Nocturnario
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Señoras en el parque frente a un desconocido

MICHEL DUFOUR

Traducción de Daniel Lorenzo Algarve

 

Mientras caminaba por el parque, un hombre que no era del barrio, percibió una mano en una banca. A decir verdad creyó que se trataba de una mano, pues en el momento en que, curioso, se acercó para ver mejor, la mano desapareció. Una anciana y un perro feo pasaron cerca de él. No les prestó atención. ¿Quién es ése de ahí? Tranquilizado por no haber hecho un descubrimiento macabro, pero inquieto de todas formas, se sumergió en su lectura. No parece ser un visitante habitual.

Durante ese tiempo, las señoras llegaron. Algunas deambularon admirando la rocalla de flores. ¡Buenos días, bello día! Otras, preocupadas por reposar, encontraron una banca y se entregaron a su pasatiempo favorito. Ah sí, parece que el buen tiempo ha llegado. Qué bien. Un hombre joven tomó asiento al lado del desconocido. El individuo sacó de su bolsillo un cuchillo y se cortó el pie a sangre fría. El desconocido dio un brinco. ¿Qué hace? El pie cayó al piso. ¿Por qué grita? ¡Nunca se puede tener paz! El hombre joven desapareció. «¡Hagan algo! ¡Se mutiló!» lanzó el desconocido. Bien se ve que no es un visitante habitual. Nadie pareció escucharlo. Lo tenemos en la mira. Él se volvió para señalar con el dedo al triste individuo: éste se había desvanecido en un santiamén. La anciana se acercó, le lanzó una mirada de desaprobación, dejó su cubeta de agua y se puso a lavar la banca mientras el perro feo olfateaba alrededor. Esto no terminará nunca. ¿En qué mundo vivimos?

El desconocido, atónito, cambió de lugar. Intentó, no sin pena, volver a su lectura;  prefería creer que nada había pasado. La anciana continuaba limpiando. El perro se divertía con un objeto que el desconocido no podía reconocer. Quizás era el pie de… Ahuyentó rápido esa idea de su mente. Miedoso. No durará mucho aquí si sigue poniéndose nervioso por nada.

Absorbido por la historia que leía, el desconocido creía haber olvidado todo cuando una mujer joven le preguntó si podía sentarse  a su lado «Le ruego, haga como si estuviera en su casa», respondió él educadamente. La boca de la mujer hizo un rictus curioso. El desconocido tuvo desconfianza.  Se apretujó hasta la orilla de la banca. El libro se resbaló de sus manos. Se agachó para recogerlo y quedó petrificado: la mujer, sin perder un segundo, se torcía el cuello. ¡Ahí la tienes! Ella aún con sus tonterías. Horrorizado, se dejó caer para refugiarse mejor detrás de la banca. La cabeza se desatornilló, rodó por el césped. El cuerpo de la mujer se evaporó lentamente. Una vez más, el desconocido intentó llamar la atención sobre  lo que pasaba frente a él. La anciana y el perro feo acudieron. Calma. No es necesario hacer un drama. Mientras el animal se divertía haciendo rodar la cabeza, ella comenzó a lavar la banca. El desconocido ya no podía quedarse quieto. Fue a esconderse detrás de un árbol. Ahí, posada en la cima, una niñita se disponía a…

Incapaz de soportarlo una vez más, corrió pero se desplomó en la rocalla. En lugar de levantarse y emprender la huida, histérico, se puso a rascar la tierra, luego a comer flores. ¡Eso es ir muy lejos! Inmediatamente todas las señoras que se encontraban en el parque se levantaron al mismo tiempo. Ofendidas al ver sus flores salvajemente profanadas por un desconocido loco y furioso, le lanzaron piedras y sus gritos se  mezclaban con los ladridos del perro feo. ¡Este es nuestro lugar! ¡No volverás nunca! ¡Loco! ¡Ladrón! ¡Violador! ¡Qué atrevimiento! ¡Ya hemos visto energúmenos como tú, todos idénticos! ¡Incluso nos hemos casado con ellos! ¡Estamos hartas! ¡Ahí tienes tu merecido! ¡El parque es nuestro único espacio verde, tú no tendrás la suerte de regresar a tu patio de asfalto! ¡Mal educado! ¡Los cerdos volarán el día en que quieras volver a molestarnos!

Tranquilizadas, cada una entró a su casa, abandonando el cuerpo del desconocido a los pájaros que sobrevolaban la ciudad, sus batidos de alas como tantos ecos rotos en los muros de cemento.

La anciana se acercó a la rocalla, meneó la cabeza para marcar su descontento,  tratando de reparar los daños. En cuanto al perro feo, metió su nariz entre las páginas de una novela que acababa de encontrar bajo una banca y olfateó largamente el sufrimiento humano.

 

Dufour, Michel (1997). “Dames au parc devant un inconnu“ en Le fantastic même. Une anthologie québécoise. Québec: L´Instant même.

 

 

Michel Dufour (Quebec, 1958) es novelista y cuentista. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al español y antologados en Autores contemporáneos de Quebec (UNAM, 2003) y ¿Un continente a la deriva? (Fondo de Cultura Económica, 2003). Recibió el Premio Adrienne-Choquette en 2000.

