ASMARA GAY
Aquel día manejaba mi chevy monza 2005 hacia la casa de Juan y mientras lo hacía pensaba en Lorena, en su linda sonrisa y en sus desvergonzadas curvas. A ella parecía serle simpático el furor que causaba en muchos hombres porque pasaba en ocasiones, con sus lánguidas faldas, entre nosotros con cualquier pretexto y nos lanzaba una mirada burlona.
Estacioné mi coche en la acera de enfrente y caminé hacia la puerta. Desde lejos se escuchaba el ruido ensordecedor de una música apenas comprensible; Iron Maiden a todo lo que daba. Toqué dos veces el timbre. Pero nadie abrió. Muchos golpes fuertes en la puerta al fin llamaron la atención de los que estaban adentro.
―¿Qué onda, bro?, creí que ya no vendrías ―estreché la mano de Juan y le di un abrazo, como acostumbrábamos hacer cuando nos veíamos en el pasillo de la facultad. Su rostro, sus ojos, se notaban un poco perdidos. Asumí que llevaba un rato bebiendo.
―Se me hizo algo tarde, pero ya ando por acá, ya viste que sí vine, carnal.
Entramos. El humo de los cigarros invadía toda la casa. Pude ver a varios chicos parados alrededor de la mesa del comedor. Me acerqué para ver qué habían traído, pues no había comido y tenía hambre. Pero en la mesa sólo había una infinidad de drogas dispuestas en platitos para que uno las tomara conforme quería.
―¿Qué te sirvo, güey? ―me preguntó Juan―. Tenemos éxtasis, coca, PCP, cristal, mota…
―Nomás una cerveza, mano, es que no he comido.
―Vente para la cocina, pero, oye, no me vayas a despreciar esta vez porque no te vuelvo a invitar a mis fiestas.
―Al rato me sirvo, güey. Te digo que no he comido. Andaba chambeando.
Atravesamos la sala repleta de chavos de nuestra edad y entre toda la masa de cuerpos que iban y venían pude distinguirla. Llevaba un vestido rojo que mostraba sus contoneados muslos. El cabello lo traía suelto y le caía hacia los pezones. Observé sus labios que también había pintado de rojo. La imaginé desnuda y le sonreí. Ella me devolvió una tímida sonrisa, como si la estuviera interrumpiendo de una plática importante con sus amigas. Le hice una seña con la mano para indicarle que en un momento regresaría, pero ella fingió no darse cuenta y movió su cabeza hacia la chica que estaba a su lado en el sillón. En la cocina encontré un par de pollos rostizados y muchas papas. Me serví dos piezas y comí con ganas allí mismo, sin sentarme a la mesa.
―Tenías hambre, cabrón ―me dijo Juan―, bueno, ahí te quedas, sírvete tú, yo me regreso con unas morras con las que andaba platicando ―y salió.
Acabé rápido mis piezas de pollo y una cerveza. Saqué otra del refrigerador y me acerqué a Lorena.
―Hola ―le dije y la besé cerca de la boca―, ¿cómo estás? ―sus amigas se levantaron para irse, a pesar de que ella les suplicó que no se fueran. Su piel estaba roja y sus ojos algo deslucidos por la bebida―. ¿A qué hora llegaste?
―Desde las doce, Fer, mmm, creí que ya no vendrías…
―Se me hizo tarde en el trabajo, pero ya estoy aquí, como quedamos.
―Yo no quedé nada contigo.
―¿No te acuerdas?, pero si ayer me dijiste que vendrías, por eso vine, si no ni me hubiera aparecido por acá ―los ojos de ella apenas me miraban, pues observaba hacia la mesa, donde un chico alto y bien parecido llamado Alan platicaba con otros muchachos―. ¿Te sigue gustando Alan? ―pregunté como si le hubiera lanzado un disparo.
―Sí, pero no deja a su novia y no me hace caso.
―Deberías dejarlo en paz… a lo mejor si empiezas a salir con otros chicos él te haría caso… ―insinué pretendiendo de esta manera fijar su atención en mí, pero entonces me dijo:
―Ya se me acabó la cerveza, voy por otra a la cocina.
Como quería verme caballero, le contesté:
―Yo te la traigo.
Entré en la cocina y mientras sacaba la cerveza del refri me di cuenta de que ella ya no estaba en el sillón, sino que se había puesto a platicar con Alan. Me dio mucho coraje, sobre todo al imaginar que ella haría lo posible por acostarse con aquel chico ese día. Me dieron ganas de saltar sobre él y golpearlo tan fuerte como pudiera, pero aún no estaba lo suficientemente ebrio para hacerlo. Me acabé la cerveza que había empezado y saqué otra del refri.
―Tu cerveza… ―dije acercándome a Lorena e interrumpiendo la plática que tenía con Alan.
―Gracias… ―contestó ella fríamente sin voltear y sujetando su cerveza con la mano derecha.
―¿Quéee onda, bro? ―Juan se me aproximó por detrás dándome un golpe en la espalda―, ahora sí, échate algo de a de veras, ¿no?
