó a una ventana para ver qué era lo que había pasado y en ese momento, comenzó todo.
El señor que se encontrada al lado de esa ventana lo empujó sin más, en un intento de alejarlo de él, acusándolo de irresponsable, imprudente, ignorante y diciéndole que por causa suya el país estaba como estaba. Claro que un hombre solo no podía desatar toda una pandemia, ¿o sí?
X despertó de sus cavilaciones al escuchar los gritos y se asustó al ver que los dos hombres comenzaban a recurrir a la fuerza.
Era irónico ver cómo aquel hombre que había exigido que se respetara el distanciamiento social, ahora golpeaba al otro sin reparar en que hacía mucho que su mascarilla se había caído y que en ese momento sus puños podían estar tocando superficie contaminada por el virus. Todos pedían que fueran separados, pero nadie se animaba a hacerlo, acaso por temor a resultar heridos o a ser contagiados.
A lo lejos, un militar había comenzado a detener algunos buses, X intuyendo lo que pasaría si se daban cuenta de que dentro del bus había dos personas peleando, decidió que lo mejor sería bajarse cuanto antes. Rápidamente, hizo una señal al chófer y consiguió escabullirse hasta la puerta. Lo había logrado.
Eran las 9:56 am, aunque había personas, las calles se veían tranquilas. De repente, una llamada. Era André.
Le decía que estaba a unos minutos del paradero, que no tardaría en llegar y que estaba ansioso por verla. Ella, que recién entonces pudo experimentar lo que las personas llaman “mariposas en el estómago”, le dijo que también se encontraba cerca y que pronto toda esa espera habría valido la pena. Echó a correr.
La mascarilla la hacía agotarse con facilidad, sin embargo, no podía esperar por verlo. Temía que, de un momento a otro, por jugadas del destino, algo sucediera y todos sus esfuerzos por conseguir aquel encuentro terminaran siendo en vano. Cruzó la calle rápidamente y llegó al paradero. En ese momento lo vio.
André también parecía haber corrido, al principio no lo reconoció por la mascarilla, pero bastó una mirada para darse cuenta de que efectivamente era él. Aunque no podía ver su boca, sabía que al igual que ella, él también sonreía. André llegó hasta ella y se detuvo a una distancia prudencial.
ꟷHola.
ꟷHola.
X temía no encontrar la misma mirada cuando lo viera, pero para su sorpresa no fue así, él la miraba igual que siempre, con palabras que no decían nada realmente, pero con ojos que gritaban mil y una cosas que solo ella era capaz de entender.
Le faltaba el aire, no sabía si debido a la mascarilla, al trayecto que había corrido o al hecho de tenerlo frente a ella después de tanto tiempo, pero eso ya no importaba, esos meses de espera, de mensajes insuficientes, de llamadas melancólicas habían sido una prueba para ambos, lo que en algunos casos consigue separar, en su caso no había hecho más que reafirmar lo que sentían.
Así como ellos, había miles de personas que habían reservado aquel día para un reencuentro, personas que no podían traspasar la barrera de dos metros, que no podían tocarse, sentirse, pero a las que les bastaba una mirada para seguir. Gracias a ese encuentro tan ansiado ahora podrían con las semanas o meses de cuarentena que vendrían, con las cifras desalentadoras que día a día anotaba en su cuaderno el papá de X, con la escasez, con la incertidumbre, con la rutina, con las demás personas que uno se topaba en la calle y que ahora se habían vuelto desconocidos, con el miedo que velaba sus sueños todas las noches.
A lo lejos se escuchaban disparos, que poco a poco fueron ahogados por la sirena de una ambulancia. X y André seguían mirándose sin saber qué más decir o hacer, tal vez en un intento de no ver lo que ocurría a su alrededor, tal vez en el acto más noble de resistencia.
Mayra Castillo Ureta (Lima, Perú, 2001) estudia Ingeniería Ambiental y Administración, sin embargo, ello no significa que haya dejado de lado una de sus más grandes pasiones: la literatura. Escribe desde que aprendió a sostener un lápiz. El primer concurso literario en el que participó fue cuando tenía 14 años, logró obtener el tercer puesto y desde ese entonces no ha dejado de escribir.