Daniel Lorenzo Algarve (México, 1995) estudia la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas. Cursó estudios en la Universidad de Quebec en Rimouski. Traductor amateur, no por eso menos riguroso.

 

Dames au parc devant un inconnu

Michel Dufour

Alors qu’il marchait dans le parc, un homme qui n’était pas du quartier aperçu une main sur un banc. À vrai dire, il crut qu’il s’agissait d’une main car au moment où, curieux, il s’approcha pour mieux voir, la main disparut. Une vieille dame et un chien laid passèrent près de lui. Il ne leur prêta pas attention. Qui c’est celui-là ? Rassuré de ne pas avoir fait de découverte macabre, mais quand même inquiet, il se plongea dans sa lecture. Pas l’air d’un habitué.

Pendant ce temps, les dames arrivèrent. Quelques-unes déambulèrent en admirant la rocaille de fleurs. Bien le bonjour, belle journée ! D’autres, soucieuses de se reposer, trouvèrent un banc et s’adonnèrent à leur passe-temps favori. Ah oui, paraît que le beau temps est pris. Bonne affaire. Un jeune homme vint prendre place à côté de l’inconnu. L’individu sortit de sa poche un couteau et de sang-froid se coupa le pied. L’inconnu bondit. «Qu’est-ce que vous faites là ?» Le pied tomba par terre. Qu’est qu’il a à crier ? Peut jamais avoir la paix ! Le jeune homme s’évanouit. «Faites quelque chose ! Il s’est mutilé ! » lança l’inconnu. On voit bien que c’est pas un habitué. Personne ne sembla l’entendre. On l’a à l’œil. Il se retourna pour pointer du doigt le triste individu : celui-ci s’était effiloché dans un coup de vent. La vieille dame s’approcha, lui jeta un regard réprobateur, déposa son seau d’eau et se mit à laver le banc pendant que le chien laid reniflait autour. Ça finira donc jamais. Dans quel monde on vit ?

L’inconnu, abasourdi, changea de place. Il tenta non sans peine de se remettre à sa lecture, préférant croire que rien ne s’était passé. La vielle dame continuait de nettoyer. Le chien laid s’amusait avec un objet que l’inconnu ne pouvait reconnaître. C’était peut-être le pied de… Il chassa vite cette idée de son esprit. Petite nature. Fera pas long feu ici s’il continue de s’énerver pour un rien.

Absorbé par l’histoire qu’il lisait, l’inconnu pensait avoir tout oublié quand une jeune femme lui demanda si elle pouvait s’asseoir à côté de lui. «Je vous en prie, faites comme chez vous », répondit-il poliment. La bouche de la femme eut un curieux rictus. L’inconnu devint méfiant. Il se tassa jusqu’au bout du banc. Le livre glissa de ses mains. Il se pencha pour le ramasser, resta pétrifié : la femme, sans perdre une second, se tordait le cou. Tiens ! encore elle avec ses simagrées ! Horrifié, il se laissa choir pour mieux se réfugier derrière le banc. La tête se dévissa, roula sur le gazon. Le corps de la femme s’évapora lentement. Une fois de plus l’inconnu essaya d’attirer l’attention sur ce qui se passait devant lui. La vieille dame et le chien laid accoururent. Du calme. Pas de quoi faire un drame. Pendant que l’animal s’amusait à faire rouler la tête, elle entreprit de laver le banc. L’inconnu ne tenait plus en place. Il alla se cacher derrière un arbre : là, perchée au sommet, une fillette s’apprêtait à…

Incapable d’en supporter davantage, il courut mais s’affala dans la rocaille. Au lieu de se relever et de prendre la fuite, hystérique, il se mit à gratter la terre puis à manger les fleurs. Ça c’est aller trop loin ! Aussitôt toutes les dames qui se trouvaient dans le parc se levèrent en même temps. Offusquées de voir leurs fleurs sauvagement profanées par un inconnu fou furieux, elles lui lancèrent des pierres, leurs cris mêlés aux aboiements du chien lai. C’est chez nous ici, t’es pas près de revenir, malade ! voleur ! violeur ! a-t-on idée ? on en déjà vu des énergumènes comme toi, tous pareils ! on en a même marié ! pis on est écœurées ! ton compte est bon, le parc c’est notre seul espace vert, t’auras même pas la chance de retourner dans ta cour d’asphalte ! mal élevé ! les poules auront des dent le jour où tu voudras revenir nous déranger !

Soulagée, chacune rentra chez elle, abandonnant le corps de l’inconnu aux oiseaux qui survolaient la ville, leurs battements d’ailes comme autant d’échos brisés sur les murs de béton.

La vieille s’approcha de la rocaille, hocha la tête pour marquer son mécontentement tout en essayant de réparer les dégâts. Quant au chien laid, il fourra son museau entre les pages du roman qu’il venait de trouver sous un banc et renifla longuement la détresse humaine.

 

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Daniel Lorenzo Algarve, Michel Dufour

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