―¡Uy, mano! ―le respondí molesto―, si aquí todos se están comportando como señoritas. El ambiente está muy aguado, ¿no crees?
―¡Ah!, pues ya estás, maestro, te voy a preparar un coctel alucinante, ya vas, pero no se vale quejarse porque tú lo estás pidiendo, bro.
―Va, me late ―respondí―, pero nos ponemos todos, mira a estos, con una pinchurrienta cervecita en la mano… ―contesté señalando a Alan y a sus amigos para provocarlos.
Mi propuesta fue aceptada como un reto por todos, aunque más de una niña se quejó, pero en casos así la mayoría manda, era eso o irse de la fiesta.
Juan preparó un coctel en una jarra de cuatro litros y lo sirvió en vasitos de plástico que fueron repartidos al instante. Cuando todos tuvimos el coctel en la mano, Juan levantó su vaso e hizo un brindis porque al fin terminábamos el séptimo semestre y nos acercábamos a la meta de terminar la carrera en comunicación.
Le di un trago a mi bebida y comenté que tenía muchas ganas de orinar. En el baño, tiré lo que me quedaba. Cuando regresé, Lorena acariciaba el rostro de Alan y le hablaba cerquita de la boca.
―Esto está buenísimo ―dije interrumpiéndolos otra vez, y pegándome a Lorena le susurré al oído que había escuchado que su amiga Aidé se había puesto mal y que estaba en el baño. Con cara de fastidio, le dijo a Alan que ahora volvía.
―¿Cómo has estado, hermano? ―le pregunté con una fingida cordialidad a Alan.
―No me quejo, en el verano voy a empezar a chambear en el bufete de mi papá.
―¿Es abogado?
―Sí.
―¿Y qué vas a hacer ahí si tú estás estudiando comunicación?
―Pues… no sé, pero me va a pagar quince mil varos, y eso no está mal para empezar.
“No, pues, nada mal”, pensé, “para un hijo de puta como tú que no sabe hacer nada y que le gusta andar en la fiesta, eso es oro en tus manos”.
―Oye, y qué onda con Sandra, ¿no va a venir?
―No, le dije que iba a estar el ambiente pesado y que mejor no viniera, que lo más seguro es que ni yo iba a llegar.
―Ya, mano, seguro que para estar con una de estas morras.
―Claro, güey, pos si la traigo no puedo estar con las chavas, me va a estar vigilando, y en serio, al rato el ambiente se va a poner pesado y no quiero que se mezcle en esto, además así se acostumbra a que quien trae los pantalones soy yo…
―Y ella que te hace caso… ja, ja, ja… bueno, oye, mano, ¿sí te dijo Lore lo que le pidió su amiga Karla?
―No… ¿qué?
―Ya sabes… ella dice que tú le gustas mucho y que si se puede hoy estaría encantada de estar contigo.
―Esa no me la sabía, yo pensé que a quien le gustaba era a Lorena.
―No, hombre, así son las mujeres, dicen y hacen cosas para despistar y tapar a sus amigas, además son bien contradictorias, ya las conoces.
―Pues eso sí… ¿entonces Karla? Ay, güey, si está rebuena.
―Es facilona, güey, yo lo que te recomiendo es que vayas con ella ahora que empieza la fiesta, uuuy, porque al rato, se va con cualquiera.
―Tienes razón, pos me voy ahora que solamente está con un par de amigas, y quien sabe, capaz que armamos el trío o el cuádruple, gracias por avisar, bro, qué buen cuate eres.
―De nada, bro, de nada.
Nada más regresar del baño, Lorena buscó desde lejos a Alan y al ver que no estaba conmigo sino que se había ido con sus amigas trató de dirigirse hacia allá, pero yo le corté el paso.
―¿A dónde vas tan linda? ―le dije de repente.
―Ay, ya, Fer, déjame pasar, voy con Alan y mis amigas.
― Lore, me da pena decírtelo, pero Alan acaba de decirme que… que… bueno, que quien le gusta es tu amiga Karla.
―Eso no es cierto.
―Claro que sí, mira lo empalagoso que está con ella, cómo se le acerca para hablarle al oído, uy, vas a ver que al rato los dos van a estar bien cariñosos…
Vi en sus ojos mucha furia y un deseo contenido por soltar unas rencorosas lágrimas y ya se iba a ir, pero le detuve la muñeca.
―No seas tonta ni actúes así. ¿No recuerdas lo que te dije? Si te ve con otros… pues… le vas a dar celos y entonces vendrá contigo.
Deslicé mi mano para tomar la de Lorena, me acerqué a la mesa de las drogas y le serví un nuevo coctel. Hice que se lo tomara rápido diciéndole que así se sentiría mejor. Ella seguía mirando a Alan con furia y desencanto, entonces yo resbalé mis labios brevemente por su cuello. Ella se dejó hacer. Le hablé al oído, besé sus lóbulos y pasé mis labios por sus mejillas hasta llegar a la boca. Ella se dejó hacer. Le dije “ven” y la llevé cerca de donde estaba Alan para mostrarles a los dos quién de verdad vencía aquella noche.